Da miedo escribir sobre el tema del sueño infantil o del insomnio de los padres. El debate es tan encarnizado, que contemos lo que contemos, siempre habrá algún lector ofendido, algún ferviente seguidor y alguno que ni bien ni mal. Pero la realidad es tozuda: los niños que no duermen bien tienen padres que no duermen bien y ni los unos ni los otros son felices. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por que nuestros hijos concilien el sueño?
No conocía a Filipa Sommerfeldt Fernandes y admito que me acerqué a ella con recelo. He tenido hijos de todos los modelos posibles de conciliación de sueño. Buhos y madrugadores, llorones y silenciosos, adictos al chupete hasta límites insospechados, ligeramente maniáticos y uno que se dormiría hasta en el palo de un gallinero.
Creía que Sommerfeldt, especialista en sueño de bebés y niños -movida por su propia e insomne maternidad- sería de las que nos dicen que carguemos en brazos con ellos y no permitamos ni un minuto de llanto. Ya saben que la balanza bascula entre los de «que llore en el cuarto de atrás para que no moleste», los de «que nos vea cada rato, pero sin sacarlo de la cuna» y los de «ya dormirá con el tiempo, pero que no derrame ni una lágrima».
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Yo debo estar en un punto intermedio. El primer motivo por el extremo del equipo de los más duros es de mucho peso: mi casa no es grande y no tiene cuarto de atrás. Luego, llore donde llore, es imposible no oír al bebé de turno. El segundo, por el lado contrario, también es de peso, si tengo a un bebé permanentemente en brazos -o atado a la espalda o al pecho como un koala- mis brazos quedan bastante limitados para otro sinfín de tareas pendientes en mi vida, tareas que van desde poner la lavadora hasta escribir este texto. (Inciso: no, no se puede, aunque salga en algunas bonitas fotos de catálogo, escribir con un bebé colgado. Suele acabar golpeado por la mesa y yo, con un dolor de cervicales inimaginable. A veces el bebé entra en modo creativo y aporrea el teclado con lamentables consecuencias para mi anterior trabajo).
El caso es que la filosofía de Filipa Sommersfeldt cayó en mis manos en forma de libro (10 días para enseñar a tu hijo a dormir, Espasa, 2018). No creo mucho en los libros de recetas, pero el titular es lo que los periodistas llamamos clickbait, un buen anzuelo para picar. Y allá que piqué, aunque por suerte no necesitaba poner en práctica sus consejos porque todos mis hijos duermen a pierna suelta desde hace años. Pero una nunca deja de aprender. Y con Sommersfeldt he aprendido mucho.
Más allá del sueño
La razón es sencilla: su libro habla del sueño. Pero podría hablar perfectamente de cualquiera de las realidades educativas que nos tienen en ascuas a los padres día sí, día también. Y esas son las relacionadas con conseguir que interioricen las rutinas sencillas que luego son buenos hábitos y que después se convertirán en buenas virtudes.
Así que la palabra sueño se puede intercambiar por otras muchas, como alimentación, higiene, lectura, orden, sacrificio… Cada cual sabe bien dónde le aprieta el zapato a sus hijos.Lo que me ha conquistado del planteamiento de esta especialista es que le dedica el primer capítulo, posiblemente central su libro, al llanto. No a cómo frenarlo sino a cómo perderle el miedo.
«La primera forma de comunicación de un bebé es el lloro. (*) A pesar de ello, a las madres siempre les asusta el llanto. Para aprender a dormir no hay que llorar, pero es importante tener en cuenta que llorar no siempre es sinónimo de sufrimiento de nuestro hijo». Ahí está la clave de su propuesta: llorar es, posiblemente, un paso necesario para «la modificación de sus rutinas». Y lo que buscamos es modificar la rutina de su sueño -o de su alimentación, o de su comportamiento con los demás- para que sea mejor persona y por tanto más feliz.
Así que, nos aconseja: «Antes de ceder a sentimientos de culpabilidad, detente un momento y piensa por qué te sientes culpable. Todo lo que estás haciendo es enseñar a tu bebé una lección importante y saludable. La capacidad de dormir pacíficamente es un regalo que ofreces a tu hijo y que podrá utilizar para el resto de su vida». Buena lección, fácil, lógica. Gracias.
María Solano Altaba
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