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Lo que el perfeccionismo esconde

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«Es que mi hijo se exige demasiado», » a él lo perfecto nunca le parece suficiente», » no es capaz de aceptar y gestionar el error cuando se equivoca y ya no sabemos qué hacer». Pues bien, si como padre has compartido alguna de estas preocupaciones con los profesores de tus hijos, y/o como profesor, has observado que el niño/a tiende a actuar de esa manera, es probable que nos encontremos ante un niño/a perfeccionista.

El hecho de actuar buscando hacer las cosas lo mejor posible y el sano deseo de esforzarse
por alcanzar metas grandes pero realistas, no es en sí mismo algo malo. Sin embargo, sí lo es, cuando los objetivos que los niños se fijan no son realistas puesto que pueden llegar a interferir en su vida cotidiana generando dificultades en el desarrollo de su autoestima, de su autoconcepto, provocando estrés o ansiedad o afectando a las relaciones interpersonales.

Los niños con un grado saludable de perfeccionismo suelen alcanzar metas razonables con esfuerzo, es posible que tengan expectativas altas de sí mismos y sean exigentes, pero no críticos. Suelen ser organizados, ordenados, puntuales y aseados.

Cuando el perfeccionismo es poco sano

Como contraposición, entre las características de los niños que muestran un comportamiento perfeccionista poco sano podemos destacar las siguientes:

– Tienden a tener miedo al fracaso o a no conseguir alcanzar las expectativas que tienen los
demás de ellos.
– Suelen mostrarse muy críticos consigo mismos y con los demás.
– Manifiestan baja tolerancia a la frustración, y se enfadan con frecuencia cuando las cosas no salen como ellos esperaban.
– Tienen dificultades para aceptar y gestionar el error, pues asocian el error al fracaso.
– Tienen un estilo de pensamiento rígido: éxito total o fracaso absoluto.
– Frecuentemente no cumplen con los plazos de entrega de sus trabajos y actividades, puesto que lo que han realizado siempre les parece mejorable y necesitan corregir, repasar y
comprobar una y otra vez su tarea.
– Muestran dificultades para delegar sus tareas en otras personas, pues consideran que los
demás van a rendir de manera imperfecta.
– Sienten la necesidad de controlar muchos aspectos diferentes de su día a día (su conducta, la conducta de los demás, lo que ocurre en su entorno…) y muestran rigidez y dificultades para gestionar la incertidumbre.

El perfeccionismo es un rasgo propio de la personalidad de cada uno. Sin embargo, ante un perfeccionismo poco sano es posible ayudar a los niños a modificar esos pensamientos y actitudes si interfieren en su trabajo día a día tanto en el aula como en casa generándoles malestar, para así reducir su nivel de frustración, ira, nerviosismo o cualquier otra emoción difícil de manejar que se deriva del nivel de exigencia y las expectativas no del todo realistas y el autoconcepto que tienen de sí mismos, así como el concepto que creen que tienen los demás sobre ellos.

Por otro lado, es frecuente que estas actitudes y conductas sean consecuencia de un bajo nivel de autoestima. El niño puede pensar que los padres y maestros solo le valoramos por lo que es capaz de hacer y que dejaremos de hacerlo si no lo hace bien o perfecto. También suele preocuparle que otros niños se burlen de él si no lo va a hacer bien.

Estrategias que pueden ayudar a los niños a gestionar su perfeccionismo

Ante la frecuente necesidad de predecir y controlar todo lo que ocurre a su alrededor, ayudarle a prepararse mentalmente para todas las posibles opciones que puedan surgir ante
esa situación que le produce tensión en mayor o menor medida.

Enseñar a los niños a establecer objetivos realistas y alcanzables.

Como el niño extremadamente perfeccionista tiene miedo a que algo malo ocurra si no realiza una tarea sin errores, se le puede ir enseñando diferentes situaciones del día a día en la que él no es perfecto y las consecuencias no son desastrosas para que vaya tomando conciencia de que no pasa nada.

Repetirles que los errores son parte del proceso de aprendizaje y en ningún caso suponen un fracaso.

Ayudarle y realizar con él técnicas de relajación como la respiración profunda, mindfulness o meditación.

Generar situaciones en las que el niño participe en actividades que simplemente le provoquen disfrute, sin necesidad de tener que preocuparse por el modo o grado de perfección que implica la realización de esa actividad.

Trabajar su autoestima siguiendo las indicaciones de Fernando Alberca, que plantea para ello dos técnicas: en primer lugar, crear una lista de 35 aspectos positivos que tenga el niño y que a él le vaya a ayudar escuchar, de manera que por ejemplo, si en la lista se incluye «es cariñoso», cada vez que se detecte una actitud de cariño hacia alguien, es recomendable manifestarlo verbalmente. «Eres muy cariñoso, porque sin que te dijéramos nada, has entrado en casa de la abuela y le has dado un beso».

Por otro lado, la «técnica del 5:1″: 5 alabanzas antes de cada corrección». Él así, se da cuenta de que la persona que tiene delante tiene un concepto positivo de él porque ha detectado más cosas buenas en él que mejorables, y es capaz de aceptar y gestionar mejor la corrección.

Por último, es recomendable enseñaarles a relativizar y a utilizar el sentido del humor ante la equivocación. Los niños observan al adulto todo el día, y se dan cuenta de cómo afrontamos la dificultad y cómo nos sentimos ante el fracaso de una tarea o cuando no se cumplen nuestras expectativas, de manera que tanto padres como maestros debemos ofrecer un modelo adecuado de establecimiento de metas objetivas y realistas y de el afrontamiento de situaciones donde está presente el error. Es importante manifestarle todas las veces que nos equivocamos los adultos e incluso hacerle partícipe de esas situaciones cuando ocurran.

Si aún no has empezado a poner en práctica estas estrategias y sientes que ante el perfeccionismo insano de tu hijo llegas tarde, tengo una buena noticia para ti: en educación
siempre se llega a tiempo.

Mónica Ríos de Juan. Maestra de Educación Primaria

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