La sociedad actual valora más los resultados que las actitudes y el esfuerzo. Necesitamos «tocar para creer» y si no hay buenos resultados no creemos que pudo haber esfuerzo y buena voluntad. Sin embargo, los nuevos cambios en las leyes de Educación que afectan a la ESO y a Bachillerato, que dan la posibilidad de graduarse con una asignatura suspensa e incluso presentarse a Selectividad, nos dicen quela senda educativa ha cambiado de rumbo.
La vida de nuestros hijos es mucho más que sus estudios, aunque sean, sin duda de máxima importancia. Pero nuestra cultura nos ha convencido que esto es lo más relevante y fundamental para ellos: estar bien preparados académicamente.
Actualmente la inversión en estudios, las altas expectativas y los logros en este área cobran una gran importancia. Un hijo que tiene buenas notas suele tener contentos y tranquilos a sus padres y estos confían en que «si esto está bien, todo , o casi todo, en mi hijo esta bien».
En el otro extremo, cuando llegan las notas, si los resultados son malos y no cumplen sus expectativas, algunos padres se frustran y se angustian, se fijan y resaltan más los aspectos negativos del hijo cuando suspende y ven poco o nada otros logros, cualidades, esfuerzos, o las actitudes positivas en otros ámbitos de su vida. Les invade un miedo legitimo pero excesivo. Creen que este fracaso puede llevar irremediablemente a sus hijos a un mal futuro, sin buenas oportunidades profesionales con las que ganarse la vida.
Los resultados académicos no lo son todo
Pero cuidado, no nos engañemos: unos resultados académicos, ya sean buenos o malos, no son nunca suficientes para valorar y saber cómo se encuentra nuestro hijo.
No demos nada por sabido, nuestros hijos nos dan señales no solo con sus notas, también con su comportamiento, sus actitudes, con sus palabras. Vamos a sentarnos con tiempo suficiente para escucharles a ellos. Preguntémosles por todas las facetas de su vida, no solo por los estudios, también por los amigos, por sus preocupaciones, por sus intereses, por lo que piensa y sienten… Todas estas áreas son igual o más importantes. Es bueno hacerles saber que también nos interesa todo lo que a ellos les importa. También en esto necesitan empatía, apoyo, consejo y ejemplo.
Una buena preparación académica sin duda les prepara y forma adecuadamente para la vida, pero tanto o más les va a ayudar tener además, una buena autoestima, ser maduros emocionalmente, saber comunicarse o tener unos valores arraigados. Hay que educar en el esfuerzo, la voluntad, la constancia, la disciplina, la generosidad y las ganas de aprender.
Y los adultos tenemos que aprender a distinguir entre un estudiante que suspende porque es vago, inmaduro o falto de voluntad, de un chico que suspende o baja su rendimiento escolar por problemas psicológicos. En este ultimo caso, siempre me ha llamado la atención aquellos padres que, aunque personas formadas, inteligentes y buenas, tienen una actitud ambigua frente al hijo con un trastorno psicológico.
Por un lado reconocen y admiten el malestar psicológico -como los diagnósticos de TOC, depresión, ansiedad, fobias, etc; ponen los medios para tratarlo y ayudan a su hijo todo lo que pueden. Pero por otro lado, frente a los resultados académicos, se vuelven inflexibles, duros, y toda la comprensión hacia la situación psicológica del hijo desaparece y llega la exigencia sin concesiones de unos buenos resultados. La presión de la sociedad invade a estos padres y exigen, sin paliativos, buenos resultados.
Puede que el hijo lo esté intentando, se esfuerza y lo lucha, pero no lo consigue. Para estos padres, tristemente, no siempre resulta suficiente. Intentemos entender a nuestros hijos. Detrás de un fracaso escolar a veces hay algo más que inmadurez e irresponsabilidad. Simplemente escuchando de verdad a nuestros hijos podríamos ayudarles mucho para la vida. No hay que olvidar que el mejor «master» lo recibimos en casa.
María García Cavestany. Psicóloga Clínica
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