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Seis límites que garantizan la convivencia en familia

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Si definimos bien las líneas rojas que nuestros hijos no se pueden saltar, el día a día en nuestro hogar será mucho más sencillo.

Nunca se falta al respeto. Nunca es nunca. Nadie. Ni padres e hijos, ni los hermanos entre ellos ni dentro del matrimonio. Ni un grito ni un portazo. Es la base de la convivencia. Nos podemos enfadar, es lógico, pero jamás faltar al respeto. Esa línea roja es fundamental para que el resto funcione.

Comidas y cenas son sagradas. Y se avisa si no se puede venir. La familia se construye en la mesa, con la charla distendida donde todos contamos. Sin juicios de valor. Con muchas claves educativas que salen solas en la conversación. Y momentos de risa y de distensión que recordarán siempre.

Móviles fuera cuando estamos juntos. Fuera. Lejos de la vista. En otra habitación y en silencio. Para que no nos roben la atención. Somos los primeros que debemos dar ejemplo si queremos que utilicen bien la tecnología.

Por favor, gracias y perdón se utilizan todo el rato. Aunque a veces resulte cansino. Aunque lo vaya a hacer de todos modos. Aunque la molestia causada no sea para tanto. Muestra que realmente nos preocupamos por los demás.

Somos amables y generosos. No hay que pensar todo el rato qué puede hacer el otro o cambiar el otro para mejorar las cosas sino qué podemos cambiar nosotros. La amabilidad es contagiosa y hace que la vida sea más sencilla. La entrega a los demás nos hace más felices.

Saludamos, preguntamos, nos despedimos. No vivimos en un hotel. Que se note que los demás son lo más importante de nuestra vida al llegar a casa y que los echaremos de menos cuando nos vayamos.

María Solano Altaba
Directora Hacer Familia
Profesora Universidad CEU San Pablo

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