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Descubre y potencia todo lo bueno que hay en tus hijos

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Qué importante es cultivar la personalidad de cada uno, la nuestra y la de nuestros hijos. Formar su personalidad, ayudarles ello, es hacer una obra de arte, porque consiste en descubrir cualidades y talentos específicos, seducir con la belleza de los valores humanos, hechos vida, y arrastrar en esa línea. Este es el auténtico liderazgo.

Para Platón y Aristóteles, es vital enseñar a tener buen gusto por lo bello. Es decir, reforzar las acciones nobles de cada persona. Descubrir y potenciar todo lo bueno, «extraer» y sacar a la luz todas las riquezas ocultas, en la propia persona, y en la de los que tenemos cerca: familia, amigos…

Esto precisa pensar, dedicar tiempo, poner nuestras mejores ideas y capacidades, hacerlo vida y concretarlo. Desarrollar fortalezas, motivar, adquirir hábitos y virtudes que den autonomía en el obrar, y ayuden a ser más y mejores personas… No es algo trivial, ni que se consiga a la primera; requiere intencionalidad, esfuerzo y lucha constante, teniendo a cada persona como protagonista de su propia aventura. ¡Merece la pena toda ilusión y esfuerzo en ello! Porque, como señala Tomás Melendo, el lugar donde el ser humano se «hace» y se «re-hace» como persona, es la familia.

Cómo potenciar todo lo bueno que hay en tus hijos

1. FORMAR LA PERSONALIDAD

En esta tarea, partimos de lo heredado, de lo biológico: la naturaleza. El temperamento de cada uno. Así, ir desarrollando y formando el carácter y la personalidad.Descubrir los talentos de cada uno, que se vislumbran con una mirada cálida, cariñosa. Aquellas características en las que es especial, para hacérselas notar, apoyarse en ellas y desarrollarlas. Además, ayuda a tener una saludable autoestima, basada principalmente en el afecto de las personas cercanas.

Al desarrollar esas cualidades y características, otras muchas relacionadas también emergen, y compensan debilidades… Sin estar remachándolas todo el día: no vayamos de pesimistas y perdedores. Aspirar a lo mejor es la forma de ir perfilando el carácter de cada uno.

La singularidad que nos diferencia de los demás es lo que hay que desarrollar, pulir, mejorar. Es la explicación más íntima de nuestro ser, único e irrepetible, y la razón de nuestra vida… Nos acerca al sentido más profundo, a nuestra «vocación» específica. Pero todo eso hay que descubrirlo y trabajarlo.

Como señala Miguel de Unamuno, «no te creas más, ni menos, ni igual a otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia pon todo tu empeño.»

En base al temperamento heredado, con la experiencia personal y la educación de cada uno, se va modelando y se forja el carácter personal.

Es algo que hay que luchar por conquistar día a día, pero, nos confiere autonomía y control para pilotar la propia vida con optimismo, superando retos y dificultades. Y nos da ánimo y esperanza.Se basa en la conquista de buenos hábitos, que dejan su impronta y conforman el cerebro. Estos hábitos se transforman en virtudes, al hacerlo con libertad, porque se quiere de veras, que es el mejor motivo. Así, se adquiere una facilidad y un disfrute cada vez mayor. Ayudan a tener el control. De ahí la importancia de ser amable, empático, generoso, responsable… etc.

A veces se piensa que, a base de repetir algo muchas veces, se logra un hábito. Pero no siempre es necesario. Lo importante es interiorizar y aprehender su esencia, el bien que conlleva, y querer hacerlo poniendo el corazón: por amor. Así, hacerlo vida. Algo que parece muy sencillo, pero requiere ilusión y lucha. Sin embargo, como apunta Aristóteles, cuanto más virtuosa es una persona disfruta más realizando buenas acciones. Y al final, «somos lo que hacemos cada día».

La personalidad, hecha a golpes de libertad, que diría Ortega, es fundamental de por sí en cada persona.

Es la forma en que nos manifestamos a los demás y, especialmente, en el liderazgo. Pero, independientemente de los talentos y fortalezas de cada uno, que ayudan a guiar el desarrollo y el carácter propio y apuntan a su vocación, todos necesitamos pensar con claridad, armonizar cabeza con corazón y aprender a querer a los demás.

Y es vital la empatía y la inteligencia emocional: tenemos unas «neuronas espejo» que nos facilitan escuchar y comprender, ¡querer a los demás!Todo esto se aprende en familia, escuela del más rico humanismo, donde se va forjado una buena personalidad. En la infancia hay mucha afectividad, o debe haberla: todo está sumergido en cariño y de ello depende el buen desarrollo cada persona.

Según van creciendo los hijos, hay que potenciar su pensamiento, sin olvidar nunca el corazón. Impulsar el desarrollo de la razón y de la voluntad, que nos distinguen como personas, para hacer lo de veras razonable y correcto. Porque, la razón es luz que ilumina el sendero. Que guíe al corazón, y sea un referente en el actuar de cada uno, ayudado de un buen sistema de guiado, como es la conciencia personal: esa luz interior que nos ayuda a discernir.

