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Eva Bach: «La familia no es un hostal donde cada uno entra y sale cuando quiere»

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Eva Bach es pedagoga y maestra, y además pionera en la introducción de la educación emocional en España, sobre todo en la adolescencia, un tema urgente en estos tiempos complejos. Consciente del rechazo y la negatividad que genera esta etapa en la sociedad en general, Eva Bach aboga por dejar de tratar la adolescencia casi como una enfermedad.

Como divulgadora y escritora de 12 libros, durante la pandemia se convirtió en referente en todos los medios de comunicación para dar herramientas de gestión emocional porque para esta pedagoga la adolescencia es una fase natural de la vida por la que todos hemos pasado y por la que muchos vivimos las consecuencias de no haber sido comprendidos ni atendidos como necesitábamos. Una gran guía para este tema es su libro «Adolescencia, qué maravilla» (Plataforma Editorial), que ya lleva 21 ediciones, centrado en los aspectos positivos de la adolescencia.

La adolescencia, esa etapa incomprendida

Has trabajado el tema de los adolescentes como experta, pero ¿qué es lo que más te ha descuadrado al llegar a tu experiencia como madre de un adolescente?
Lo que más me descuadró no fueron los cambios que se producen durante la adolescencia, sino lo que algunos de esos cambios cuestionaban y ponían de relieve sobre mí misma, nuestra familia y la sociedad en general. Me di cuenta de que muchos de esos cambios nos estaban interpelando a los adultos. Los más chocantes eran llamadas a otros cambios que debíamos realizar también nosotros para entenderles y acompañarles mejor y para armonizar los valores que predicamos con los que practicamos. Y esto, que tiene su parte ingrata y difícil, me pareció extrañamente maravilloso a su vez, pues entendí y viví su adolescencia como una oportunidad para crecer también yo como persona. Suelo decir que lo que no soportamos no es a los adolescentes sino lo que sus adolescencias nos obligan a reconocer, revisar y resolver en nosotros. Los adolescentes son una bocanada de aire fresco con un gran potencial transformador para su familia y para la sociedad entera, y es una verdadera maravilla si sabemos aprovecharlo.

De los grandes temas de los adolescentes, ¿cuál es el más preocupante en el momento actual?
Para mí el más preocupante no son los móviles, el porno, las agresiones sexuales, el bullying y otros por el estilo. A pesar de que son cuestiones que llegan a ser de extrema gravedad en algunos casos, no dejan de ser síntomas y a lo que hay que ir es a las causas.

Para mí, el gran problema es la salud mental y emocional, estrechamente relacionadas, puesto que cuando están maltrechas acaban desembocando en estos y otros comportamientos dañinos en lo personal y en lo social.

Detrás de estos comportamientos encontramos profundas soledades, desiertos emocionales interiores, grandes miedos existenciales, necesidades afectivas vitales que no han sido adecuadamente atendidas, vínculos insanos e inseguros, heridas en sus corazones y su autoestima, falta de límites firmes, tiernos y protectores a la vez, desmotivación producto de la desesperanza. Lo que más me preocupa es todo esto, porque es lo que acaba desembocando en lo otro.   

Para sobrevivir al día a día, ¿qué es lo que necesitan saber los padres?
Que los cambios y los vaivenes emocionales adolescentes no se los tomen como algo personal contra ellos. Sus hijos no se han vuelto locos, no han perdido el norte, no quieren amargarles la vida ni pasan de ellos (aunque a veces lo parezca). La mayoría de los grandes cambios que ocurren en esta etapa tienen una explicación y un sentido desde el punto de vista neurobiológico. Son cambios cerebrales psicoevolutivamente necesarios para crecer, madurar y asumir retos que tienen que empezar a asumir de forma autónoma y que de otra forma no serían capaces de asumir. Como dice Daniel Siegel, gracias a ellos pueden desarrollar habilidades que van a necesitar para la vida. Comprender esto y tenerlo muy presente nos puede ayudar a mantener la serenidad, la calma, la paciencia, la confianza y una actitud amorosa, que son cruciales siempre y mucho más en esta etapa.

