Tras una catástrofe, es frecuente que se produzcan grandes olas de solidaridad para ayudar a los damnificados por la tragedia. Hacer partícipes a nuestros hijos de este fenómeno les ayudará a crecer en generosidad, en empatía y en austeridad.
La mejor manera de enseñar es el ejemplo. Porque desde el ejemplo, nuestros hijos copian nuestras acciones e interiorizan los valores que esconden, a veces sin ni siquiera ser conscientes de ello. En el desastre que ha asolado Valencia y algunos pueblos de las Comunidades limítrofes, hemos visto una explosión de solidaridad sin precedentes, una solidaridad que ha ayudado a unas víctimas que se sintieron abandonados por las administraciones públicas. Hay varios aprendizajes para nuestros hijos que les servirán para el futuro:
El ejemplo de los demás y nuestro ejemplo
La solidaridad contemplada en la televisión ya es un ejemplo en sí mismo, pero si además nosotros nos sumamos a la corriente solidaria y nos acompañan, verán que es una realidad palpable. Tenemos que pensar qué podemos hacer por quienes nos necesitan, adaptarlo a nuestras posibilidades y ponernos manos a la obra.
Anímalos a desprenderse de algo propio
Ser desprendidos es un valor que, si se aprende bien en la infancia y la juventud, estará bien arraigado en la etapa adulta. Y tiene un impacto doble sobre la vida de nuestros hijos. El primero, más evidente, en forma de generosidad, una virtud fundamental. El segundo, no tan claro, en forma de austeridad. Donar algo que tienen, ya sea parte del dinero de su hucha, ya unos juguetes, unos libros o algo de ropa, les servirá para ser austeros, es decir, para tener menos de lo que pueden tener, y para no estar tan atados a los bienes materiales, de modo que serán más libres.
Regalad vuestro tiempo
En la solidaridad, no sólo es importante lo material. Una generosa entrega es donar nuestro tiempo, muy escaso en las vidas tan complicadas que llevamos. El tiempo es una forma de solidaridad porque lo que necesitan muchas veces las personas es sentirse acompañadas. Hay muchas formas de dar nuestro tiempo como familias, desde hacer una compra que donamos en el caso de una catástrofe natural hasta viajar cuando sea posible a la zona afectada y ayudar a una familia a pintar su casa, invitar a nuestra casa por un tiempo a un niño que se encuentre en un centro de acogida o compartir una tarde a la semana con unos ancianos que no son visitados habitualmente por sus familiares.
Construid comunidad
Uno de los mejores regalos que podemos hacer a nuestros hijos para su vida adulta es que descubran la grandeza de vivir en comunidad, de la ayuda y la colaboración mutua. Los individuos aislados son fácilmente manipulables. Los individuos que desarrollan su vida primero en la familia y, después, en otras estructuras comunitarias (la parroquia, el barrio, el colegio…) tienen mejores niveles de desempeño en su pensamiento crítico, más asertividad y más autoestima.
Descubrid el valor de la caridad
Más allá de la mera generosidad, la caridad es una virtud más específica que pone al otro en el centro. Para las personas creyentes, además, en ese prójimo se encuentra el mismo Jesús, que nos dijo que cualquier cosa que hiciésemos a sus hermanos pequeños, buena o mala, se la estaríamos haciendo a Él mismo. En la caridad, nuestros hijos van a encontrar en el prójimo a unas personas dignas de toda su consideración, no una mera oportunidad de filantropía.
Avanzad desde el “yo” y el “nosotros” hasta el “vosotros”
Enseñamos a los niños desde muy pequeños a ocuparse de sus cosas. Y suelen adquirir esas destrezas muy pronto: preparan su ropa y su mochila, hacen sus deberes… El siguiente escalón es llevarlos a participar en tareas colectivas, el “nosotros”, poner y quitar la mesa, ayudar con el aspirador. Son encargos que benefician a los demás pero también a ellos. El tercer peldaño, el de la generosidad, implica hacer algo por los demás que no los beneficia directamente (aunque la solidaridad siempre implica un crecimiento personal). Es el más complicado de adquirir. Supone recoger el jersey que ha dejado tirado un hermano aunque no sea nuestra responsabilidad o ayudar a otro con las matemáticas que ellos dieron el año pasado. En el caso de la solidaridad frente a una catástrofe, este aprendizaje está garantizado.