Si los profesores están bien, si disfrutan de su trabajo, si se sienten reconocidos, entonces la educación que reciban nuestros hijos será mejor.
Un 60% de los docentes siente que su labor profesional no es valorada por la sociedad. Alrededor de 1 de cada 3 profesores ha experimentado sentimientos de maltrato. El 13% ha tenido conductas autolesivas y a 8 de cada 10 no le importaría cambiar de trabajo. Para la inmensa mayoría, el 80%, el estado de ánimo repercute decisivamente en la calidad de su docencia.
Datos científicos extraídos del I Estudio Nacional sobre el Estado de Ánimo de los Docentes, llevado a cabo por Éxito Educativo, la Universidad UDIMA y Educar es Todo, con la participación de 3.800 profesores. Datos que demuestran que hay algo que no está funcionando en nuestro sistema educativo porque la “materia prima” de la docencia no es otra que las personas que la ejercen, con todos sus conocimientos y su voluntad.
Reconocimiento para los profesores
Si esos docentes no se sienten reconocidos por la sociedad, si consideran que su trabajo no incide en lo que de verdad importa, si creen que dedican demasiado tiempo a tareas que no son propias de la enseñanza, si ya no saben cómo atajar el problema de la apatía en las aulas, perderán la ilusión por una profesión que era, tradicionalmente, de las más vocacionales. Y, sin ilusión, el resultado es mediocre. El resultado es la educación de nuestros hijos así que urge tomar cartas en el asunto.
Sin duda, como en toda situación en la que intervienen procesos de salud mental, es básico reforzar los canales de asistencia con psiquiatras, psicólogos y terapeutas especializados para que las situaciones complejas se atajen tan pronto como sea posible y los cuidados de la salud no se dilaten en el tiempo por falta de especialistas, retraso en el diagnóstico y escaso seguimiento en el tratamiento.
Pero, si se desciende al origen de estos problemas, es posible actuar sobre las causas y no solo dar soluciones cuando ya es tarde sino evitar el creciente desánimo entre la profesión. Víctor Núñez, CEO de Éxito Educativo y profesor en la Universidad a Distancia de Madrid, que ha participado en la elaboración de este estudio, ha repasado con Hacer Familia cuáles son los focos en los que hay que poner la atención para resolver el actual estado de la educación y mejorar la vida de los docentes. Para Núñez, hay tres puntos clave: el exceso de burocracia, los constantes cambios legislativos y los problemas de comportamiento de los alumnos.
El exceso de burocracia
Si bien el control de la calidad es necesario, en los últimos años la docencia se ha sumido en un frenesí que ha generado mucha más burocracia de la que es necesaria y, sobre todo, mucha burocracia que es innecesaria. Con el bien intencionado afán de garantizar los estándares de calidad en todas las aulas de todos los centros educativos y niveles, los docentes han entrado en una espiral en la que pasan buena parte de su tiempo generando evidencias para demostrar que han hecho bien el trabajo que ya venían haciendo bien.
El problema de estos nuevos sistemas de control de la calidad es que, en lugar de llevar a cabo revisiones puntuales y aleatorias que permitan mantener la tensión de los docentes, se ha sobredimensionado el control de la calidad hasta límites tan elevados que hacen imposible a los controladores controlar el volumen de lo solicitado a los docentes.
Además, el tiempo que los docentes destinan a cumplimentar con procelosos procedimientos burocráticos, es un tiempo no dedicado a la mejora y actualización de sus conocimientos, a la revisión de sus materiales o a la corrección de las pruebas de evaluación necesarias.
Asimismo, estos sistemas de control de la calidad, no sirven para valorar la verdadera esencia de la educación porque sólo permiten documentar aspectos eminentemente cuantitativos y no cualitativos, que son más relevantes. Por último, en lugar de trabajar pensando en los alumnos y en su mejor aprendizaje, los maestros y profesores acaban cayendo en la trampa de la burocracia: toman decisiones basadas en cómo se podrá documentar más que en qué efecto tendrá sobre la enseñanza. Incluso llegan a evitar actividades que no se pueden documentar o que pueden ser criticadas por el agente controlador para evitar mayores problemas. Es decir, en último término, la educación se adapta a la burocracia, y no al contrario.
