Las tradiciones y hábitos que repetimos en nuestro hogar son los que le dan forma a nuestra identidad familiar. No tienen que ser grandes gestos ni costosos rituales, sino pequeñas acciones cotidianas que refuercen quiénes somos y cómo elegimos vivir juntos.
Desde una cena especial en los cumpleaños hasta la manera en que nos tratamos en el día a día, cada gesto deja huella. En nuestra familia, apostamos por la amabilidad, el sentido del humor y el cuidado mutuo, porque sabemos que la felicidad no está en la perfección, sino en la calidez de un hogar que se construye con amor y constancia.
Tenemos nuestras tradiciones para momentos especiales
No tienen que ser caras ni complicadas. Pero sí repetidas para que se consoliden como propias.
Por ejemplo, en los cumpleaños, el homenajeado elige comida y los demás recuerdan anécdotas de cuando nació. O vamos a tomar pizza a nuestro restaurante favorito.
Recalcamos cómo preferimos hacer las cosas en esta familia
Sin juzgar a los demás. Simplemente como seña de identidad. Por ejemplo, en esta casa cada uno hace su cama.
Los pequeños gestos repetidos en nuestro hogar son los que van conformando la manera que tenemos de comportarnos. Por eso es importante que definamos qué tipo de familia queremos ser.
Construimos hábitos que se conviertan en virtudes por repetición
Por ejemplo, recordamos siempre que en esta familia se piden las cosas por favor y se dan las gracias. Y así serán agradecidos y generosos.
Las virtudes no se logran con largos sermones ni con imposiciones sino con sencillas repeticiones de maneras adecuadas de comportarse. Por eso es tan importante que tengamos buenos hábitos.
Nos tomamos la vida muy en serio, pero con sentido del humor
No hay nada más atractivo que un hogar alegre en el que los problemas se ponen en su sitio y los obstáculos se vencen con buena cara.
El sentido del humor quita mucho hierro a los problemas que, no van a desaparecer, pero no nos angustian tanto. Además nos ayuda a poner el foco en lo importante.
Nos tratamos bien siempre, también en el día a día
Hasta para pedir la sal en la mesa, generamos el mejor clima posible. Nuestra amabilidad no puede ir a bandazos.
La amabilidad tiene que ser el signo de la vida en nuestra casa porque un entorno en el que apetece estar genera más sensación de familia.
Nos “descentramos” para centrarnos en los demás
Dejamos de ser el centro para pensar en los que tenemos al lado. Es la mejor manera de entrenar la generosidad.
En un tiempo de individualismo excesivo y de egoísmo consentido, nuestra familia es única porque nos cuidamos siempre los unos a los otros.
No somos perfectos, pero somos felices
Conocemos nuestras limitaciones, nos esforzamos por mejorar pero no nos agobiamos con un perfeccionismo que enferma.
Lo mejor es, muchas veces, enemigo de lo bueno. No podemos estar siempre pensando en lo que no somos o no tenemos. Vivimos con alegría nuestras circunstancias y nuestras limitaciones.