El sociólogo francés, Pilles Lipovetsky, señaló que la mujer ha pasado por tres fases históricas: en la primera, era la mitad maldita de la humanidad, la bruja, un mal necesario en el mejor de los casos. En la segunda, tras el Renacimiento, la mujer era el símbolo de la estética y la belleza que debía su prestigio social a su padre y a su marido y tenía que permanecer sumisa a ellos. Nos encontramos ahora en la tercera, en la que la mujer puede hacer todo igual al hombre. Algunas incluso se plantean el futuro y la maternidad sin la ayuda del varón.
Que la mujer avance no significa que el hombre retroceda, el hombre también gana y mucho. Ya no tiene que esconder sus sentimientos o debilidades y participa de forma activa en la educación de los hijos o en la decoración de la casa, sin que ello le disminuya como persona.
Pero, hay muchos hombres que no se hacen a este cambio. María Correia, autora del libro La otra mitad del género, pidió en el Foro del Banco Mundial que se preste más atención a los hombres. A su juicio, la globalización, los cambios económicos y la pobreza han erosionado el rol masculino, haciendo que se desarrolle en sus formas más destructivas.
¿Se están masculinizando las mujeres?
Ante estos cambios tan drásticos, algunas mujeres están adoptando un supuesto rol atribuido a los hombres desde siempre y así, masculinizan sus acciones. Hay mujeres que cuando han adquirido el poder, utilizan las mismas estrategias psíquicas de dominación que el hombre.
Respecto a los modelos de belleza, también se han producido ciertos cambios drásticos. En 1900, las piernas de las mujeres eran uno de los secretos mejor guardados de la historia. Y era común que los niños se refugiaran en las faldas de sus madres cuando estaban cansados o tenían miedo.
Por otra parte, desde hace ya bastantes años, el canon de belleza femenino está siendo impuesto por hombres que no sienten atracción por las mujeres, que no gustan de pechos y caderas, por eso, estilizan figuras modelo Greco, longilíneas y conceptuales.
Feminizar, distinto a afeminar
«Desde hace tiempo insisto en que hay que feminizar las relaciones y la educación, hay que propiciar la sensibilidad y estimular la empatía. Feminizar no se ha de confundir con afeminar. Feminizar es ser sensibles, vibrar con el otro, transmitir afecto a los animales, sentir por y con las personas. Es la antítesis de la dureza emocional, de la psicopatía. Tampoco aplaudimos a esos varones que tratan sólo de recuperar el alma de lo femenino, a esos padres que desean parecerse a sus madres». De esta manera define Javier Urra el hombre que busca la mujer actual, los hijos modernos y la sociedad del siglo XXI.
Así, el antimacho se convierte en un padre y esposo amantísimo, profundamente leal, que inconscientemente adopta algunos gestos y posturas de la mujer. Se atreve a proponer la clave de todo buen amante, aquel que no se mide por su tamaño genital o el tiempo de resistencia, «sino por su conducta antes y después del acto sexual».
Amor mal entendido de madre
La separación de la madre es crucial. Cuidado con el hombre que teme la independencia, que desea ser el hijo obediente de esposa/madre. Son varones infantilizados.Tina Barriuso diagnostica: «Muchos hombres de mi generación han vivido en una continua competencia con sus mujeres, generada por sus madres, que fueron quienes les inculcaron miles de recelos frente a las que serían, en un futuro, sus esposas. Una vecina mía solía comentarle a su hijo que tuviera cuidado con la «lagarta de su mujer» y en más de una conversación de mujeres adultas, se podía escuchar que fulanito era un calzonazos porque hacía lo que su mujer quería».
La mujer-madre no puede sustituir el amor de la pareja por el amor a los hijos. De lo contrario, correrá el riesgo de infantilizarlos. Tampoco pueden asumir el papel de madre ante su pareja, porque contribuirá a mantener a muchos hombres en un estado de inmadurez.
Marta Santín
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