Ya está bien de mirar para otro lado. Hay que acabar con la coartada de que el gobierno de turno, es el que tiene la culpa de todo -aunque alguna tendrá-. Tampoco podemos ampararnos en que hemos sido atropellados por una cultura dominante que nos aplasta. No hay nadie capaz de aplastar la cabeza de una persona, que merezca este nombre. Hay que sacudirse esa tendencia inconsciente de que la culpa de todo la tiene el otro… el que sea, pero* otro.
De lo que ocurre en los matrimonios y en las familias, tienen la culpa una serie de individuos con nombres y apellidos, con DNI, con ojos y cara. Somos cada uno de nosotros los culpables.
Me venía todo esto a la cabeza releyendo a Chesterton, que es un monumento al sentido común y que, a principio del siglo pasado, escribía sobre estos temas con una lucidez inigualable. No hace grandes planteamientos teóricos. «Si en otros siglos los aventureros conquistaban un pedazo de tierra para reyes y patronos, hoy por hoy, el descubrimiento consiste en cerrar la puerta, y con zapatillas o sin ellas, como a uno le de la real gana, poner la bandera de la familia en la sala de estar o en la cocina y quedarse adentro». Ya se ve que a principios del XX tampoco lo tenían fácil.
Deseando volver a casa
Ahí, en la sala de estar o la cocina. ¿Quién me impide a mi convertir mi hogar en un lugar delicioso donde se está deseando volver, para respirar el oxígeno de la libertad? En mi casa, puedo hablar de lo que quiera, comer hamburguesas dobles o sencillas, dar una broma o soportarla, buscar una salida a tierra de la electricidad acumulada en la oficina, y hablar por el móvil mientas hago la comida, sin que nadie me quite puntos. ¿Quién da más? Bromas aparte, hay que convencerse que lo que ocurre en nuestras familias depende de nosotros.
Mientras no lo veamos así, tendremos tan mal planteado el problema que no tendrá solución. Mi casa no me la va a arreglar nadie, entre otras cosas, porque no me dejaría. Es la mía y en ella manda cada uno de los de mi familia.
No estoy hablando y tampoco lo hace Chesterton de que las influencias externas no tengan significado. Como afirma, el socialismo marxista y el capitalismo de la sociedad de consumo pueden reducir la familia a escombros. De todos modos, para ser justo con su pensamiento, hay que decir que arremete, sobre todo, con el capitalismo. No culpa a Moscú sino a Manhattan que ha creado un monstruo de muchas cabezas, dos de ellas desastrosas: el individualismo y el consumismo.
En El amor o la fuerza del sino, una recopilación de Álvaro de Silva, insiste sin embargo el autor inglés, que no hay que buscar fuera al enemigo numero uno de la familia, en fuerzas enormes y avasalladoras que derrumben sociedades enteras. La clave está siempre en el ser humano.
Por edad y experiencia en estos temas, puedo afirmar de forma categórica que lo palpo con la punta de los dedos. No necesito teorías. Ante cada matrimonio que llega con su crisis a cuestas, en la mayor parte de los casos, si se quiere prestar una ayuda seria, hay que empezarles por decir: cada uno tiene que recomponer su vida, y hasta que no hayamos resuelto esto, es muy difícil reconstruir la convivencia.
Vuelvo a Chesterton que añade: «Es la falta de desarrollo interior humano, la pobreza de espíritu, el aburrimiento y la frivolidad, la asombrosa ausencia de imaginación, la que lleva a hombres y mujeres a desesperar de la familia y del matrimonio, o por lo menos, de su familia y de su matrimonio» Con estas cinco pastas que acaba de darnos, ya se puede construir un buen tobogán por donde la familia se puede deslizar hacia una altura difícil de predecir.
Insiste luego en que la vida no es algo que viene de fuera, sino de dentro.
Una ventana en el horizonte
El hogar no es pequeño, es el alma de algunas personas la que es raquítica. El matrimonio y el hogar resultan demasiado grande para ellos. Es el «mi mismo» el que en su cobardía egoísta, es incapaz de aceptar el prodigioso escenario del hogar, con su grandeza de composición épica, trágica y cómica, que todo ser humano puede protagonizar.
Leer despacio este párrafo es asomarse a la ventana de un horizonte inmenso, donde existen unos matices desconocidos e insospechados, mientras se advierte que detrás de un panorama, llegará otro con tonalidades distintas. Cada día puede hacerse nuevo, cada mes distinto, cada año diferente. A eso hay que aspirar, si no buscamos la excelencia, acabaremos en el hastío.
Ni podemos pasarnos la vida asfixiado por los humos que nos circundan, ni nuestra cabeza puede convertirse en un laberinto sin salida. Hay que ser audaz para disponernos a explorar otros campos. Carentes de cualquier mentalidad conservadora, hay que dar el paso de la innovación. Como ha dicho un elocuente defensor de la dignidad personal, no se trata de que la familia «vuelva a ser lo que era» sino «Familia llega a ser lo que eres».
O colocamos ahí el listón, o chapoteando en la ramplonería y lamiendo las heridas, no haremos nada. Tampoco se trata de alancear gigantes que no son otra cosa que molinos de viento. Es saber encontrar el «encanto de lo cotidiano», las inmensas posibilidades que se pueden descubrir hasta en los más pequeños detalles y que hacen tan feliz a quien está cerca. No digo que sea fácil. Digo que en ese flujo y reflujo de dar y recibir, toda nuestra personalidad gana en densidad, en solidez.
Se producen menos desgarros y cuando estos llegan, se toman sencilla y llanamente como el peaje de vivir, sin convertirlas en una montaña inmensa que nos aplasta. Son simplemente, el precio de tener una familia, que es el proyecto más preciado de nuestra vida.
Antonio Vázquez
Te puede interesar:
– Crecer en una familia sociable: niños extrovertidos y tímidos