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Espejito, espejito… ¡dime cómo me siento!

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Que las emociones son un aspecto intrínseco al ser humano es algo que ya sabemos. Es imposible, para alguien sano, no sentir. Cuando nacemos, somos emoción pura. No hay más que observar a un recién nacido durante unos instantes. El placer que siente cuando toma su biberón es la máxima expresión de placer. Y al mismo tiempo, el llanto, cuando se siente mal, es absolutamente desgarrador.

Parece increíble que ese bebé que al principio vivía y expresaba sus emociones «en bruto», crezca y sea capaz de diferenciar la infinidad de matices que el mundo emocional tiene. Cuando sea adulto, no será lo mismo sentirse decepcionado, que apenado, desmotivado o desconsolado.

La capacidad de entender el universo emocional vendrá de la mano del desarrollo cognitivo, social y del propiamente emocional. Sin embargo, conocer qué factores facilitan este conocimiento y cómo podemos favorecerlo, nos ayudará a entender el mundo emocional de nuestros hijos e hijas, así como ayudarles a adentrarse en la experiencia emocional desde una vivencia de seguridad.

Cómo entender qué le pasa a nuestro bebé

Remontémonos a los inicios de la vida. Como ayuda, creemos una viñeta en la cual un bebé percibe algo que no está del todo bien. No es capaz de identificar qué es, está incómodo, algo no le agrada. Por desgracia, no tiene aún la capacidad de decir: «papá, mamá, os tengo que pedir ayuda. Hay algo que me incomoda, no me siento bien en este momento».

Es ahora el turno del padre o madre, entra en el terreno de juego dispuesto a descubrir qué es lo que le ocurre a su bebé y hay que tener en cuenta que mientras tanto, el llanto del bebé cada vez es más angustiante, y esto no facilita en absoluto la tarea de mantener la calma por parte del adulto.

La mamá o el papá intentan entender la vivencia del bebé: ¿Qué puede estar necesitando? Hambre no puede tener, porque acabamos de darle un biberón. El pañal está limpio, por tanto, tampoco se siente incómodo por eso. ¿Frío? Quizás es frío. Le tomamos en brazos y le arrullamos. Parece que funciona, no sabemos realmente si es porque el bebé entra en calor o porque el contacto con una figura de cuidado que le atiende de forma pronta y afectuosa hace que se calme. Quizás sean ambas opciones, pero, a fin de cuentas, el adulto ha sido capaz de:

1. Ver que su hijo tiene una experiencia emocional (diferente a la del adulto, que le ha atendido desde la calma).

2. Transmitirle que esta emoción merece ser atendida desde el afecto y la calma.

3. Es alguien en quien se puede confiar para ayudarle cuando lo necesite, ya que es capaz de entender qué ocurre, y de regular su emoción (o al menos intentarlo). Y es en ese tercer punto donde nos vamos a detener para analizarlo mejor.

Cómo gestionar el estado emocional del bebé

¿Qué ocurre para que con la presencia y actuación del padre o madre el bebé se calme? Estas son algunas pistas que pueden orientar a los padres para que puedan gestionar el estado emocional de su bebé.

En su labor de contención, la mamá, o papá, funcionarán, primero como radares, sondeando el estado emocional del niño. Luego harán una labor investigadora, tratando de descifrar lo que está ocurriendo y a posteriori harán un papel de espejo, reflejando al niño o niña el estado emocional. Esta función será clave para el aprendizaje afectivo.

El adulto, a través de este reflejo le transmitirá a su bebé:

1. Que entiende lo que le ocurre.
2. Que esta emoción no es tan desbordante como el bebé la está sintiendo.
3. Que puede poner remedio además de hacerlo con afecto.

Pensemos que este trabajo se realiza cientos de veces a lo largo de un día. Los padres y madres funcionarán como termostato emocional durante toda la infancia de sus hijos e hijas. Funcionando como espejos, donde los más pequeños se miran para aprender a identificar sus emociones, averiguar si lo que les ocurre es bueno o malo y aprenden a co-regularse.

Mantener siempre la calma, ¿una utopía?

No sería de extrañar que, ante esta viñeta, un grupo nutrido de padres y madres se manifestaran al lema de: «¡no podemos mantener siempre la calma, nosotros también tenemos nuestras propias emociones!». No nos alarmemos. Pensemos que tenemos cientos de ocasiones para acertar, para fallar y para reparar. La naturaleza es sabia, y nos regala la oportunidad de no hacerlo todo a la primera, de poder regularnos primero para poder regular a nuestros hijos.

Lo que sin duda está claro, si el adulto no es capaz de mantener cierto nivel de calma y reflexión, nuestros hijos e hijas no van a poder aprender por ellos mismos a regularse. Los niños aprenden del mundo emocional de la mano de los adultos que les cuidan, y la clave está en la calma y el afecto, o lo que es lo mismo, en hacer la función de espejo pensando en el reflejo que queremos que nuestros hijos vean de su propia emoción.

Blanca Santos. Psicoterapeuta infantojuvenil y familiar de Psicólogos Pozuelo y profesora en la la Universidad CEU San Pablo.

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