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Cómo conseguir hijos valientes

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El valor es necesario para avanzar. A veces limitamos el concepto de valentía a las circunstancias físicas, como saltar desde una altura elevada, pero lo cierto es que el valor es aún más necesario cuando el salto que tenemos que dar es psíquico. Si como padres conseguimos inculcar a nuestros hijos los hábitos adecuados para que, dentro de su responsabilidad, se enfrenten a los retos que la vida les propone, les habremos allanado enormemente el camino, sea cual sea el que les depare el futuro.

Esto lo pensaba el otro día frente a una tirolina no desdeñable en longitud y altura en un parque de Madrid. Encabezaba la fila que habían formado los niños para tirarse por esta atracción una niña de unos cuatro años que miraba con cierto pavor el viaje aéreo de su hermano, un par de años mayor. Aunque con ciertas reticencias, el padre la convenció para que se montara, le hizo un par de prudentes indicaciones, y la lanzó a la aventura.

Como es natural, volvió sana y salva. De hecho, el columpio en cuestión no solo está pensado para niños sino homologado para niños. Pero lo más importante es que volvió feliz. Evidentemente, la adrenalina hizo buena parte en su felicidad. Pero la otra parte se debía, sin duda, al orgullo que sentía la niña por la prueba que su espíritu acababa de superar. Como puedes imaginar, pedía a gritos repetir y allí que se apuntó otra vez en la fila de niños.

Tirolinas de la vida: cómo hacer hijos valientes

Foto: ISTOCK 

Un par de turnos después le tocaba a un chavalín de dos o tres años más que la niña. Ya me llamó la atención que llegó montado en bici con ruedines, cuando ya tenía edad de manejar la suya propia. La madre no le había quitado el casco para montar en la tirolina. Quizá pensó que era una buena protección adicional. Pasó todo el tiempo de espera intentando desalentar al muchacho, que miraba ansioso el trajín de los niños por la cuerda. Le dijo que se podía caer y abrirse la cabeza, que con total seguridad caería justo sobre el único charco del recorrido, que el golpe final de la tirolina era excesivo, incluso se quejó de que las autoridades permitiesen columpios así.

Cuando el niño se tiró, la madre corría asfixiada a su lado, con una mano agarrada al abrigo de su hijo y la otra detrás de su espalda. Llegó el momento crucial y lo enganchó con tal fuerza que por poco lo tira. Y el camino de vuelta lo hizo igual, ahogada por seguir el ritmo de la tirolina y del niño. El pobre muchacho se bajó con cara de pánico. Me quedé pensando a quién le debía tal emoción. Imagino que una parte al temor que le transmitió la madre y la otra, al miedo que le causaría darse cuenta de que era el único niño que montaba en compañía de su madre.


Las tirolinas de la vida se van complicando.


Primero, llegan los deberes, después una prueba en gimnasia que supera lo que sabemos hacer, luego una actividad extraescolar que se nos da rematadamente mal, un campamento de verano, una recuperación de matemáticas, elegir entre ciencias o letras, pasar por las pruebas objetivas al final de la etapa escolar, decidirse por una carrera, confiar en que la pareja seleccionada es la adecuada, dar el paso de casarse, los hijos, el trabajo… Muchas, muchísimas tirolinas cada día. Lanzarse con prudencia y valentía y superar la prueba desde pequeños nos devolverá a nuestros hijos cada día con una sonrisa de oreja a oreja porque lo han conseguido.

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