Vuelta al cole y a los trabajos, a madrugar, al estrés de horarios y calendarios. Y los medios de comunicación aprovechan para vendernos una supuesta “depresión posvacacional”. Sin embargo, la clave de nuestra felicidad y de la de nuestra familia está en que encontremos una motivación intrínseca que nos ponga en marcha cada día para superar la mediocridad imperante.
Hay en la sociedad actual, marcada por un exceso de hedonismo, un rechazo claro del trabajo. Pero el trabajo y el estudio, bien ordenados con el resto de nuestro día, son una parte fundamental de nuestra vida, no un castigo. Para lograr que nuestros hijos interioricen este valor y que nosotros no dejemos de recordarlo, necesitamos buscar las motivaciones internas que nos ayuden a comprender el valor del esfuerzo.
La Importancia de la autodisciplina
Explica Alfonso Aguiló, presidente de la patronal de colegios CECE y fundador del grupo escolar Arenales, que la mejor manera de luchar contra la mediocridad es la autodisciplina. Cuenta en su libro Educar el carácter (Palabra, 2019), una anécdota de una conversación con una madre: “‘A mí no me gusta exigir tanto a mis hijos –me decía una madre durante una conversación sobre la incierta trayectoria de uno de sus hijos–. Me conformo con que aprueben, aunque sea a trancas y barrancas. No les pido que se compliquen la vida ni que hagan ninguna maravilla. Ni yo ni ellos somos perfectos. Somos humanos. Y yo no quiero amargarles la existencia’. Bien. De acuerdo. Pero…, me pregunto, ¿por qué equiparar eso de amargarse la existencia con tener unos ideales más altos? ¿Por qué ante cualquier fallo nuestro o ajeno –sobre todo nuestro– enseguida lo justificamos diciendo que es algo muy humano?
Somos humanos: parece como si lo propio del hombre fuera lo bajo, lo vulgar, lo vicioso, lo mezquino; cuando lo propiamente humano es la razón, la fuerza de voluntad, la verdad, el esfuerzo, el trabajo, el bien. Para ser verdaderos hombres hemos de empezar por no autodisculparnos siempre con la excusa de que somos humanos. Es una excusa que tiene apariencia de humildad y, sin embargo, oculta habitualmente una cómoda apuesta por la mediocridad”.
El problema al que nos enfrentamos es que la sociedad tiende a ir en contra en nuestro afán por educar a nuestros hijos para que aspiren a aprovechar al máximo sus talentos. Lo que se persigue es el placer inmediato y limitar al máximo el sufrimiento. Sin embargo, dejarse llevar por la mediocridad imperante no sólo no da a nuestros hijos las herramientas adecuadas para enfrentarse a su vida presente y futura sino que además les roba la oportunidad de disfrutar del trabajo bien hecho y del deber cumplido. Apunta Alfonso Aguiló que “hay que inculcar en los hijos un inconformismo natural ante lo mediocre. El número de chicos y chicas que se acaban deslizando por la pendiente de la mediocridad es mucho mayor que los que lo hacen por la del mal. Son muchos los que llenaron su juventud de grandes sueños, de grandes planes, de grandes metas que iban a conquistar; pero que en cuanto vieron que la cuesta de la vida era empinada, en cuanto descubrieron que todo lo valioso resultaba difícil de alcanzar, y que, mirando a su alrededor, la inmensa mayoría de la gente estaba tranquila en su mediocridad, entonces decidieron dejarse llevar ellos también”.
Inculcar el valor del esfuerzo y el trabajo bien hecho
Es muy fácil caer en la mediocridad porque “es una enfermedad sin dolores, sin apenas síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida, y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tontamente su existencia.
Todos tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la vulgaridad y no regresar a ella de nuevo. Tenemos que ir llenando la vida de algo que le dé sentido, apostar por una existencia útil para los demás y para nosotros mismos, y no por una vida arrastrada y vulgar”. En la vuelta a la rutina, la clave está en recordar la parábola de los talentos. “Porque, además, como dice el clásico castellano, no hay quien mal su tiempo emplee, que el tiempo no le castigue. La vida está llena de alternativas. Vivir es apostar y mantener la apuesta. Apostar y retirarse al primer contratiempo sería morir por adelantado”, concluye Aguiló.