Sentirse a gusto con los amigos… ¿Has tenido esa experiencia? Ser capaz de ser amigo. Es algo muy grande que nos libera de nosotros mismos, nos da vitalidad y alas para volar alto, pensando en ellos.
La amistad no es algo de menos categoría que el amor, sino que es una forma de amor. Reflexionando, C. S. Lewis decía que la amistad es uno de los dones más preciados que la vida nos puede regalar. Y, ¿quién puede decir que lo ha merecido? Es una forma de amor recíproco entre dos personas, que, como ya advirtiera Tomás de Aquino, «se edifica sobre el mutuo conocimiento y la comunicación». Y lleva a compartir.
Amigos. Un encuentro entre dos personas, que comparten algo que los une. Es un vivir y sentir con el otro porque estamos diseñados para las relaciones personales. Nuestro cerebro es social y empático. Hace falta mirar a los demás, comprender y darles la oportunidad de conectar, de que nos cuenten lo que necesitan.
En la amistad uno se da así mismo.
Es necesario, no solo dar «cosas», que está muy bien, sino también darse: dar nuestro tiempo y persona a quienes llamamos amigos. Como decía un gran amigo, «la persona es un ser de aportaciones», necesita darse a los demás, es lo más propio de ella. Así logra ser más y mejor persona, le aporta mayor plenitud personal. Asimismo, es la forma de alimentar cualquier amistad y la fragua de la felicidad, que depende en gran medida de la capacidad de amar de cada uno, concretada en obras.
La amistad se va forjando con el tiempo. Puede surgir de un granito de arena y se solidifica y madura con tiempo y vivencias. Se nutre de momentos juntos, conversaciones en las que se abre el propio corazón. Se ayuda al otro, se comprende, no se juzga, se aporta, y se estimula lo mejor de él, de ella… Un amigo te ayuda a crecer como persona.
El «buen amigo»
Qué importante es tener amigos en la vida real. No confundirlos con los llamados «amigos» de las redes sociales, un mundo artificial que debe estar anclado en la vida real. Si no, no se sustenta y genera soledad. Aprender a saborear la verdadera amistad, que no tiene nada que ver con el postureo del yo, sino con el tú del otro. Siempre ha requerido descentrarse un poco de uno mismo, pero ahora, con el mundo virtual centrado en selfies, es quizá más necesario.
Para ello es necesario poner en juego las cualidades personales, como la comprensión, saber escuchar, no solo con los oídos, sino también con el corazón, el espíritu de servicio… Y la empatía, para profundizar en esa comprensión, para sentir con el otro, y atenderle en lo que necesite, según su forma de ser o sus circunstancias. Así, descubrir sus fortalezas y talentos, esas cualidades en las que cada uno es especial.
Es la forma de ayudar a crecer a cada uno, como la persona singular que es. Los amigos engrandecen el espíritu.
Cada persona es algo, o mejor alguien, tan valioso y «cuasisagrado», que hay que acercarse a ella, a cada una de ellas, con admiración y respeto. Mostrando nobleza y confianza, gratitud y, sobre todo, cariño. Saber mirar con ojos «de buen amigo». Descubrir todo lo bueno que tiene, que siempre es mucho más de lo que se ve a primera vista. Comprender limitaciones y fallos, estados de ánimo más o menos oportunos… Ponerse unas «gafas tintadas», si hiciera falta, para descubrir sus talentos, que a veces pueden estar algo ocultos.
En el trato con los amigos crecemos como personas, pensando en ellos. Nos ayuda a salir del yo, para ir a su encuentro.
Amigos: comprender al otro
Sin embargo, la amistad necesita calma y paciencia. Es preciso ensanchar el alma, abrirnos a los demás, para agrandar las fronteras del propio corazón, y albergar a todos. Comprender que, cada uno libra una batalla en su interior. Ser amables, romper la soledad del otro, dar confianza, dejarle abrirse, escuchar con el corazón lo que quizá quiere decir y no se atreve… El cariño lo transforma todo.
Ayudar a que cada uno a descubrir toda su grandeza, la maravilla velada en él, todo lo valioso que es, y lo que puede llegar a ser, con sus fortalezas y facultades. Saber que, cada persona es libre para ser ella misma. Por otro lado, la libertad es la mayor facultad personal, y algo esencial en cada una de ellas. La persona manifiesta su libertad cuando ama y transforma hacia mejor la realidad que le rodea.
Por eso, el para qué de esa libertad, la meta valiosa por la que luchamos, es muy importante, porque de ello depende que logremos la mejor versión de cada uno, o que vayamos en sentido contrario. Y el amor, la capacidad de querer a los demás, es un punto clave. Ser capaces de amar nos llena el alma, y nos aporta mayor plenitud personal.
Y consecuentemente, nos hace más dichosos. En esa capacidad de querer entra la amistad, además del amor en pareja, y de los amores familiares. Todos son fuente de libertad creativa, de afecto y felicidad.
María José Calvo. Fundadora de Optimistas Educando y Amando
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