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Madres, que sin ser superwoman, se saben buenas madres

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Mayo es el mes de la madre. Y en estos tiempos convulsos en los que todo se politiza, queremos destacar la importancia de la figura de la madre, no contrapuesta al padre, sino como el complemento perfecto que garantiza que cada miembro de la familia crecerá en plenitud.

Habrá quien considere políticamente incorrecto hablar en un reportaje de las madres sin plantear su situación como la de un grupo sojuzgado, sometido históricamente al varón, o con un deseo irrefrenable de abandonar su rol de cuidadora como si fuera un castigo impuesto por una sociedad antiquísima y anquilosada.

Pero lo cierto es que las cifras nos hablan de otro tipo de madre, que es a la que queremos analizar: una madre que no se siente atada sino que elige libremente, una madre que lo es junto a un padre, complemento perfecto en las diferencias, una madre que disfruta de su día a día, nada sencillo, que compatibiliza todas las facetas de su vida -trabajo, familia, hogar- sin ser una superwoman y que se sabe mejor madre gracias al padre.

El problema en el discurso ideologizado de las últimas décadas es que se malinterpretó que para que la mujer tuviera su espacio, tenía que arrebatárselo al hombre, de modo que se convirtió el feminismo en un movimiento radical en contra de todos los hombres -no de aquellos que impedían a la mujer su libertad y dignidad-. Pero la extensión de este pensamiento ha hecho ver en todo varón un enemigo de la mujer, cuando no es esa la realidad.

Carmen Sánchez Maíllo, secretaria académica del Instituto de la Familia de la Universidad CEU San Pablo, explica a Hacer Familia que se está culpabilizando a todos los hombres de actitudes contrarias a las que tienen. Todos tenemos alrededor a padres, esposos, hermanos, maestros, compañeros de trabajo, que apuestan firmemente por la mujer y por sus derechos. Para Sánchez Maíllo, que ha estudiado en detalle cómo en los últimos años se está produciendo un proceso de «reeducación social» nacida de la ideología de género, se parte de «la hipótesis de culpabilidad colectiva aplicada a todos los varones». Y, en lugar de buscar la «complementariedad entre los sexos, se crea una lucha entre ellos, un conflicto».

La profesora María Calvo Charro, de la Universidad Carlos III, autora del libro Alteridad sexual, entre otros dedicados a esta cuestión, sitúa el origen del problema en mayo del 68, cuando una suerte de «confabulación feminismo maternal» determinó que los varones tendrían que «expiar» la opresión a las mujeres de la antigua sociedad patriarcal. Y ahora asistimos a un problema doble: la mujer ha ocupado el espacio del hombre, sigue ocupando el tradicional de la madre, no ejerce los roles del padre y, además, deja al varón fuera de todo lugar en la familia.

Por eso es tan importante que, al reivindicar el papel de la madre, se reivindique también el complementario del padre. «No denostemos al varón por el hecho de ser varón, ni ‘empoderemos’ a la mujer por ser mujer. Lo mujer no está por cuota, está porque es valiosa y enriquece y humaniza todo lo que toca», asevera Sánchez Maíllo.

Imprescindibles y diferentes

Precisamente es esa capacidad de humanizar, de cuidar, de generar apego, lo que destaca del papel de la madre. «Es el papel del ‘cuidado’ que fomenta la madre frente al de mayor riesgo que fomenta el padre», explica a Hacer Familia Nuria Chinchilla, experta en conciliación y familia y directora del Centro Internacional Trabajo y Familia/I Wil (IESE Women in Leadership) del IESE Business School.

Porque cuando hablamos de maternidad, en realidad hablamos de lo que les aporta a los hijos. Y los expertos coinciden en que lo mejor para ellos es «la complementariedad. Un proyecto común, pero con diferencias que se consensuan», apunta Chinchilla. Por eso, la madre es mejor con el padre y los hijos son mejores con ambos.

