La percepción de que cualquier bien material se puede tener de inmediato se ha trasladado también al ámbito de las relaciones sociales. Los niños y adolescentes están tan acostumbrados a que, con Internet en una mano y la tarjeta de crédito de sus padres en la otra, todo se puede tener en un click con un envío logístico inferior a las 24 horas. Por lo que trasladan esta estructura mental al ámbito de la relación con los amigos y, más aún, a la relación en pareja.
Las consecuencias son muy negativas porque no consiguen entender correctamente la naturaleza de las relaciones humanas. Por ejemplo, no comprenden que otra persona no quiera satisfacer su deseo sexual. Y canalizan esa frustración de muy diversas maneras, desde una caída de autoestima tremenda porque no son capaces de interpretar correctamente las emociones de la otra persona hasta una rabieta que, en adolescentes y jóvenes, puede tomar una forma de agresividad y de impulsividad.
Las relaciones entre iguales que tanta importancia tienen en la adolescencia y la juventud, la amistad, también se ven resentidas por esta falta de autocontrol, esta tendencia a quererlo todo y quererlo ya. Nos encontramos con chicos y chicas que tienen enormes dificultades para solventar problemas habituales con los amigos, que no son capaces de resolver conflictos sencillos, que necesitan de la constante intervención de un adulto y que tienden a calificarlo todo como «acoso» utilizando un término tan importante en vano.
Mezclado con la idea anterior de que ellos lo merecen, la actual generación desarrolla muy poca paciencia para aceptar los tiempos de los demás, su escala de valores, respetar sus decisiones y compartir sus errores. Sumado al hecho de que la adolescencia es una etapa de prevalencia de la respuesta emocional por el proceso natural de desarrollo del cerebro, ocurre que la relación con los amigos se convierte en una especie de montaña rusa que pasa constantemente del amor al odio.
El ‘no es justo’
La habilidad para disfrutar de todo lo que se desea cuando se desea ha limitado la capacidad de empatía de la sociedad, que piensa que cuando no recibe lo que quiere cuando quiere se está produciendo una injusticia. En realidad, si nos paramos a analizar esas situaciones, no hay en ellas nada justo o injusto, sino las meras circunstancias de la vida.
La suma de una mayor dosis de paciencia junto con un grado más elevado de empatía y educados desde la infancia con los sencillos hábitos de la espera y de la prudencia, permitirá que nuestros hijos no se sientan permanentemente víctimas de una conjura del mundo contra ellos.
La raíz de este problema se entiende muy bien si pensamos en que viven en un mundo gamificado, es decir, creen que la realidad se parece a lo que ofrecen los videojuegos. En ese entorno virtual en el que centran las actividades de su ocio, si consiguen pasar de pantalla, reciben una gratificación en forma de estrellas, puntos, monedas, vidas… Si logran un arma nueva gracias a su pericia para superar un obstáculo en el juego, se la quedan. Si pierden, suelen tener la oportunidad de jugar de nuevo, porque el «game over» hoy no es real.
Pero en el mundo real sí hay «game over» y si no entregan a tiempo los ejercicios de matemáticas, obtienen un cero en esa calificación, pasar de curso no tiene premio, sino más deberes y tareas para casa. Y ocurre a menudo que, en un trabajo en grupo, se percibe como una manifiesta injusticia el que cada uno lleve una carga desigual y, sin embargo, la nota se reparta.
La multitarea
En su reciente libro Enfocar la atención, Luis Blázquez aborda el gran problema de este siglo -vencer a la enorme cantidad de atractivos impulsos audiovisuales que nos ofrece el mundo digital- desde una perspectiva enriquecedora: no hay que centrar la atención para hacer las cosas bien, sino porque cuando centramos la atención, disfrutamos más de lo que hacemos, lo hacemos mejor y eso nos hace crecer.
Este proceso es justo el contrario al que se produce con la nueva forma de vivir, el fenómeno multitarea, que es un síntoma de la falta de ‘austeridad’ en el tiempo dedicado a un determinado orden de prioridades.
Tratar de hacerlo todo al mismo tiempo genera una enorme frustración a la que los adultos no somos ajenos. Hemos vivido un tiempo en el que la conectividad simplificaba nuestras vidas, pero ahora estamos experimentando sus efectos negativos, como por ejemplo tener que contestar un correo electrónico de trabajo mientras disfrutamos de una comida en familia o que el jefe se moleste porque no respondemos a una llamada en un horario intempestivo.
Pero si nos situamos al otro lado del dispositivo digital, la frustración resulta, para nuestros jóvenes y adolescentes, muchas veces intolerable. Se lanzan al más frenético odio cuando ven un doble tick azul en un mensaje de WhatsApp para el que no han obtenido respuesta. Intentan localizar a esa persona por las vías más diversas porque quieren respuesta y la quieren ya.
No podrían haber vivido en un tiempo en el que las cartas se enviaban por barco y tardaban meses en llegar. Y suelen tener una actitud de desaire con muy poca capacidad de empatizar con el receptor, que quizá estaba ocupado en otras cosas o que, aún mejor, estaba esperando a tener un tiempo de calidad para responder como la otra persona merece, en lugar de caer en la multitarea y dar una respuesta apresurada.
María Solano
Asesoramiento: María Álvarez de las Asturias. Instituto Coincidir
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