Cambios legislativos
Uno de los males endémicos de los últimos años ha sido el constante cambio de las leyes educativas. El problema es doble para los docentes: tanto de fondo como de forma. De fondo, porque se producen divergencias en los modelos educativos, sobre qué evaluar -más contenido o más competencias-, cómo evaluarlo y qué consecuencias tiene la evaluación, es decir, los siempre controvertidos criterios de promoción y obtención de títulos. Eso obliga a los docentes a replantearse los criterios y sistemas de evaluación y genera numerosas dudas en los cursos en los que se produce un cambio de ley, con abundantes solapamientos entre una ley y la siguiente.
En cuanto al contenido, el constante cambio de planes de estudios, con la consiguiente revisión de guías docentes, materiales docentes, manuales de asignatura, actividades formativas y sistemas de evaluación supone un consumo de energías que es muy poco comprendido entre la comunidad educativa, que participa escasamente en los procesos de elaboración de estas leyes.
Muchos profesores se encuentran desorientados en el marasmo educativo que, en el caso de España, no acaba en la legislación estatal, sino que tiene implicaciones autonómicas. Y, o bien acaban reduciendo su docencia al mínimo común de las distintas regulaciones, o bien eligen impartir dentro de sus aulas lo que consideran correcto. Pero como están sometidos a la presión constante del control de calidad, esto genera enormes niveles de ansiedad.
Un buen ejemplo es el que está teniendo lugar este curso académico. Con un gobierno en funciones que no había terminado todo el desarrollo normativo de la Lomloe, la ley educativa en vigor, los docentes de 2º de Bachillerato, un curso especialmente importante porque da acceso a la Universidad, han empezado a estudiar sin tener del todo claro el modelo de Selectividad, con un temario que pertenece a la nueva ley, pero unos sistemas de evaluación que son los de la antigua.
Falta de atención de los estudiantes
El gran debate de estos años no es evaluar si las pantallas han mermado la capacidad de atención de los estudiantes, sino cuánto la han mermado. Los docentes refieren a menudo que uno de los mayores problemas con los que se enfrentan es que los alumnos no les prestan atención. El problema ya no es tanto la indisciplina, habitual en anteriores generaciones, como la apatía. Los primeros estudios científicos disponibles están demostrando que el abuso de nuevas tecnologías en las aulas ha mermado sensiblemente la capacidad de atención de los estudiantes, hasta el punto de que son muchos los centros educativos que están dando marcha atrás en la política de uso de dispositivos digitales y, cuando no los eliminan por completo, limitan considerablemente el acceso.
Explica Víctor Núñez que la sobreexposición a las pantallas está mermando la capacidad de los estudiantes para centrar su atención en el aprendizaje. Este fenómeno no es único de niños, adolescentes y jóvenes. Los adultos experimentamos una sensación similar con el llamado “multitasking”. El uso de dispositivos digitales permite hacer tantas tareas a la vez que se pierde la atención sobre cada tarea de manera individual.
Por eso, la falta de atención es un problema doble. Para los alumnos, porque no dedican tanto esfuerzo mental a la consecución de los resultados de aprendizaje. Para los profesores, porque también tienen más dificultad para profundizar en sus contenidos, aunque logren que sean más visuales e interactivos.
La familia, aliada del docente
Que seis de cada diez profesores se sientan poco valorados por la sociedad es un grave problema al que hay que hacer frente desde la célula primigenia, que es la familia. Hay que revisar las causas de esa escasa valoración y comprobar si ha afectado el hecho de que, al ser una profesión poco reconocida, no sea elegida por los mejores estudiantes como futuro laboral, eso provoque la bajada del nivel académico de los estudiantes de los grados en Educación y de los másteres de enseñanza Secundaria y Bachillerato y, como consecuencia, aumente la percepción negativa de los docentes.
Pero en este problema multifactorial también tiene importancia un elemento negativo que se da con demasiada frecuencia en el seno de los hogares: la sobreprotección de los hijos. Eso provoca una pérdida paulatina de la autoridad del profesor en el aula junto con el peligroso endiosamiento de los alumnos, que creen tener derecho a opinar sobre cualquier aspecto de su proceso educativo y que cuentan con el respaldo de sus padres.
Las familias podemos hacer mucho para revertir esta situación si devolvemos a la educación el valor que tradicionalmente ha tenido, como el mejor vehículo para el crecimiento personal, y colocamos a los maestros y profesores en el centro de este proceso como referente indiscutible del saber que transmiten.