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¿Qué se queda grabado en el cerebro? Los periodos sensitivos para educar

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A veces pensamos en el cerebro como el órgano en el que se almacena el conocimiento: las matemáticas, las ciencias, la historia… Pero es mucho más. Cuando educamos a nuestros hijos y les inculcamos hábitos, valores y virtudes, su cerebro se está transformando para asimilar esos nuevos conocimientos.

Cuando traemos a un hijo al mundo, los padres nos convertimos en sus primeros y principales educadores. Los queremos de forma incondicional, y ese cariño es el artífice de su maduración. Educar a una persona es «sacar a la luz» toda su potencialidad y sus talentos singulares en los que destaca, con los que puede ayudar a los demás.

Pero, al final, todos tenemos que aprender a pensar con claridad, armonizar cabeza y corazón, y hacer buen uso de la libertad personal. Todo ello para aprender a amar. Y esto requiere conquistar buenos hábitos que consoliden y formen el carácter y la personalidad de cada uno.

El aprendizaje en los periodos sensitivos

El aprendizaje se realiza en los primeros años de la vida mediante la curiosidad del niño y la capacidad de sorprenderse: su principal motor que guía el conocimiento. La realidad les llega por la experiencia perceptiva sensorial, que es la forma en que conoce mejor las cosas. Por este motivo es muy importante: 

– La interactuación con la madre y el padre, que es fuente de seguridad. Esto le permite emitir mensajes, ver cómo responden, captar los suyos, y responder a su vez… Así va aprendiendo muchas cosas. Como este patrón se repite en reiteradas ocasiones, va formando una estructura sólida de cariño y seguridad donde asentar habilidades y conocimientos en el futuro.

– El aprendizaje a través de sus propias acciones. Al principio son más básicas: tratan de conocer el entorno y de controlar los movimientos de su cuerpo. Luego, por el desarrollo de hábitos operativos desde pequeños. Cuando son recién nacidos, con los horarios de sueño, las comidas, la higiene, los paseos, etc. Y cuando van creciendo, con otras actividades diarias y la relación con las personas se van formando hábitos. Siempre se fijan en sus padres y tratan de imitarlos en todo.

Es vital explicarles lo que está bien y lo que está mal para que lo vayan interiorizando y tengan un referente a la hora de actuar. Sembrar buenas ideas, aunque parezca que no las entienden.

– La responsabilidad a través de los encargos, que les ayudan a adquirir habilidades y destrezas, les fortalecen la voluntad y aprenden a pensar en los demás, a desarrollar la empatía tan importante en las relaciones personales.

Estos hábitos operativos, a base de repetir acciones, y con cierto grado de libertad según la edad, van creando conexiones o sinapsis entre neuronas de su cerebro, que hacen más estable ese comportamiento. Esto es posible gracias a la plasticidad cerebral, base de todo aprendizaje. Estas sinapsis forman circuitos neuronales que, con el uso frecuente se hacen más eficientes y conectan con otras zonas. Cualquier tipo de habilidades se apoya en otras: todo está interconectado.

– Jugar, sobre todo, en las primeras etapas. Un factor importante es el juego, porque todo lo aprenden a través de él. La vida se transforma en juego. Juegan con la mirada de su madre, con pequeños objetos a su alcance, experimentan con ellos, y van ensayando… Con el juego disfrutan porque su cerebro produce neurotransmisores, como la dopamina y oros, que hacen que el niño esté a gusto y lo pueda aprender.

– Crecer en un ambiente saturado de cariño. Necesitan disfrutar para aprender: las emociones dirigen la atención, e influyen en todos los aspectos. También es fundamental descubrir sus fortalezas y hacérselas notar para que las desarrolle. Partid de su temperamento, de sus cualidades específicas y de sus respuestas emocionales temperamentales, para que aprendan a modularlas, desarrollando hábitos que conformen su carácter y personalidad.

