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Confiar en nuestros hijos es la base de su autoestima

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Para construir una autoestima fuerte, para que nuestros hijos confíen en sí mismos y en sus capacidades, el punto de partida es que nosotros creamos en ellos. Y eso incluye que no le tengamos miedo a correr el riesgo de que se equivoquen. Sólo si confiamos, confiarán.

A veces los padres cometemos el error de no dejar crecer a los hijos. Por hacerles la vida más fácil, llevamos a cabo por ellos tareas que podrían haber abordado. Para evitarles un esfuerzo, nos esforzamos nosotros. Por temor a que aún no sepan enfrentarse a un determinado reto, se lo damos completado. No nos damos cuenta que, con esos pequeños favores nacidos de la mejor de las intenciones, les estamos robando la posibilidad de crecer, de valerse por sí mismos, de sentirse capaces y, por tanto, de fortalecer su autoestima.

La autoestima se construye con tesón, a base de una suma de muchos pequeños detalles que van desarrollando nuestra percepción de que somos capaces de hacer frente a las situaciones que van apareciendo en nuestra vida. Necesita ese tesón porque puede que lo que ansiemos no salga bien a la primera. Puede que, de hecho, salga realmente mal. Entonces, levantarse para volver a intentarlo será el mejor aprendizaje para nuestros hijos. Se darán cuenta de que el esfuerzo tiene un valor y también un coste y se sentirán orgullosos de haber superado todas las dificultades que se han encontrado en el camino.

La lectura equivocada de la ayuda

Además de la importancia que tiene dejarles espacio para que crezcan, maduren, asuman responsabilidades y construyan su propia autoestima, hay un elemento clave que nos debe disuadir de prestarles ayuda cada vez que lo necesitan. Aunque los padres quieran ayudar a sus hijos para ahorrarles así un poco de esfuerzo, la realidad es que corren el riesgo de hacerles sentir que no son capaces de afrontar un reto o superar un obstáculo. Peor aún: sienten que sus padres no los creen capaces, las personas que más los quieren y mejor los conocen consideran que no están preparados. Como posiblemente tienen otros niños y adolescentes alrededor que sí se enfrentan solos a los retos, la consecuencia es que les hace sentir inferiores y van perdiendo autoestima al comparar su día a día con el de los demás.

Exigencia

El cerebro del menor juega entonces una mala pasada que provoca no pocos problemas educativos. Como no se quiere sentir inferior a otros compañeros de su edad que sí hacen muchas tareas solos, en vez de pensar que sus padres lo ayudan porque lo quieren mucho, piensa que lo ayudan porque tiene derecho a que se lo den todo hecho. Y así, poco a poco, se va fraguando la figura del pequeño dictador: un hijo sin autonomía propia que esconde su falta de autoestima en un exceso de soberbia y un elevado grado de exigencia con todos los que hay a su alrededor.

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