Una sociedad que ha normalizado la violencia, una juventud sin límites, una idea equivocada del concepto de derecho, una permanente sensación de sentirse ofendido y un abandono absoluto del concepto de bien común son el caldo de cultivo perfecto para la multiplicación de casos de violencia protagonizados por menores que estamos experimentando.
Un menor de solo 13 años apuñala a otro a la puerta de un instituto porque se sintió ofendido por un gesto. Una chica recibe una paliza con la aquiescencia de los compañeros. Un joven ataca a varios alumnos y profesores con dos cuchillos de cocina por un presunto caso de acoso. Las agresiones sexuales perpetradas por menores han crecido un 116%.
El panorama es desalentador y, aunque la inmensa mayoría de los niños, adolescentes y jóvenes no caería nunca en estos comportamientos que saltan a las páginas de los medios, es deber de todos tomar cartas en el asunto para evitar que se deteriore aún más el clima social. Pero ¿se puede luchar a título individual contra una lacra tan extendida? ¿Qué instrumentos tienen los hogares para evitar en sus hijos estos comportamientos?
Al hilo de estas preguntas, Alfonso Aguiló, autor de Libertad y tolerancia en una sociedad plural (Editorial Palabra), ha asegurado que «la tolerancia puede contribuir a resolver muchos conflictos y a erradicar muchas violencias. Y como unos y otras son noticia frecuente en los más diversos ámbitos de la vida social, cabe pensar que la tolerancia es un valor que -necesaria y urgentemente- hay que promover. Sin embargo, la tolerancia no es una actitud de simple neutralidad, o de indiferencia, sino una posición resuelta que cobra sentido cuando se opone a su límite, que es lo intolerable. De hecho, muchas formas de intolerancia tienen su origen en un previo exceso de tolerancia, que ha producido conflictos violentos».
Ideas para mejorar el entorno y reducir la violencia
Las realidades son muy complejas y multifactoriales. No es sencillo sanar a una sociedad y no hay recetas mágicas para atajar problemas de esta magnitud. Sin embargo, podemos reflexionar sobre algunos aspectos que ayudarán a los niños, adolescentes y jóvenes a mejorar su entorno.
– No toda la violencia que se ve en las pantallas se copia, pero se normaliza. Hay un debate no resuelto sobre el impacto de la violencia en videojuegos y contenido audiovisual en el cerebro y si se produce un efecto copia. En cualquier caso, la proliferación de imágenes violentas en la ficción sí tiene una consecuencia inmediata: se normaliza, se entiende como algo común, aceptado, que no requiere nuestra intervención para evitarlo, como si fuera así sin remedio. Por eso, cuanta menos violencia se comunique y se consuma, menos se normalizará su uso.
– Las redes sociales están llenas de violencia real. Vídeos virales que recorren el mundo en unas horas, con peleas grabadas por personas que prefieren seguir con sus móviles a frenar la escena de violencia. Los usuarios de redes sociales reciben un alto contenido en violencia que, además, se multiplicará a medida que el algoritmo determine que ese contenido atrae su atención. Es fundamental limitar el uso de redes, con tiempos muy precisos para evitar la sobreabundancia de contenido nocivo.
– El mal triunfa cuando los buenos no hacen nada. Se tiende a educar a los menores para que se hagan cargo de sus cosas. Incluso se les inculca que se ocupen de tareas compartidas. Pero no es tan frecuente enseñarles que intervengan cuando no son ellos los beneficiarios directos de la acción o cuando se enfrentan a una circunstancia injusta que no les atañe directamente. Educar a los hijos para que cuiden del bien común incluso cuando no les compete directamente es una vía para luchar contra la violencia.
– Los límites a la libertad están en el derecho del prójimo. En una educación cada vez más individualista, no se transmite correctamente a los niños el amor al prójimo. Al mismo tiempo, nuestra sociedad está fundada en la idea de que tenemos unos falsos derechos adquiridos que podemos exigir a cualquiera. Estos dos factores unidos llevan a numerosas explosiones de violencia. Los niños deben comprender que su libertad de pensamiento y expresión no es absoluta y que tienen que velar por los derechos de los demás.
– La ofensa no da derecho a la violencia. Uno de los problemas de la posmodernidad es que el relativismo nos impide distinguir correctamente el bien del mal y cualquier ofensa que viva una persona puede ser considerada razón suficiente para un estallido violento. El que alguien se sienta ofendido, con o sin culpa por parte del que ofendió, no justifica en modo alguno el uso de la violencia.
– El respeto es el clima necesario para la solución de problemas. Crear en los hogares un clima de respeto en el que los distintos puntos de vista sean escuchados y se proponga en lugar de imponer, es el entorno más adecuado para evitar la violencia como vía de solución de los conflictos.
Maria Solano
Para más información:
Libertad y tolerancia en una sociedad plural (Editorial Palabra). Autor Alfonso Aguiló.
Un libro que ofrece una reflexión sobre el equilibrio aparente entre libertad y tolerancia como punto de partida para crear una cultura que ve necesaria el asentamiento de límites.
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