Periodos de plasticidad cerebral

El periodo de mayor plasticidad en el cerebro comprende hasta los 6 años, aunque puede prolongarse incluso hasta los 8-12 años. Todo ello le sirve para construirse como persona singular. Cada vez que repite una acción, se va haciendo un hábito, que consolida esas sinapsis. Y se van formando circuitos simples, y luego más complejos, reafirmándose con su uso.

Al principio necesita tener margen de movimiento y experiencias sensibles perceptivas. Usar todos los sentidos para conocer el mundo que le rodea. La falta de estímulos de ambientes carenciales impide su buen desarrollo, pero tampoco es bueno que los haya en exceso, o querer adelantar etapas. Su cerebro está preparado para formar muchísimas sinapsis y redes neuronales en función de ese conocimiento experiencial y de las vivencias en el seno de la familia. El ambiente inmerso en cariño y la interactuación con sus padres son vitales para su buen desarrollo.

Es preciso respetar sus ritmos naturales de crecimiento, dejándole conocer las cosas, sin cortar su imaginación y creatividad por darles todo ya solucionado, o no dejarles tiempo para experimentar, manipular, percibir, ensayar y pensar.

Los hábitos se educan y están en el cerebro

La naturaleza dota a las personas de unos periodos críticos del desarrollo, o periodos sensitivos, con una predisposición a un aprendizaje de diversas funciones. El niño, y su estrato cerebral, están preparados para ello. Y ese aprendizaje, en ese momento, no cuesta ningún esfuerzo, porque disfruta mucho con ello. La naturaleza le guía en esa dirección, y le da unos puntos o características más sensibles que lo favorecen.

Estas funciones pueden ser innatas, como la deambulación, el habla, el control de esfínteres, el conocimiento de la naturaleza, el orden, la música, la escritura y la lectura, las matemáticas… Y otras de adquisición de valores humanos, que ven personificados en los padres, como la empatía, la amabilidad, la sinceridad, el optimismo…

Cada característica o valor humano tiene un periodo sensitivo concreto y específico. Y se nota que el niño está en él porque se concentra en algo, y le gusta repetirlo hasta que lo interioriza. Para ello debemos crear un ambiente donde esté a gusto, sereno, con posibilidad de elegir y hacer lo que más le interese en ese momento, con libertad de movimiento.

– Capacidad de movimiento: desde los primeros meses a los 4 años.

– Marcha o deambulación: al año.

– Orden: prácticamente desde que nacen hasta los 6 años, con esos hábitos antropológicos de sueño, comidas, paseos, higiene… Destaca un pico sensible entre los 2 y los 3 años.

– Lenguaje, de 0 a 6 años.

– Psicomotricidad fina: hasta los 4 o 5 años.

– Control de esfínteres: entre los 2,5 y los 3 años. Se puede alargar por las noches.

– Socialización: de 3 a 6 años.

Lectoescritura: de 3 a 5 años.

– Música: de 2 a 6 años.

– Matemáticas: de 4 a 6 años.

Virtudes: aprendizaje constante

La adquisición de valores como la sinceridad, la gratitud, la alegría, la obediencia o la generosidad se producen de manera constante, de modo que los hábitos que llevan a estas virtudes tienen que consolidarse permanentemente.

Otros valores, como el trabajo bien hecho, la fortaleza, la lealtad, el estudio, la resiliencia, la responsabilidad, la justicia, la integridad, la coherencia o el valor moral de las acciones se adquieren sobre todo al final de la etapa infantil, que comprende hasta los 8-12 años.

Por eso es necesario trabajar los distintos hábitos en estas edades, y darles muchas oportunidades de realizarlos. Además, podemos permitir esos puntos más «sensibles», como pueden ser la imaginación y la creatividad, tan propios de la persona, la socialización y la cultura, que encaminan, favorecen, y desarrollan esos periodos sensitivos.

Mª José Calvo. Médico de Familia. Optimistas Educando y Amando

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