¿Qué debemos tener en cuenta para que nos respeten, nos tomen en consideración, y la convivencia no se convierta en una pelea continua?
Nuestra propia competencia emocional y la comunicación afectiva, con corazón, son dos grandes claves. Para evitar peleas continuas, nosotros tenemos que saber calmar nuestras propias emociones y disponer de recursos para ayudarles a calmar y conducir las suyas del malestar al bienestar. Mal iremos si cuando ellos gritan, nosotros gritamos más, si perdemos los estribos a la primera de cambio o a cada salida de tono suya. Si queremos que nos respeten y nos consideren tienen que sentirse respetados y tomados en consideración por nosotros. «Mereces que te trate bien, y merezco y agradezco que tú también me trates bien» pero para ello tenemos que tratarles bien de verdad y esto significa escucharles, interesarnos por lo que necesitan, lo que les hace sentir bien tratados y lo que no. Si estamos demasiado alterados, primero nos calmamos y lo intentamos de nuevo en otro momento. Puede que para lograr entendernos tengamos que cambiar la mirada, mirarles a ellos o mirar algo con mejores ojos. Puede que nos convenga mirar y tratar mejor a nuestros propios padres o pareja, además de a ellos. La adolescencia es una etapa que tiene sus dificultades y sus maravillas como cualquier otra, pero a veces solo vemos lo difícil y lo que no nos gusta. Ocurre con frecuencia, puesto que las dificultades saltan a la vista, mientras que las maravillas solo se ven con los ojos del alma y hay que saber descubrirlas y potenciarlas.

¿Cuándo se acaba esto de la adolescencia? ¿Es posible volver a tener con nuestros hijos una relación normalizada después de la montaña rusa de la adolescencia?
Parece que cada vez empieza antes y acaba más tarde. Tenemos adolescentes de 30, 40 años y más, que han crecido en edad pero no en madurez emocional y social. La corteza prefrontal del cerebro, que es la responsable de las habilidades reflexivas, culmina su madurez entorno a los 25 años (las edades siempre son relativas y aproximadas). Desde bastante antes (18-20), ya debería desaparecer o al menos atenuarse la montaña rusa, ya tendrían que ir dándose señales de madurez en la toma de decisiones, la capacidad para el diálogo sereno y calmado, el autocuidado y la asunción de las propias responsabilidades adultas, etc.En cuanto a volver a tener una relación normalizada, si en la adolescencia hemos sabido comprenderles y acompañarles de forma adecuada, la relación con nuestros hijos no solo volverá a ser normalizada sino que puede ser mucho más bonita, cercana y gratificante.

Cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia, los padres sufrimos «el peaje de ser padres», ¿cómo resolver esta situación para que no nos cueste «caro»?
El «peaje de ser padres» hace referencia a esos comportamientos que nos molestan o nos desagradan de nuestros hijos pero que forman parte del crecimiento y son absolutamente normales e inevitables en su mayoría. Por ejemplo, el desorden de sus habitaciones y sus cosas. Sin embargo, esto no significa que tengamos que tolerar cualquier grado de desorden. Tampoco podemos sentarnos a esperar a que se resuelva solo, ni mucho menos que con hablarlo una sola vez se vaya a solucionar para siempre. Tenemos que mostrarles qué valor y sentido tiene que esté mínimamente ordenado, invitarles a pensar opciones para que lo esté, llegar a acuerdos, volver sobre ello si se relajan y no los cumplen, inventarnos variaciones ingeniosas para volver sobre el mismo tema -sin desesperarnos- las veces que haga falta. Para que todo esto no nos cueste caro, la clave está en saber distinguir lo tolerable, aceptable y negociable, de lo intolerable, inaceptable e innegociable. Esto último es todo lo que tiene que ver con su salud e integridad física y psíquica, y con la nuestra, así como con los valores humanos esenciales. Ahí hay que marcar unos límites muy claros, muy firmes y muy amorosos.

Nos piden que les dejemos hacer su vida, pero no se independizan, ¿qué hacer para mejorar la convivencia en familia y que entiendan que los demás también existimos?
Tenemos que dejarles hacer su vida. Si valoramos nuestro propio espacio personal, hay que respetar profundamente que nuestros hijos quieran y tengan el suyo. Pero teniendo en cuenta siempre que la libertad es proporcional a la madurez, la responsabilidad y la autonomía personal. Y que, mientras no se independicen y vivan bajo nuestro techo, habrá que establecer unas normas para que todos podamos disfrutar de nuestros propios espacios y tiempos. Van a tener que contribuir además a la convivencia familiar aportando algo de valor para el bienestar de todos y asumiendo una serie de compromisos y responsabilidades que habrá que pactar. Y tendrán que haber necesariamente unos espacios y unos tiempos compartidos, puesto que la familia no es un hostal donde cada uno entra y sale cuando quiere sin tomar en consideración al resto.

