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Los valores de la Navidad en el siglo de ‘lo quiero todo y lo quiero ya’

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En el siglo del «lo quiero y lo quiero ya», fomentar virtudes como la templanza y la fortaleza y ensalzar la austeridad frente al consumismo que alcanza su pico más alto en Navidad, dará a nuestros hijos una herramienta clave para que sean más felices y mejores personas el día de mañana. Hemos hablado con María Álvarez de las Asturias, experta en educación del Instituto Coincidir, que nos ha explicado cuáles son las implicaciones para el resto de su vida del «lo quiero, lo tengo y lo tengo ya».

Parecía que la crisis económica nos había servido para reflexionar sobre el consumismo frenético en el que estábamos inmersos. Pero basta darse una vuelta por algún centro comercial disfrazado de motivos navideños para descubrir que la realidad es distinta.

Estar metidos en la rueda del consumo masivo supone que cada vez sea más difícil educar en valores fundamentales a nuestros hijos para su felicidad: aguantan poco y se frustran mucho, necesitan satisfacer sus deseos a la menor oportunidad, no saben esperar y les cuesta enormemente recibir un «no» por respuesta. Y todo ello les perjudica. Es decir, estamos tomando pequeñas decisiones que, aparentemente, son buenas para ellos pero que, a largo plazo, suponen un claro perjuicio formativo porque los harán más infelices.

Ahora que la versión más consumista de la Navidad trata de engullirnos y se cuela por todos los poros de la publicidad, es un buen momento para reflexionar cómo la austeridad, el autocontrol, la templanza, la fortaleza y la prudencia son el caldo de cultivo perfecto para la felicidad de nuestros hijos mañana. Eso sí, tenemos que asumir que quizá hoy se sientan más desdichados que el resto.

El lo quiero ‘todo ya’

Amazon llama a nuestra puerta. Es el libro que pedimos ayer o el cuaderno que esta misma mañana solicitaban. Si a las siete de la tarde se nos antoja comida hindú, una simple aplicación mueve a un engranaje de personas que la traerán a mi domicilio en un tiempo record. Si esta tarde les hablaron en el patio de un «juego chulísimo para móvil», tan pronto como tienen conexión Wifi, se lo descargan. En ese mismo móvil tienen, ya, cuando quieran, preparado para el consumo inmediato, sus series favoritas, toda su música y el acceso permanente a su red de amigos y conocidos. Y son tantos que siempre hay alguien disponible.Nos hemos convertido en una sociedad que no sabe esperar.

Esto afecta por igual a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Y, en muchos casos, desata la frustración de la espera. Este ejemplo es muy bueno para entender por qué algo aparentemente positivo -si mi hijo desea un libro, no parece nada malo que lo pueda tener cuanto antes- puede derivar en algo negativo. Un libro no es malo en sí, pero no saber esperar, o pensar que no es necesario esperar, hará que las expectativas de nuestros hijos respecto a muchas realidades en la vida se vean truncadas.

Por ejemplo: cada vez les cuesta más entender que el profesor no evalúe de inmediato sus trabajos. Y cuando acceden al mercado laboral, tienen muy poca capacidad para aguantar los largos procesos de selección. Incluso produce en ellos una sorprendente frustración ir a una tienda y no encontrar la talla de camiseta que querían.Aprender a esperar es esencial para la felicidad de nuestros hijos porque les ayuda a aceptar una serie de tiempos impuestos sobre los que no pueden incidir sin que ello les genere una mayor frustración.

Además, en la espera crece el deseo y con él, el disfrute de lo deseado cuando por fin llega. Se valora más haberlo logrado porque se toma conciencia de la dificultad que entrañaba conseguirlo.

El ‘me lo merezco’

«Porque yo lo valgo» es un atractivo y peligroso claim publicitario que ha hecho mucho daño a la educación. La enorme disponibilidad de bienes y servicios en nuestra sociedad ha provocado que se abuse del modelo educativo basado en el premio. El premio puede ser muy positivo para animar a los hijos a cumplir un objetivo. Y ni siquiera tiene por qué ser material. Por ejemplo, cuando son pequeños, un divertido sistema de caritas contentas puede ayudarles a potenciar la lectura o inculcarles el siempre complicado hábito de ordenar su habitación.

El giro en el que la austeridad debería convertirse en alidada se produce en el momento en que esos niños y adolescentes sienten que merecen ser premiados por cada acción que realicen. Eso les producirá una enorme insatisfacción en la vida adulta donde la inmensa mayoría de las acciones que llevamos a cabo -desde preparar el desayuno de esta mañana hasta terminar el trabajo extra que teníamos pendiente cuando ya todos duermen- no solo no tiene un premio ni inmediato ni futuro, sino que carece de reconocimiento explícito alguno.

Si enseñamos a los hijos que las motivaciones deben ser internas y no marcadas por el reconocimiento, sino por la satisfacción del trabajo bien hecho, más aún si ese trabajo tiene como fin último ayudar a los demás, les habremos ayudado enormemente en su felicidad futura porque no estarán a expensas del mundo para sentirse bien por haber hecho algo bueno. Es más fácil de lo que parece.

Sin embargo, si cedemos a sus peticiones que son el primer impulso de sus deseos y luego les preguntamos, la alegría les durará muy poco y pronto se sentirán frustrados por lo que no han sido capaces de hacer.

María Solano
Asesoramiento: María Álvarez de las Asturias. Instituto Coincidir

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