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La comida, una adicción como la droga

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Si un amigo te confiesa que es adicto y que asiste a terapias grupales, inmediatamente te vienen a la cabeza el alcohol, las drogas o el juego. Pero casi nadie baraja la posibilidad de ser adicto a la comida. Sin embargo, la adicción a la comida es una epidemia sobre la que cada vez se realizan más y más estudios en universidades como Yale, Texas Tech o la Universidad de Michigan. Todos llegan a la misma conclusión: la comida afecta al cerebro de forma parecida a las drogas.

La comida, la adicción del siglo XXI

Por si el auge de las «comidas basura» y el consumo de comida rápida no fuera suficiente, el aumento del sedentarismo y otros factores como la reciente crisis económica, han disparado los índices de obesidad mundiales. Desde la década de los 80, la obesidad mundial se ha duplicado: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2014 casi dos mil millones de personas sufrían sobrepeso y más de seiscientos millones eran obesos (42 millones de niños menores de 5 años tenían sobrepeso u obesidad). La OMS asegura que cada año la obesidad se cobra más vidas que la malnutrición (en concreto, unos 3 millones de muertes al año).

Aunque ahora Reino Unido esté a la cabeza, en 2012 fue España el país que registró el índice de obesidad más alto de Europa. Si bien solo Italia consume menos comida basura en la Unión Europea que nosotros, el sedentarismo y la crisis económica (la gente gastaba menos en comida, comprando alimentos más «baratos» y menos frutas y verduras) han provocado que en los últimos años la obesidad entre los españoles haya aumentado un 9% en jóvenes y un 4% en adultos.

La comida, una adicción como la droga

Aunque no pueda considerarse una droga como tal, infinidad de estudios demuestran que la comida provoca que el cerebro segregue ciertas sustancias y que se produzca una sobreabundancia de dopamina (neurotransmisor que regula la sensación de placer), de la misma forma que cuando consumimos drogas como la cocaína o la heroína. Además, estas señales de «recompensa» anulan otras como las de sentirse satisfecho o lleno, lo que explica que sigamos comiendo aun cuando no tenemos hambre. Este fenómeno es mayor en el caso de comidas ricas en azucares, grasa o sal.

En otras palabras: el aumento del consumo de comidas basura ha provocado un incremento en la adicción a la comida. Pero, como dirían los ingleses, todo lo malo tiene un lado positivo. El hecho de que la comida cree adicción implica que podemos utilizar un arma muy conocida entre alcohólicos y drogadictos: las terapias de grupo.

Las terapias de grupo: nueva esperanza para la obesidad

Alguién voló sobre el nido del cuco, Patch Adams o 28 días son solo algunas de las decenas de películas que han contribuido a la imagen que tenemos de la terapia de grupo. Cuando pensamos en terapias grupales, lo primero que nos viene a la cabeza son frases como «Hola, me llamo Gwen y soy drogadicta». Y, aunque varias de esas escenas se encuentren entre las más impactantes o, incluso, divertidas de la historia del cine, lo cierto es que han quedado algo desconectadas de la realidad de la terapia.

La terapia de grupo vio la luz por primera vez en el Congreso de la Asociación Americana de Psiquiatría de 1932 en Filadelfia, y desde entonces no ha hecho más que crecer. Actualmente no solo se utiliza para combatir todo tipo de adicciones, sino que se aplica para tratar enfermedades psicológicas (como la depresión) y otros conflictos como el acoso laboral o la pérdida de un ser querido. Incluso en el campo de la oncología, esta terapia está ganando cada vez más adeptos.

Su aplicación en nutrición ha supuesto una verdadera revolución. Patricia Holguin, fundadora de Dieta Perfecta (tratamiento de reeducación alimentaria con una red grupal de apoyo), nos recuerda que «el hombre es un ser social por naturaleza y estamos hechos para compartir». Cuando nos enfrentamos a tabús sociales como una adicción a las drogas, al alcohol o a la comida, podemos pasar vergüenza a la hora de hablar del tema. El grupo de apoyo actúa así como un refugio, donde verbalizar lo que se está sintiendo.

Además estas terapias no solo funcionan en adultos. Elena Villa, especialista en psicología clínica, trastornos en niños y adolescentes, nos informa de que «existen estudios que apuntan a una mayor eficacia en la terapia grupal para perder peso en caso de obesidad infantojuvenil». Al compartir sus experiencias con niños o jóvenes en su misma situación, los pacientes la normalizan y dejan de sentirse marginados. Hay que tener en cuenta que con niños o adolescentes, es importante abordar la terapia de forma conjunta con nutricionistas, pediatras, etc. Y en el caso de menores, será necesario el trabajo en paralelo con los padres.

El éxito de la terapia de grupo entre las mujeres

Participar en el grupo ayuda a fijar nuevos objetivos, a encontrar nuevas formas de motivación (al escuchar las aportaciones de los demás), y a dar prioridad al programa en una época en la que el estrés diario relega a la salud a un segundo plano. Además, nos cuenta Patricia, cuando te implicas con los demás y ‘tiras’ de ellos, «estarás tirando de ti mismo antes de que te des cuenta».

Aunque la participación en las terapias de grupo no sea obligatoria para completar su tratamiento,  asegura que «el índice de éxito es más alto en los pacientes que participan en las terapias de grupo». Además, esta terapia grupal tiene un éxito mayor entre las mujeres, a quienes, más acostumbradas a compartir, formar parte del grupo les ayuda a lograr sus objetivos. Esta ‘red de apoyo’, que no se limita a reuniones presenciales ya que cuenta con un importante factor virtual, disminuye o elimina por completo la sensación de sufrimiento.

Cuando las tasas de mortalidad en pacientes que sufren enfermedades relacionadas con la obesidad (enfermedades coronarias, diabetes y ciertos tipos de cáncer, entre otras) se han disparado, tratamientos integrales apoyados en terapias grupales como el de Patricia Holguin, suponen un rayo de esperanza en la lucha contra la mayor epidemia del siglo XXI.

Marga Wesolowski

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