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Matrimonio en tiempos del WhatsApp

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Las nuevas tecnologías nos han facilitado la comunicación inmediata, pero nos han dificultado la profunda, la que nos ayuda a conocer las inquietudes del otro. Reservarse tiempos en pareja sin interrupciones externas se ha convertido en una misión complicada.

«- ¿Puedes comprar el pan de camino?
– Ok».»
– ¿A qué hora terminaba Pedro el baloncesto?
– 18.30?» «Salgo a recoger a Marta al cumple. Tienes albóndigas en la nevera.
– (Emoji)».»¡¡¡No me acuerdo del a dirección del amigo de Marcos!!!
– Uff… pregunto en el otro chat…
– Mil gracias (emoji)».

Estas, u otras muy parecidas, son las conversaciones que figuran en el WhatsApp de cientos de matrimonios. Naturalmente, parece poco probable que utilicemos esta cómoda herramienta de comunicación para contarnos nuestros sentimientos más profundos o desvelar nuestras inquietudes. El problema radica en que hemos inundado nuestras vidas de pequeños mensajes prácticos y no hemos preservado los momentos para una charla más tranquila, el tipo de charla que construye el matrimonio, que hace familia.

Comunicamos más, decimos menos

Las nuevas tecnologías favorecen, sin duda, la comunicación. De hecho, desde la irrupción de WhatsApp la mayoría de las familias ha mejorado su contacto en ese grupo en el que comparten comentarios los que viven aquí con los de allí, los mayores y los jóvenes. Pero la naturaleza de esos mensajes -cortos, apresurados, a veces irónicos o por mera cortesía- provoca que la profundidad de las conversaciones sea muy escasa. Se trata de una herramienta útil para cuestiones prácticas, pero insuficiente para un trato más profundo.

Para eso necesitamos la conversación cara a cara, que nos permite interpretar numerosos elementos de la comunicación no verbal, tales como los gestos del rostro, la entonación de los mensajes, la fuerza de la voz, la dirección de la mirada* Esos elementos ajenos a la conversación lingüística, aportan un contenido muy enriquecedor que nos permite comprender elementos más profundos del sentir de la otra persona que puede que ni ella misma hubiera sido capaz de valorar.

Tiempo sin interrupciones

Un elevado grado de compenetración en las relaciones no se consigue con facilidad. Es necesario que se den las condiciones adecuadas de modo que las dos partes en la conversación se sientan escuchadas, que estemos prestando nuestra máxima atención al otro. Por eso, para conseguir una conversación adecuada, tenemos que buscar y propiciar momentos sin interrupciones. Eso implica, por ejemplo, que apartemos el móvil por completo de nuestra vista para evitar que mensajes poco importantes puedan romper nuestro ritmo de conversación, o que tratemos de localizar momentos en los que nuestros hijos estén atendidos por otras personas, estén durmiendo o estén entretenidos y no nos necesiten.

El tiempo sin interrupciones no necesita de un momento especial o una actividad llamativa. No se trata de que los matrimonios estén «obligados» a organizar una «cena romántica» cada semana con lo que eso supone de organización doméstica y lo que implica en gastos. Basta con localizar un momento para sentarse juntos sin más que hacer que charlar. Puede ser un desayuno especial antes de que la casa amanezca, una comida en casa un poco más elaborada los viernes, porque en muchas empresas no se trabaja por la tarde y, sin embargo, sí hay colegio a esa hora… La clave está en ser imaginativos.

Cerrar las agendas

Para que de verdad cumplamos estos propósitos, es imprescindible «cerrar agendas». De la misma manera que no solemos trasladar una cita con el médico, una tutoría en el colegio o una reunión de trabajo, debemos ser rigurosos con esos momentos que nos reservamos para el matrimonio porque son más importantes que los demás. Eso implicará decir a algunas urgencias que tendrán que esperar o posponer otras peticiones, pero debemos aprender a gestionar esos momentos. Si, puntualmente, nos vemos obligados a cancelar uno de esos momentos de conversación, tenemos que ponernos la obligación de buscar un nuevo hueco en las agendas de inmediato para que no se nos pase.

El matrimonio es prioritario

Las agendas se resienten porque los matrimonios han experimentado una creciente tendencia a sentirse más padres que esposos. Esta tendencia ha sido, en algunos casos, muy positiva puesto que las parejas están más volcadas que antes en el cuidado de los hijos, el reparto de tareas y la presencia de padre y madre es más abundante y está más equilibrada, y «criar» va mucho más allá de alimentar y dar cobijo.

Sin embargo, si nos excedemos en el cuidado de la prole, corremos el riesgo de no dejar tiempo ni espacio al cuidado de la pareja, que es prioritario puesto que de la buena salud del matrimonio depende, en gran medida, el mejor hacer como padres.

Cuando rechacemos atender a un hijo en una petición que no era urgente porque estamos atendiendo a nuestra pareja, tenemos que interiorizar que, en realidad, estamos atendiendo mejor a ese hijo.

Alicia Gadea

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