Desde que una diputada electa llevó a la primera sesión del Congreso en esta legislatura a su bebé, la imagen y las distintas opiniones formadas han dado tantas vueltas a este inmenso pequeño mundo digital que no creo que haya alguien que no se haya enterado de la noticia.
No voy a entrar en disquisiciones políticas maniqueas sobre si esto es un espectáculo o una legítima reivindicación. Pero tanto se ha hablado del tema que no puedo por menos que escribir algo sobre la conciliación.
Tras ya bastantes años de experiencia como trabajadora y algunos menos como madre, he llegado a dos conclusiones. La primera es que más que conciliación hay trabajos conciliables y otros que lo son menos. La segunda es que un poquito de orden en nuestras vidas, en nuestros tiempos, en nuestras prioridades, tiene efectos más que positivos sobre la conciliación y, por tanto, sobre nuestra familia.
Muchísimas madres de familia trabajamos. Las motivaciones son muy variadas, desde la vocación y la realización personal hasta la imperiosa necesidad impuesta por los malabarismos económicos. Y los trabajos que tenemos son de lo más variopintos. Hay quien puede elegir un horario que le permita encajar bien los ritmos de los hijos. Hay quien los compagina quitándoselo del sueño. Hay quien, por requisitos del guion, no puede ver a sus hijos. Pero nada de esto nos convierte en malas madres, ni por un momento acaba con el apego, ese vínculo tan necesario.
Es verdad que tampoco es válida esa máxima que dice que lo importante es pasar tiempo de calidad con los hijos, y no mucho tiempo.
Los hijos, igual que los matrimonios, necesitan tiempo, mucho tiempo y, además, de enorme calidad. Pero tenemos que saber jugar nuestras cartas, pelear por la mejor situación dentro de las posibles y sonreír con la que nos haya tocado.
Una vez que estamos en nuestra vida cotidiana, sean cuales sean las condiciones, mejores o peores, lo único que queda en nuestra mano es ordenarnos. Conciliar no consiste en cantar nanas mientras contestamos un correo electrónico, cantar las nanas más entrañables y después contestar muy bien el correo electrónico, o viceversa, según se tercie. Si no, corremos el riesgo de dormir a nuestro hijo con cantinelas sobre reuniones y dejar ojiplático al destinatario del correo mandándole a dormir.
Cuando conseguimos ordenar nuestros tiempos -y no es tarea fácil, porque tienen la mala costumbre de desordenarse una y otra vez- ocurren dos maravillas: la primera es que vivimos con bastante paz el enrevesado ovillo que compone nuestras horas. La segunda es que hacemos cada cosa mejor, con más amor puesto en cada minuto, y todos salen ganando. Cuando la sociedad entienda que todos tenemos que poder ordenar nuestros tiempos, habremos aprendido a conciliar.
María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia
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