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Castigar menos, castigar mejor

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Niño castigado

Foto: THINKSTCOK 
Por Andrés Valdés
     

Hace unos años se dio a conocer Emilio Calatayud, juez de menores de Granada. Su proeza: imponer unas penas «diferentes»: Al gamberro que pintaba con espray una fachada le ponía como castigo que limpiara lo ensuciado. Al que circulaba con la moto a mayor velocidad de la permitida, o de forma temeraria poniendo en peligro a los demás, le ponía de pena dedicar una serie de horas a servicio público en un centro de recuperación de accidentados. Antes, lo normal en estos casos venía siendo imponer una multa económica o una privación temporal de libertad. Evidentemente, ya no.

Es la fuerza de la sensatez. Si estamos hablando de menores y de faltas, el castigo más que «punitivo» debe ser «educativo»; y, si esto funciona para los «asuntos de Justicia», en los «asuntos de Familia» es necesario. Cuántas veces los padres recurrimos a castigar «punitivamente» en vez de hacerlo «educativamente»: «Le he quitado el móvil. ¡Es lo único que de verdad le importa!», «¡Hasta que mejore las notas se ha quedado sin fútbol!»… Y no sólo les privamos de «lo que más les importa», sino que además hacemos que el tiempo de castigo sea draconiano: «¡Despídete de la calle los próximos meses!». Demostrar a nuestros hijos que su proceder no ha sido adecuado es obligación de los padres, pero saber castigar forma parte del buen hacer de los mismos, además de haber un método mejor que castigar.

Educación positiva

Dice un viejo aforismo: «La mejor forma de combatir un defecto es promover la virtud contraria», que aplicado a nuestro tema nos invita a educar de forma positiva: fijémonos más en lo que hacen bien y animémosles a que sigan haciéndolo. Hay niños que tienen la sensación de estar permanentemente castigados y padres que se quejan de tener que castigar. Es normal que primero nos demos cuenta de lo que hacen mal, que queramos corregirlo inmediatamente y que, por tanto, pasemos de puntillas ante lo que hacen bien.


No se trata de no corregir, ni siquiera de no castigar: se trata de «cambiar el chip» y convencerse de que es mucho más eficaz «pillar» a nuestros hijos haciendo cosas buenas y felicitarles por ello.


Y, si tenemos que aplicar un correctivo, los mejores manuales pedagógicos indican que los castigos deben ser educativos, cortos y de obligado cumplimiento. Hay un método infalible que nos ayudará a hacerlo así cuando tengamos que castigar, una especie de fórmula: Rincón-Minutos/Años. Es decir, el castigo para que reflexionen sobre lo que han hecho cuando tienen edades entre 1 y 10/12 años, debe ser de 1 a 10/12 minutos. El mensaje que les podemos transmitir -por ejemplo para un niño de 7 años- sería algo como: «Eso que has hecho está mal. Mamá/Papá está triste. Vete al rincón y lo piensas. En (7) minutos vienes y me das un beso y me quitas la pena». De esta manera nos garantizamos que la penalización sea educativa, porque aprende que lo que ha hecho está mal. Y también es importante que no dependa su duración de nuestro estado de ánimo, o de nuestro cansancio o de lo mal que nos haya sentado la falta cometida. Y, al ser tan corto el castigo, nos aseguramos de que siempre va a ser cumplido.

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