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¡No hay forma de que ordene su cuarto!

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Los esfuerzos para que limpien y ordenen su habitación se convierten a diario en una pesadilla para muchas familias con adolescentes. ¿Qué hace que lo pongan todo patas arriba? ¿Qué se esconde tras esa aparente indiferencia ante el desorden y la suciedad? ¿Por qué les cuesta tanto ordenar y limpiar su dormitorio? ¿Se puede hacer algo para que lo hagan? Esta particular circunstancia adolescente responde al complejo desarrollo de su cerebro en este momento de su ciclo vital.

¿Cómo pueden vivir entre tanto desorden?

Esta es una de las preguntas que muchas familias se hacen tras contemplar a diario el estado de las habitaciones de las personas adolescentes de su vida. Ropa amontonada, mezclada la sucia con la limpia, calcetines y ropa interior por el suelo, olores desagradables, envoltorios de bollería, bolsas de patatas vacías, latas, platos, vasos y tazas con varios días de antigüedad, un escritorio sepultado bajo una montaña de objetos variopintos, la cama sin hacer con las sábanas enroscadas formando arrugas imposibles y que, si no fuera por nuestra intervención, llevarían meses sin cambiarse…

Ante esta espeluznante estampa, que tiene el poder de alterarnos enormemente, solemos poner el grito en el cielo y asaltarlas con elocuentes discursos sobre la importancia del orden y la limpieza. Nos ponemos serias para tratar un tema que nos preocupa y nos lanzamos a solucionarlo inmediatamente. Nuestra mirada adulta se horroriza al comprobar su falta de interés por cuidar el espacio en el que viven o su higiene, y sentimos la necesidad de aleccionar con la intención de conseguir que la situación cambie.

Sin embargo, en su lugar, lo que acabamos consiguiendo cuando actuamos de esa forma es discutir y aumentar la tensión en casa. Nuestra disertación, lejos de hacer que comprendan que deben mantener su cuarto en mejores condiciones, las pone a la defensiva y refuerza su sensación de ser incomprendidas en casa. Repetimos el mismo discurso una y otra vez, pero todo sigue igual y acabamos agotadas, frustradas y ocupándonos nosotras de limpiar y organizar su espacio, o dando la batalla por perdida, tirando la toalla y mirando hacia otro lado cuando pasamos frente a su cuarto para no contemplar el espectáculo que resulta de su indiferencia.

Todo esto nos sucede por dos motivos

El primero de ellos es que solemos desconocer lo que se esconde tras esa aparente despreocupación, tras esa desorganización. Pensamos que ya deberían responsabilizarse de sus cosas, de su espacio, que ya tendrían que saber mantenerlos en buen estado y ocuparse de ellos, que nos toman el pelo. Sin embargo, lo cierto es que la realidad adolescente dista mucho de nuestras creencias adultas.

Muchas personas adolescentes no mantienen en orden su espacio porque no pueden o no saben hacerlo. Porque en su interior reina el caos más absoluto y las tareas evolutivas de la etapa se lo ponen difícil. La realidad es que el primer reflejo de la complejidad de los cambios que están experimentando, de esa confusión que sienten, es el estado de su habitación.

El segundo motivo por el que acabamos frustradas y haciéndolo nosotras o tirando la toalla y evitando el tema, es que las estrategias que utilizamos para ayudarlas a aprender no son las más útiles para conseguirlo. Nos quedamos solo con el discurso, les hablamos («mira cómo lo tienes todo»), las sermoneamos («un día vas a desaparecer entre tanta porquería»), las castigamos («no has recogido tu cuarto, pues hoy no sales»), las amenazamos («como no recojas tu cuarto, hoy no sales»), las etiquetamos («eres una vaga y una marrana»), las presionamos («¿aún no has recogido tu cuarto?»), les exigimos («hazlo ya»), les mostramos nuestra decepción («no me esperaba esto de ti») y todo lo hacemos con la intención de que hagan algo que no les nace, que no sienten como necesidad.

¿Qué es lo que se esconde tras ese desorden?

¿Por qué no sienten la necesidad de ordenar, recoger y limpiar? En la adolescencia la prioridad en nuestro desarrollo no es ordenar nuestra habitación. Las personas adolescentes no hacen lo que hacen para fastidiarnos.

El desorden que impera a su alrededor es una pequeña parte de su desorden interno.

En su interior se están produciendo cambios a muchos niveles, cambios que no se producen simultáneamente y de forma armónica. Esos cambios las conducen a un estadio de desconcierto y descoordinación que, por otra parte, es fundamental en su transición a la vida adulta.

Si esto es así, si no pueden evitar pasar por ahí y es necesario que lo hagan ¿cómo podemos ayudarlas para que aprendan a cuidarse y a cuidar su espacio protegiendo y respetando a la vez su momento de desarrollo? Esto no es una tarea sencilla y, a veces, aunque nos cueste aceptarlo, las ayudamos más si no hacemos nada y observamos su evolución. Debemos entender que lo que les pasa «no es personal, es cerebral» y que es temporal. Por lo tanto, que no ordenen su cuarto como les pedimos que lo hagan no tiene que ver con que quieran retarnos, tiene que ver con las características evolutivas de la etapa que, además, son temporales y van evolucionando.

¿Qué podemos hacer cuando no ordenan su cuarto?

Tendremos que asimilar que su cuarto quizá no vaya a estar como nosotras queremos que esté, al menos, durante un tiempo y será útil reflexionar sobre lo importante que es para nosotras que su cuarto esté limpio y ordenado. En definitiva, no deja de ser su cuarto, un espacio que refleja su estado actual y sabemos que esto es temporal. Si, a pesar de todo, no podemos soportar que lo tengan todo manga por hombro y queremos intervenir para que la situación cambie, podemos acompañarlas para que vayan desarrollando habilidades de cuidado del espacio de forma progresiva.

Esto quiere decir que vamos a tener que poner paciencia y no esperar resultados inmediatos, porque aún no están preparadas para hacer las cosas como las hacemos nosotras. Si queremos estimular su aprendizaje, vamos a tener que utilizar toda nuestra creatividad, llegar a acuerdos con ellas para realizar tareas sencillas e ir aumentando la complejidad a medida que se van adquiriendo las habilidades necesarias. Una de las pautas que puede servirnos, entre otras muchas, es darles mensajes concretos que impliquen una tarea simple. En lugar de decir «recoge tu habitación», digamos «pon la camiseta en la cesta de la ropa sucia».

Si les indicamos tareas sencillas, es más fácil que las realicen porque las ayudamos a destilar el mensaje principal del enorme ruido que sienten cuando tienen que imaginar, desglosar y organizar la tarea completa ellas solas. Recordemos que su córtex prefrontal está todavía en desarrollo y les cuesta prestar atención, organizarse, planificarse en el tiempo… Por lo tanto, necesitan que les facilitemos la tarea para que su cerebro vaya desarrollando las capacidades que le permitirán, en el futuro, entender tareas más abstractas y hacerse cargo de ellas.

Sara Desirée Ruiz. Educadora social especializada en adolescencia
Instagram: @adolescencia.sara.desiree.ruiz
Twitter: @SaraDesireeRuiz

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