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Joaquín Rodríguez: «No hay aprendizaje sin emoción, sin motivación y sin implicación activa»

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Uno de los placeres más inigualables del que podemos disfrutar es la lectura, pero no se alcanza por imposición. Esta es una de las afirmaciones que Joaquín Rodríguez analiza en su nuevo libro Lectocracia, una utopía cívica (Gedisa), un ensayo literario sobre la lectura, y uno de los temas que aborda es la relación entre la educación y la lectoescritura.

Joaquín Rodríguez es doctor en Historia y Antropología y director corporativo de Diseño, Innovación y Tecnología educativa. En Lectocracia ensalza el valor de la lectura como fundamento del espíritu crítico y habla del porqué los niños abandonan el hábito lector cuando llegan a la adolescencia y del fracaso de la imposición de la lectura en las escuelas por la obligación de leer libros ajenos a sus intereses, provocando un rechazo por la lectura. Como contrapartida, propone soluciones para recuperar la práctica de la lectura entre los jóvenes.

El placer de disfrutar de la lectura

¿Cómo definirías el concepto de «lectocracia»? ¿Crees que vivimos en una sociedad donde la lectura y el conocimiento están valorados adecuadamente?
Si regresamos al sentido original de las palabras descubrimos que leer significa elegir o seleccionar, y que -cracia se refiere al poder o la capacidad de hacer algo así que, sumándolos tenemos que Lectocracia sería algo así como la capacidad de poder elegir, de poder seleccionar de manera autónoma lo más adecuado para cada cual. Para que eso pueda suceder, no obstante, para que dispongamos de un juicio independiente lo suficientemente maduro, ajeno a los lugares comunes y a los eslóganes, a las palabras prestadas, es necesario que lo fortalezcamos y entrenemos, algo que no puede suceder sin una lectura casi ascética, atenta y profunda.

 ¿Qué opinas sobre la tendencia actual de leer menos libros y más contenido en línea? ¿Crees que esta tendencia es preocupante o simplemente refleja una evolución natural en la forma en que consumimos información?
Los libros y la manera en que los leemos son una forma discursiva histórica que surge en el siglo V AC y llega a nuestros días. La digitalización crea formas discursivas diferentes en las que la fragmentación y conexión imperan sobre la sucesión y en la que, además, la multimodalidad (la eventual suma de textos, imágenes, vídeos, infografías, audios o cualquier otro tipo de objeto digital) es el lenguaje contemporáneo. El reto está en cómo gestionar la tensión entre ambos, en cómo promover una lectura atenta y profunda en los formatos tradicionales de la que se deriven los beneficios cognitivos que conocemos, y en cómo fomentar la comunicación y la construcción activa de contenidos mediante el uso de los nuevos lenguajes.

No sabemos todavía si seremos o no capaces de educar cerebros bitextuales.

Lo que sí sabemos es que todo cambio de formatos discursivos genera cambios en nuestro cerebro y en la manera en que procesamos la información.

¿Cómo piensas que se pueden fomentar la lectura y el amor por los libros en la juventud, especialmente en la era digital?
Para empezar, haciendo lo contrario que habitualmente: retirando de los planes de estudio la introducción excesivamente temprana de las obras de un canon que no tiene nada que ver con las vidas de los alumnos, que resulta ajeno y extraño, que genera rechazo y no lectores de por vida. El reto está en acercarles progresivamente a lo más complejo mediante etapas intermedias con obras cercanas y significativas que les permitan percibir su valor, animándoles a escribir sobre sus propias experiencias y su entorno, alentándoles a comunicarlo y compartirlo con sus compañeros y estimulándoles a que se apropien paulatinamente de las grandes obras rehaciéndolas y reinterpretándolas. No hay aprendizaje sin emoción, sin motivación y sin implicación activa, y esto es válido, también, para la lectoescritura.