¿Es esta generación de adolescentes más «difícil» que la nuestra?
En la adolescencia hay aspectos que son comunes a todas las generaciones (actuales y anteriores) y aspectos que varían significativamente. Los que son similares son los factores neurobiológicos y psicoevolutivos a los que he aludido anteriormente. Los que varían son los que tienen que ver con la coyuntura social de cada época.

Antes, para bien o para mal, se nos mostraba un camino que se consideraba el bueno y otro que era el malo. Ahora hay una infinidad de opciones.

El mundo digital y las redes sociales son una ventana abierta al mundo donde se nos muestra todo a la vez, lo digno y lo indigno, lo sano y lo insano, lo justo y lo injusto, lo bondadoso y lo cruel, y parece que todo valga lo mismo. Se nos han desdibujado los referentes, por lo que cada vez dudamos más y tenemos más miedo a equivocarnos. Por otra lado, está la desesperanza que sienten los adolescentes ante la falta de futuro o ante un futuro que parece más aciago que el nuestro. Si a todo esto le sumamos la desconexión adulta de nuestro sentir profundo y de lo esencialmente vital y humano, la incapacidad para comunicarnos desde el corazón y para acompañarles y educarles en los grandes temas de la vida desde la cuna, creo que tenemos algunas de las claves por la que tenemos esa sensación de que ahora es más «difícil».

 ¿Puedes desvelar algunos de esos pequeños secretos que nos ayuden a convertir a nuestros hijos adolescentes en personas de bien?
La coherencia entre lo que predicamos y lo que practicamos es lo primero. No es ningún secreto pero es indispensable. Si quiero que florezca en ellos la bondad, lo que yo les dé tiene que ser bondadoso. Si quiero que sean personas con corazón, voy a tener que poner corazón en la educación, relación y comunicación con ellos. También es necesario que confiemos en su bondad. Si confiamos en que son seres bondadosos, tendrán más ganas de mostrarnos esa bondad, querrán corresponder a nuestra confianza encarnando esa bondad que les presuponemos. A veces, en la adolescencia dejamos de confiar en ellos. Por otro lado, se requiere una actitud empática y comprensiva, un corazón siempre abierto y sensible por nuestra parte. La conexión emocional con ellos, el saber ver, acoger, acompañar y legitimar sus necesidades y sentimientos, incluso cuando sus conductas son inadecuadas, sembrará en ellos la semilla de la empatía, que está en las raíces de la bondad, la compasión y la paz.

¿Cómo podemos tender un puente entre el mundo de los adolescentes y el nuestro si tenemos que seguir siendo padres y debemos alejar la idea de ser sus amigos?
Ciertamente, tenemos que ser padres y no amigos, porque si queremos ser amigos les dejamos huérfanos de padres, como bien señaló Emilio Calatayud. Sin embargo, para tender puentes entre nuestro mundo y el suyo hacen falta actitudes «amigables», es decir, tratarles con la misma delicadeza y respeto con que tratamos a nuestro mejores amigos. Sin interrogatorios, sin reproches, sin amenazas, sin menosprecios, sin decirles que no esperamos nada bueno de ellos… A pesar de ser sus padres y ellos nuestros hijos, ese puente solo es posible trazarlo desde nuestra dimensión común de personas. Aunque estén en una etapa psicoevolutiva distinta de la nuestra, son personas antes que adolescentes. Para entendernos y comunicarnos con ellos hace falta lo mismo que para entendernos y comunicarnos con cualquier persona. Conectar con sus corazones desde nuestro corazón, con sus miedos, sus sueños, sus alegrías y sus tristezas desde las nuestras, hablar y compartir lo esencialmente vital y humano que nos atañe y nos implica a todos, construye puentes y teje vínculos sanos, poderosos y consistentes. Mostrarles nuestra dimensión humana, más allá de la de madre o padre, es ofrecerles un espejo en el que podrán reconocer su propio reflejo en el nuestro y descubrir todo aquello que nos une profundamente.

Marisol Nuevo Espín

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