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Comunicación, ¿hablamos?

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Entran juntos y se sientan en el sillón que se encuentra enfrente de mi butaca. Ella le mira durante unos segundos y después, dirigiéndose a mí, me dice suspirando que tienen un problema de comunicación. Él replica que no entiende a qué se refiere, que aunque es verdad que durante el día casi no hablan porque ambos están muy ocupados, él siempre la tiene presente. Ella le corta señalando que eso no es suficiente, que quiere que le llame alguna vez, que le escriba un mensaje, que le cuente cómo va el día.

Desgraciadamente no tiene el don de la telepatía y los pensamientos no se escuchan ni se ven ni se tocan. Necesita que él tenga algún detalle concreto. Sorprendido, él replica que en dos minutos no se puede decir nada significativo, y para eso es mejor no llamar. Respirando lentamente para no perder la paciencia, le contesta: «pero hombre, no espero una historia interminable, me vale con unas palabras que me hagan sentirme cerca de ti…».

Respirando también profundamente, él murmura «bueno, lo intentaré pero no prometo nada*es que ando tan liado durante el día que se me olvida…» Entonces ella, sin poder contenerse, estalla*»¿Te das cuenta Paloma? ¡Si ni siquiera puede comprometerse a hablar conmigo ni dos minutos al día como vamos a ser capaces de hablar sobre cosas más serias y profundas!*

Lo que ella intentaba explicar era que la comunicación que tenían era superficial, rutinaria y, por ello, insuficiente. Una comunicación más profunda le parecía impensable, no se la podían siquiera plantear, estaba totalmente olvidada. Le parecía que la conversación con su marido era forzada, mecánica, como si él tuviera que pagar un peaje necesario. Ella necesitaba acceder a sus sentimientos, asomarse a sus emociones, explorar su corazón. Estaban llamados a conocerse más y a compartir una vida. Al mismo tiempo sentía la necesidad de abrir su corazón a su marido y ver en sus gestos que este la comprendía. A veces se sentía terriblemente sola, él estaba allí, pero no estaba… o eso le parecía a ella.

Cómo entendernos en pareja

Foto: ISTOCK 

Él, que había tratado de controlarse, se deja llevar por la frustración y exclama: «¡si nunca hablamos de nada profundo es porque cada vez que lo intentamos te transformas en una especie de agente de la Gestapo que trata de sonsacarme recurriendo a métodos de tortura psicológica!

Aquello iba de mal en peor… así que decidí mediar entre los dos.

Dirigiéndome a él le pregunté si se consideraba una persona introvertida. «Pues así es, me cuesta mucho hablar de mí, decir lo que siento». Entonces, dirigiéndome a ella le pregunté si sabía que su marido era un hombre introvertido, y si le aceptaba tal y como era. «Claro que lo acepto, pero eso no significa que no me duela que no se abra, que no me cuente sus sentimientos, sus miedos, sus anhelos».

Aquellos momentos de apertura sincera me dieron pie para comenzar a reconducir la situación. «Mirad, el único punto de partida para encontrar una solución a vuestro problema de comunicación es el amor que os une. El problema es que no sabéis bien como manifestarlo mutuamente. Esto no es algo que sólo os afecte a vosotros, sino que se da en mayor o menor medida en todas las parejas del mundo. La buena noticia es que tiene solución. ¿Queréis solucionarlo?» «¡Pues claro!», dijeron al unísono.

«Estupendo, pues vamos a ello». «Vamos a hacer un ejercicio de comunicación profunda». «Eso suena fatal», dijo él. «Es justo lo que necesitamos», respondió ella.

No os preocupéis por el nombre, lo importante es que os ayudará a resolver vuestra dificultad y a sentiros felices juntos.

Les expliqué el ejercicio. Una vez a la semana tendrían que citarse como si fueran dos jóvenes que se acaban de enamorar, aunque con una diferencia crucial. Y es que en este ejercicio, a diferencia de los enamorados, que desearían que no existieran reglas en el mundo que limitasen sus expresiones de amor, ellos tendrían que atenerse a una serie de reglas estrictas:

– Para empezar, la «cita» sólo duraría 10 minutos, y cada uno emplearía exactamente cinco minutos para contarle al otro lo que había pensado, sentido y necesitado del otro durante la semana. Durante esos cinco minutos, el otro no diría una palabra, simplemente escucharía.

– Para aprovechar bien el tiempo era imprescindible que, a lo largo de la semana, fueran anotando en un cuaderno todos esos pensamientos, sentimientos y necesidades (respecto al otro y a la relación).

– Tenían que empezar a hablar siempre desde el «yo» (lo que «yo» he pensado, sentido y necesitado) en vez de desde el «tú» (lo que «tú» has hecho mal, en lo que «tú» te has equivocado*). Así no habría espacio a ofensas ni reproches, sólo para comunicarse de corazón a corazón.

– Tenían que colocar frente a ellos, bien visible, un cartel con el siguiente mensaje: «los sentimientos no se discuten». Y es que los sentimientos que uno tiene no son discutibles. Cada uno tendrá que ver qué hacer con ellos, cómo «manejarlos», cómo dirigirlos. El otro puede escucharlos, acogerlos, y tratar de entender por qué siente eso y qué puede hacer para ayudarle.

Pasados los diez minutos, darían por concluido el ejercicio y comenzarían otra actividad.

Durante la semana no tendrían discusiones, ni ofenderían al otro con malas palabras o malos gestos, sino que apuntarían en el cuaderno los sentimientos generados por las acciones o comentarios del otro, para comentarlos de manera positiva y constructiva durante el ejercicio.

Este ejercicio les llevaría a practicar una escucha activa (con todos los sentidos, sin hacer nada más), y empática (intentando ponerse en el lugar del otro).

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