¿Qué papel crees que juegan los padres y educadores en fomentar la lectura en los niños y adolescentes?
El papel de las familias es absolutamente determinante: sabemos desde hace más de 70 años que los hijos de las familias sin títulos escolares, es decir, sin formación académica y, por tanto, con hábitos y prácticas culturales que no contemplan la lectura como un ejercicio apetecible, heredarán esos mismos hábitos y esas mismas prácticas y serán, casi seguramente, no lectores de por vida. En un artículo científico publicado en los años 60 del siglo pasado, titulado The Early Catastrophe , se puso de manifiesto que a una edad tan temprana como los 3 años, los niños de las clases sociales más educadas habían escuchado 30 millones más de palabras que los de las familias sin titulaciones, algo que tenía una repercusión imborrable de por vida. Para subsanar esta situación, que es casi una constante sociológica en todas nuestras sociedades, es imprescindible hacer, al menos, tres cosas: procurar apoyo constante a las familias para que tengan acceso a lo que sus vidas les negaron, haciéndoles entender la importancia de la lectura en voz alta y la frecuentación de determinadas prácticas culturales; ofrecer una educación verdaderamente equitativa y de calidad que procure un apoyo individualizado a cada alumno, para evitar el fracaso y el abandono escolares y para evitar el rechazo de por vida a la lectura; crear una red de bibliotecas escolares que atienda todas las dimensiones de las necesidades de sus alumnos.

¿Cómo pueden los gobiernos y las instituciones culturales fomentar la lectura y la alfabetización en la sociedad en general? ¿Crees que hay suficiente inversión en la promoción de la lectura en nuestro país?
Hay una concepción, en mi opinión, excesivamente inocente e ingenua de lo que es la lectura, lo que lleva al diseño y confección de campañas inútiles: insistir, por ejemplo, en que nos convertimos en seres más inteligentes y empáticos porque leamos, es simplemente falso, a la vista de la multitud de ejemplos históricos en contrario, tal como mostré en La furia de la lectura y, ahora, en Lectocracia. Insistir, por otro lado, en la dimensión estética de la lectura como una forma de placer que se alcanza como una suerte de don divino, es igualmente falso, porque suele vivirse como predestinación lo que no es sino puro encuentro entre unas condiciones sociales favorables y un tipo de práctica cultural. Para que una campaña funcionara habría que regresar a lo que Paulo Freire ya nos recomendó en sus textos de los años 70: debemos leer y escribir para comprender quiénes somos y qué nos ha hecho así; debemos leer y escribir para proyectarnos hacia el futuro y decidir qué queremos ser, individual y colectivamente. Ese largo camino, no obstante, comienza -tal como nos enseña la neurolingüística contemporánea- con la alfabetización fonética, porque tenemos que aprender a automatizar el reconocimiento de sonidos y caracteres antes de poder abordar el plano semántico.

¿Qué consejos les darías a aquellos que desean mejorar sus hábitos de lectura y comenzar a leer con más frecuencia?
Gloria Fuertes decía “que los nin~os lean poco no es culpa de los nin~os, es culpa de los escritores «pesaos». Para disfrutar leyendo tienes que elegir libros que te hagan rei´r, que sean exagerados y ma´gicos”, y no creo que pueda decirse mucho más ni mejor. Debemos evitar que la lectura que practican los lectores letrados, los profesores, secuestre la posible dicha que puede causar la lectura cuando se entiende el impacto y el interés que pueda causar en nuestras vidas, cuando nos sentimos implicados, cuando nos sentimos apelados.

¿Crees que la falta de lectura en la sociedad puede tener consecuencias negativas en términos de educación y desarrollo intelectual? ¿Por qué?
Si nos tomamos en serio la propuesta de Lectocracia, la falta de lectura profunda puede conducir a que nos conformemos con palabras de plástico y consignas prestadas, a que nos dejemos hablar y pensar por lemas y preceptos manidos y ajenos a nosotros. Si eso ocurriera, se trataría no solamente de un problema de índole personal sino, sobre todo, social, porque no puede existir una democracia en la que sus ciudadanos no dispongan de un juicio maduro que les permita intervenir en la gestión de los asuntos comunes. Las democracias necesitan lectores, es decir, personas que se atrevan a utilizar su propio entendimiento, algo que solamente puede suceder si ha sido entrenado previamente.

¿Crees que la tecnología y los dispositivos electrónicos son enemigos de la lectura, o pueden ser una herramienta útil para fomentarla y promoverla?
Es un error común plantear enemistades entre herramientas, dispositivos, soportes y formas discursivas. Cada época genera las suyas y, en la nuestra, en la de nuestros hijos, impera la digital. Debemos conseguir que conviva la memoria digital y la vegetal, debemos conseguir gestionar la tensión entre ambas para que seamos capaces de aprovechar lo mejor de los dos mundos.

Marisol Nuevo Espín

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