Vía de comunicación eficaz para las chaquetas perdidas, las epidemias de piojos o la gestión de cumpleaños, el grupo de WhatsApp que muchos padres comparten en la clase de sus hijos tiene un perverso efecto secundario: no les deja crecer. La razón: se ha convertido en una peligrosa «agenda subsidiaria» de las tareas de sus hijos.
«Toda ayuda innecesaria empobrece a quien la recibe». Esta frase digna de ser esculpida en piedra debería ser principio fundamental para los padres a la hora de tomar decisiones respecto al nivel de autonomía que tienen que permitir a los hijos. Uno de los terrenos en los que el campo de batalla es amplio es el de las tareas y las obligaciones escolares.
El objetivo de los padres ha de ser mejorar el nivel de autonomía de los hijos desde las primeras etapas educativas, porque el error es parte fundamental del aprendizaje y la adquisición de responsabilidades es necesaria para aceptar retos futuros y para mejorar la autoestima. Logrado el reto de construir una autonomía fuerte, el camino será mucho más fácil de seguir a medida que nuestros hijos se adentren en el resto de las etapas educativas.
En esta autonomía, nos encontramos un obstáculo tecnológico imprevisto, puesto que el fin con el que surgió no era negativo, aunque ha traído consigo un efecto colateral no deseado.
Los grupos de WhatsApp de padres han desarrollado una función para la que no habían nacido: convertirse en sustituto de la agenda de sus hijos. Alguien escribe en el grupo «¿qué ejercicios de matemáticas tenían que hacer? Es que Fulanito no se entera de nada. Gracias». Y otro adulto contesta «Dice Menganita que el 7 y el 8 pero no me fío nada». Un último siembra las dudas: «Pues a mí me dice Zutanito que son el 10 y el 11». Falta la puntilla de los críticos con el sistema: «Es que la profesora debería hacerlo de otra manera». Y algún padre que llega tarde al WhatsApp se encuentra con doscientos mensajes de golpe sobre los deberes de ese día.
Efectos educativos de los grupos de WhatsApp de padres
Vamos a analizar las consecuencias para la educación de nuestros hijos.
Irresponsabilidad. Si empezamos a repetirles en casa lo que les han dicho en el colegio que tienen que hacer, nuestros hijos se darán cuenta de inmediato de que disponen de una «copia de seguridad» de la información que reciben en el colegio, de modo que no es tan importante que presten atención en el aula, que sus hijos lo tienen ya por escrito en el WhatsApp.
Su nivel de responsabilidad sobre uno de los aspectos de su vida que le es absolutamente propio -sus estudios- se va reduciendo hasta volverse «irresponsables».
Desconfianza. Con este trasiego de mensajes, en algunas ocasiones ocurrirá que no coincidan las informaciones que manejan padres e hijos. Si se produce ese choque y los padres no se fían de los hijos y se fían más de otros padres, lo que supone fiarse más de los hijos de esos padres, podemos caer en el error de transmitirles a nuestros hijos que no nos fiamos de ellos.
Al verse etiquetados de esa manera, el nivel de desconfianza de la relación acaba enturbiando no solo las cuestiones académicas sino otros ámbitos en la vida.
Comparativa. Los WhatsApp de grupo no solo son malos porque limitan la responsabilidad de nuestros hijos. También nos llevan a conocer (o creer que conocen) el comportamiento de otros niños de la clase. Y, en última instancia, a comparar el comportamiento de nuestros hijos con el de los demás. Eso puede provocar que nuestros hijos se sientan constantemente juzgados y menos valorados que otros niños.
Su apego y su autoestima pueden estar en riesgo. Además, podemos complicar las relaciones de los niños en el aula porque los adultos generan dinámicas de comportamiento que no habrían generado los propios niños al señalar al alumno aplicado y diferenciarlo de los demás.
Sensación de control. Uno de los elementos que configura la diferencia entre las personas y los animales es la capacidad de tomar decisiones libremente. En ello se fundamenta la formación moral que recibimos desde la infancia y que nos permite distinguir entre el bien y el mal para intentar tomar la elección correcta. Para aprender a hacer un uso adecuado de esta libertad, también es necesario que nos equivoquemos y, al equivocarnos, que tomemos conciencia del coste de nuestros errores.
Los WhatsApp de grupo de padres en los que se informa constantemente de las tareas de clase impiden a los niños tomar la decisión libre de hacer o no hacer los deberes, fundamentada en principios morales, y de experimentar las consecuencias de tomar una decisión acertada o una equivocada. Ese excesivo control les priva del necesario aprendizaje de la libertad.
Pérdida de autoestima. Los padres consideramos, en muchas ocasiones, que al ayudar a nuestros hijos les estamos haciendo un favor. No nos damos cuenta de que lo que les estamos trasladando al mismo tiempo es que no les creemos capaces de llevar a cabo esa tarea por ellos mismos. De modo que acaban por sentirse menos preparados que los demás y su pérdida de autoestima se va dejando notar en todos los ámbitos de su vida.
La expresión «Toda ayuda innecesaria empobrece al que la recibe» recoge precisamente esta realidad: ayudar a nuestros hijos en aquello en lo que podrían valerse por sí mismos no solo no les deja aprender, sino que les traslada el mensaje de que no los creemos capaces de abordar ese reto por sí mismos.
María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia y profesora de la Universidad CEU San Pablo
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