Explica María Calvo el doble papel que desarrolla el varón en la familia. En primer lugar, él «libera» a la madre, la libera de sus hijos, le da alas para desarrollarse en otros ámbitos como el profesional o el personal. Es la figura del padre la que permite a la mujer tener mayor autonomía. De hecho, Calvo ha estudiado problemas habituales en madres solas, para las que sus hijos son, literalmente, la única razón de su existencia, y que pueden llegar a caer en relaciones inadecuadas, hasta el punto de confundir al hijo con la pareja. Esa excesiva vinculación con los hijos, el «síndrome de interinidad uterina», en el que prolongamos la superprotección de la madre, no favorece ni a los hijos ni a las mujeres. El padre equilibra esa relación y permite crecer a la madre.

En segundo lugar, los padres dan libertad a los hijos, les muestran la forma en la que tienen que ser autónomos e independientes. Pero los libera ‘responsablemente’ con control, con valores, con un seguimiento de esa libertad concedida. Nuria Chinchilla añade de qué manera la involucración del padre es un aspecto positivo en lo social, lo cognitivo y lo emocional. Aporta a los hijos sentido de pertenencia y un necesario ejemplo del buen trato, afecto y comunicación hacia las mujeres.

A veces pensamos que el amor de la madre es «de mejor calidad», pero en realidad son diferentes. «El amor de la madre es muy físico. El amor del padre es distinto, pero no tiene menor calidad. Nace del deseo de fortalecer al hijo. Y aunque hay menos manifestaciones físicas, es también muy generoso», explica Calvo. Por ejemplo, el padre es capaz de establecer límites en la adolescencia sin que importe si el hijo lo entenderá o no, si le va a odiar durante un tiempo. Y eso es justo lo que el hijo necesita.

Descubrir al otro

Sobre el papel, la necesidad de madre y padre es evidente. Pero cuando descendemos a la vida cotidiana, descubrimos cómo muchas conversaciones de madres giran entorno a lo que los padres «hacen mal» y muchas de los padres versan sobre las «manías» de las madres. Son las consecuencias no deseadas de esa ideología que plantea la relación hombre-mujer como una batalla.

Chinchilla anima a «descubrir los atributos masculinos y femeninos y comprender la complementariedad». María Calvo ha acuñado la idea del ‘padre destronado’, que recoge en uno de sus libros, y pide que «les respetemos en su forma de actuar». Para esta especialista, buena parte del problema procede de que la mujer se ha incorporado al mercado laboral, antes eminentemente masculino, pero no ha dejado al hombre entrar en el hogar, antes eminentemente femenino, o, al menos, no a su manera.

Muchas mujeres exigen que se hagan las cosas como ellas las harían. No aprecian lo que puede aportar el varón por su forma de hacer las tareas y, al reprocharles, los expulsan. La consecuencia es que el hombre no encuentra su espacio como padre mientras que la mujer se siente sobrecarga en sus múltiples facetas, con lo que se rompe el equilibrio en el hogar.

Afectividad y efectividad

Las diferencias tienen que respetarse al mismo tiempo que se valoran. Es decir, la madre puede aprender del padre lo masculino paternal mientras que el padre aprende de lo femenino maternal. «No podemos ser impermeables a la forma de ser del otro. Tenemos que aprender a absorber lo que tienen de bueno», dice Calvo. Porque los dos extremos son buenos y en el equilibrio está la virtud. Las madres son más afectivas, los padres buscan ser más efectivos.

Y las dos opciones son correctas. Las madres tienden a proteger mientras que los padres son partidarios de soltar amarras y fortalecer. Las madres quieren que todo se resuelva de inmediato, los padres pueden esperar.»El respeto a la dignidad de la mujer surge de la educación sana en familias, en las que el hombre y la mujer colaboran codo con codo. El buen trato entre ellos educa mil veces mejor que cualquier falso relato», concluye Carmen Sánchez Maíllo.

Maria Solano Altaba

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