2. TIPOS DE LIDERAZGO

Y aquí enlazamos con el buen liderazgo personal. Partimos de que, para liderar a los demás primero hay que liderarse uno mismo. Y liderarse es forjar el carácter, con cabeza y corazón, autodominio, y voluntad entrenada.

A grosso modo, unas pinceladas sobre algunos tipos de liderazgo, y las motivaciones de cada uno, para tener claro cómo queremos y podemos actuar con nosotros mismos, y con los demás, dependiendo de ello.

1. Empezamos por el liderazgo de nivel más bajo: gestión de recursos. Todo se convierte en un recurso que se puede manejar con un fin. La persona se la reduce a un recurso. Aquí los motivos son puramente extrínsecos, del «tener». Son los que nos llegan desde fuera. Es decir, del nivel más bajo también. Cuando fallan, ya no «compensa» seguir adelante. Forman relaciones poco estables, y no se aporta mucho a los demás.

2. El siguiente nivel es la dirección de personas, con objetivos y retos. Ya avanzamos un poco. Se mira a la persona, y sus motivaciones intrínsecas, como son el saber, realizarse, plantearse objetivos profesionales, adquirir competencias y habilidades… etc. No está mal, pero tampoco es el mejor. No piensa tanto en las demás personas, ni muchas veces en las consecuencias derivadas de sus actuaciones.

3. El tercer nivel, y más alto, es el liderazgo relacional. Las personas somos seres relacionales, estamos diseñadas para los demás. Y en las relaciones personales desplegamos nuestra mejor forma de ser, y encontramos más plenitud como personas. Cada uno necesita de esas buenas relaciones, como el oxígeno que respira. Y, como consecuencia de esa plenitud, somos más felices. Hemos visto que cada persona se hace y re-hace en ellas, en especial en la familia, al sentirse querida y poder querer a los demás. Aquí las motivaciones son altas, del tercer nivel: trascienden a cada persona, porque se mira a los demás, y es lo que da más sentido e ilusión en la vida.Este liderazgo es más sano y duradero y crea relaciones más estables. Es el que arrastra con su buen hacer, su ejemplo y coherencia, con el servicio a los que tenemos cerca.

En todo liderazgo, pensar: ¿qué aporto a los demás…?

No se trata tanto de pensar en lo que uno recibe, sino, más bien en lo que aporta. En esta línea está la clave.

Este liderazgo relacional puede ser a su vez de varios tipos:

Transaccional: repartiendo recursos.

Transformador: cambiando recursos y apoyado en motivaciones. Con cabeza y corazón. Basado en valores, como la coherencia y la responsabilidad, el optimismo, la sinceridad, la empatía, el servicio… etc. Transforma dificultades en retos.

Trascendente: con acciones concretas que trascienden e influyen en los demás. Vamos a centramos en este. El liderazgo trascendente maneja unos recursos, los transforma, y crea otros nuevos, con imaginación y pensamiento, con la creatividad propia de la persona y, además, trasciende a otras. Las acciones repercuten en el bien de ellas, no tanto ni solo en uno mismo. Aquí se aporta algo a los demás: ideas, ayuda, ejemplo, buen hacer… Con espíritu de servicio en lo que puedan necesitar.

Este tipo de liderazgo nos da alas para volar alto, por los valores y motivos trascendentes que lo impulsan: del tercer nivel. Aquí son importantes las cualidades personales, y la misión concreta, lo cual da un sentido único a la vida. Algo que, si no lo hago yo, nadie lo hará. Eso ayuda a priorizar, y anima a luchar por ello: a hacerlo real.

Ya lo decía Viktor Frankl: lo que más motiva en una situación difícil, incluso en la que él vivió, tan espantosa y llena de sufrimiento, es encontrar cada cual el sentido de su vida. Que siempre tiene relación con los demás y es donde adquiere el mayor despliegue.

Cada uno respondemos con nuestras acciones, y con la vida entera, a las preguntas que nos planteamos. Somos seres responsables, al menos en este sentido. Y hay que intentar serlo en todos los sentidos. Ninguna acción queda sin consecuencias, todo repercute en los demás. De ahí la grandeza de ayudar a los que tenemos cerca, siendo coherentes, respondiendo a sus necesidades, alegrándoles la vida. Algo tan propio de la persona y muy en especial en pareja y en la familia.

Es un talento personal interdependiente, que se mueve y se desarrolla con los demás y tiene mucho que ver con la capacidad de amar de la persona. Por eso, buen liderazgo apunta a nobleza, y construye relaciones auténticamente personales, con esas habilidades, apoyadas en la afectividad, que facilitan el encuentro.

Mª José Calvo. Médico de familia y autora del blog Optimistas educando

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