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Una bomba de relojería

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La muerte de Juan Pablo II fue una convulsión para la humanidad. Se ha dicho de mil formas y maneras. En los días siguientes a su despedida de esta tierra, los medios de comunicación  abordaron su figura y sus escritos desde todas las vertientes posibles, aunque quizá haya habido sus lagunas. Aquí quiero referirme a una de ellas, porque me parecía imprescindible.

El titular que encabeza este comentario no es mío, se lo he tomado prestado a George  Weigel, uno de sus mejores biógrafos. En su brillante estudio, al recalar en cómo afronta Juan Pablo II el tema del amor humano, y en concreto, el amor sexual, afirma: «Tomados en su conjunto, estos ciento treinta discursos catequéticos son una bomba teológica de relojería, programada para estallar con resultados espectaculares en algún momento del tercer milenio de la Iglesia». Se refiere al autor a las catequesis del Papa que se suceden a lo largo de cuatro años en sus audiencias generales.

En conjunto se trata de la «Teología del cuerpo» un nuevo modo de ver la sexualidad humana que rompe con los recelos y con la hostilidad militante por parte de muchas élites de Occidente. Las supera a todas en audacia, y supone una de las reconfiguraciones de la teología católica esperada desde hace siglos.

El matrimonio y su filosofía

Foto: ISTOCK 

Ante un panorama de negaciones y tabú, el Papa remonta el vuelo y se va al comienzo, a cuál era el proyecto que Dios tenía previsto para el amor entre  el hombre y la mujer, aunque estos, en el mal uso de su libertad, lo desbaratan y arruinan. No es el proyecto de ningún ingeniero o la ocurrencia brillante de cada pareja decantada a lo largo de los siglos: la capacidad de amar, el amor humano lo ha hecho Dios a su medida y no con la mezquindad con que lo tratamos los hombres. En ese nivel se remonta Juan Pablo II.

Nada de planteamientos alicortos. Refiere el Papa en algún pasaje que el amor sexual es un acto religioso. «La vida conyugal se vuelve litúrgica, cuando el lenguaje del cuerpo se convierte en medio para conocer, mediante una experiencia de lo sagrado lo que dispuso Dios desde el comienzo para el mundo y para la humanidad. La entrega sexual de uno mismo ofrecida en libertad y libremente recibida dentro del pacto del matrimonio, pasa a ser una manera de santificar el mundo».

Por ese camino se llega a luminosas conclusiones: «Si un matrimonio sacramental, un icono del amor creador y redentor de Dios, es disoluble, también lo será el amor de Dios al mundo, el amor de Cristo a la Iglesia». Ya se ve que estamos en otras coordenadas, en otro nivel de planteamiento de los problemas.


«La sexualidad humana es algo más grande de lo que imagináis», decía literalmente


Se hace evidente que Dios tiene una idea del hombre y de la mujer y su amor mutuo mucho más alto que los «pequeñitos» diseños que formulamos los hombres a nuestro antojo. Como explica el Papa «el amor-entrega de la comunión sexual es un icono de la vida interior de Dios». ¿Se ha atrevido alguien a hacer un planteamiento más «progresivo» e innovador? Está pidiendo que dejemos de plantearnos «Qué está prohibido hacer» para pensar en «cómo llevo una vida de amor sexual que esté de acuerdo con mi dignidad de persona humana». Mucho se habla de esta dignidad  pero poco se profundiza en su alcance.

He titulado más arriba, como «Una bomba de relojería» porque el contenido de esas ciento treinta catequesis sobre la Teología del cuerpo, precisará decenios de trabajo de filósofos y teólogos para sacar sus consecuencias en el plano cotidiano. Las cosas serias en la vida no se resuelven con dos eslóganes mal trenzados, hay que entrar en el fondo y no resolverlo con vaciedades, a gusto del consumidor.

Ahora solo quería destacar que los matrimonios tenemos un deber de gratitud con Juan Pablo II que nuca podremos saldar, ni nosotros ni los que vendrán detrás. Para cada una y cada uno se abre un horizonte sin límites para ensanchar nuestro amor humano y en concreto la vida sexual, que ni tan siquiera podríamos intuir. Será para el matrimonio, una fuente de felicidad insospechada, saber que Dios también nos espera en nuestra intimidad más plena. Será un avance que no tiene límites y que cada uno realizará al paso de su amor mutuo y el hueco que abra a  Dios en su vida.

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