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Algo nos pasa sin darnos cuenta

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Aquel viejo profesor de economía repetía con frecuencia que al tomar una decisión hay que pensar siempre en las consecuencias que nos va a acarrear al cabo de veinticinco años.

Que nadie se alarme porque no voy a detenerme en el modo de controlar el euro, ni en la forma de superar la crisis. El dinero sólo vale para pagar las facturas. Hoy me quiero fijar en las señales de alerta que aparecen en un estudio sobre algo tan desmesuradamente buscado como la felicidad. Bien es cierto que el tema se centra en la felicidad de la mujer, pero nadie podrá negarme que por acción u omisión a los hombres nos va mucho en ello.

Mujer pensando

Foto: THINKSTOCK 

Las mujeres son menos felices

Las autoras del trabajo «The Parafox of Declining Female Happiness» son Betsey Stevenson y Justin Wolfers, dos economistas de la Wharton School (University of Pennsylvania). El planteamiento se ha hecho con unas preguntas lejanas a cualquier eufemismo, con enunciados tan directos como estos: ¿Se considera usted más satisfecha, ligeramente satisfecha, algo descontenta o muy descontenta… con su trabajo, su familia, su situación financiera, etc.? Para su elaboración se han tenido en cuenta numerosas encuestas realizadas en Estados Unidos y en Europa, por organismos solventes como la General Social Survey y el Eurobarómetro.

En el estudio no se pretende explicar las causas que han provocado el descenso de la satisfacción de las mujeres americanas y europeas, eso se deja a la libre interpretación del consumidor. Aquí se limitan a aportar un dato tan escueto como el siguiente: la felicidad de las mujeres ha descendido en los últimos 35 años.

¿Qué ha sucedido?

Como podrá imaginar el lector que haya llegado hasta aquí, de ninguna manera me propongo realizar un análisis de los datos para deducir tres o cuatro conclusiones, que nos dejen a todos tranquilos. Todo lo contrario, lo único que pretendo -siguiendo mi vieja costumbre- es inquietar, alarmar, agitar, en definitiva: incordiar. Digo esto, no por temor a mojarme, sino porque estoy convencido de que en esta merma de felicidad -si es que existe- cada cual puede escribir su propia historia.


La felicidad es un resultado no una intención. El que se propone ser feliz a las «bravas» se dejará toda la dentadura en el empeño


Hay otro punto que desearía aclarar antes de continuar: aunque el estudio se haya centrado en la mujer, los hombres no podemos «constatar que no nos afecta». Si aquel viejo slogan de que «cuando un árbol se quema, algo suyo se quema, señor conde», estaba borracho de malignidad. Todo lo que les ocurre a ellas, no es que nos roce, es que nos impacta en la misma línea de flotación. ¿No tendremos nosotros una parte nada pequeña en ese efecto perverso? Lo pongo con interrogación por una cuestión retórica. Es de lo único de lo que estoy seguro. Sobre todo lo demás, se pueden formular mil hipótesis. Ahora podemos empezar a dejar en el aire una serie de cuestiones para que cada una, cada uno, se corte el traje a la medida y luego se mire en el espejo para ver qué tal le queda.

Con todas las imperfecciones que se quieran, el progreso de la mujer en estos últimos años ha sido enorme, logrando unas cotas muy importantes en el terreno de la educación, de la incorporación al mundo laboral, en su nivel de ingresos, o en sus status profesional y social. Si esto es así, y así es. ¿Qué ha pasado para sentirse menos feliz? ¿Ahora que le resulta más fácil acceder a todos esos logros, ahora que han logrado sentirse más realizadas, resultan menos felices? ¿Acaso la lucha en la soledad las ha sumergido en el aislamiento gélido del individualismo? He subrayado tres palabras, «facilidad», «realización» e «individualismo». ¿No habrá por ahí tres vetas que merecería la pena explorar?

Facilidad, realización e individualismo

La «facilidad«, la comodidad, no genera por sí misma felicidad. Enfrentase a nuevos retos cada vez más arduos, nos obliga a abrirnos paso en una selva desconocida de donde podemos salir cubiertos de arañazos, pero con la íntima satisfacción de haber ganado en humanidad. Por citar un asunto concreto, ¿no es una aventura apasionante hacer compatible el trabajo profesional y la familia? Lo «fácil» es resolverlo de un plumazo decantándose a un lado o al otro.

Sobre la «realización personal» siempre he tenido un problema semántico, pues me he encontrado tantos significados como personas. En más de una ocasión he escuchado designar de este modo a un «desarrollo armónico de la personalidad«. ¡De toda la persona! Casi nada… Lo que más impacto me ha hecho siempre es lo de «armónico». ¿Qué difícil lo he encontrado? He conocido personas que eran monstruos. Seres para llevar al circo. En los cinco dedos de la mano, el índice medía dos metros y todos los demás unos pocos centímetros. Son esos que en su desarrollo profesional han llegado al máximo, pero en la familia, o en las relaciones de amistad eran nulos. Tampoco faltan los que mangonean en la casa para mostrar su poder y en su trabajo son unos «mandados»; o los que con los amigos son unos encantadores de serpientes y fuera de ese ámbito se desinflan como un globo. Lo dicho, la dificultad estriba en lograr lo que Thibón denomina, en frase feliz, «equilibrio y la armonía«.

Por último, nos queda un punto: el «individualismo«. Nos podría llevar muy lejos, un tema mil veces comentado. En este contexto, únicamente me atrevo a anotar, que sería un reduccionismo estéril pensar que no vale la pena tanto esfuerzo en nuestro enriquecimiento personal si no nos hace felices. El lograr cada vez mayores cotas de excelencia en el «yo», es indispensable si queremos dar algo a los que nos rodean. Solo el que tiene y se tiene, puede dar y darse.

Tal y como prometí, solo he planteado interrogantes, la solución la tiene que encontrar cada uno «esforzándose», desarrollándose en «equilibrio y armonía», y «dando» al otro todo lo atesorado. Un programa que vale a cualquier edad, raza y condición. ¿Nos hará felices? No lo sé. Lo único que me atrevo a sugerir es que la felicidad es un resultado no una intención. El que se propone ser feliz a las «bravas» se dejará toda la dentadura en el empeño.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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