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El chantaje emocional de los hijos, ¿cómo manejarlo?

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El chantaje emocional no es necesariamente un desafío a la autoridad. Puede ser la única manera que encuentran los niños y adolescentes para expresar sus miedos, ansiedades, necesidad de afecto, atención, de reafirmarse o diferenciarse de los progenitores.

El chantaje emocional: ¿de dónde viene? ¿qué significa?

Podríamos, comúnmente, entender como «chantaje» emocional los berrinches, rabietas, amenazas y problemas de conducta en general que a veces manifiestan los niños cuando necesitan o quieren conseguir algo. He de reconocer que siento cierta incomodidad con este término, pues parece esconde un significado despectivo, asociado a la mala fe por parte del niño.

Primero, es fundamental entender y discriminar qué necesita o quiere el niño, en un nivel más amplio y profundo que el que indica la conducta. Recordemos que mediante la conducta los niños expresan también necesidades emocionales. Parte del trabajo como padres y madres es entender qué quiere decir la conducta del niño, ya que no sabe o no puede expresarlo con palabras.

Es común que los padres y las madres vivan estas conductas como un mero desafío a la autoridad – y puede que así sea en ocasiones – pero en otras no tiene que ver con esto, y es la única forma que encuentran los niños y adolescentes para expresar sus miedos, ansiedades, necesidad de afecto o mayor atención. Puede que incluso generados por factores externos, como por ejemplo sentirse frustrado con el colegio.

Por lo tanto, el primer paso será hacer esta lectura emocional sin estigmatizar la conducta del niño ni calificarla de chantaje, si entendemos el mismo desde un significado peyorativo.

Un desafío para los padres

En caso de que la conducta del menor funcione como un desafío a los padres, más común en la llamada primera adolescencia -2 o 3 años- o en la adolescencia como tal, también tendremos que entender de dónde viene dicho desafío, qué le está pasando al menor. ¿Está enfadado con su madre o padre por otras razones, por ejemplo por pasar tiempo insuficiente con él? ¿Puede que necesite más límites por parte de su padre y/o su madre? ¿O quizás menos exigencia? ¿Será quizás que acaba de aprender a auto reafirmarse a través del desafío y de los berrinches (conducta evolutiva en la primera adolescencia)? ¿Puede que sea adolescente y necesite diferenciarse (adquisición de la autonomía emocional de los progenitores)?

Una vez más, tendremos que discriminar qué significa dicho «chantaje,» es decir, qué está necesitando el menor y poder proporcionárselo si está en nuestra mano como padre o madre; o si responde a una respuesta evolutiva, simplemente entenderlo y no entrar en una lucha de poder.

En otras ocasiones, el/la menor utiliza el chantaje emocional de forma aprendida de sus padres y madres.

Puede que estos hayan utilizado la culpa, el miedo, y la amenaza como parte de la educación de sus hijos. Es fácil caer en ello porque les devuelve cierta sensación de control. Un ejemplo sería decirles «si no te portas bien, no van a querer estar contigo / no te van a traer regalos».

Riesgos del chantaje emocional

Es cierto que el chantaje emocional puede resultar una fórmula efectiva en un inicio, en cuanto a que puede cambiar una conducta determinada, pero no genera¡ un cambio interno y duradero. El niño o adolescente puede que obedezca, pero por temor a perder algo. Existen además otros riesgos:

– Exigirles hacer algo inmediatamente y a la manera de los progenitores, minimiza su capacidad de decisión, generando a largo plazo hijos/as dependientes o muy rebeldes. Puede esconder rigidez por parte de los padres para aceptar diferentes maneras de hacer las cosas y en diferentes tiempos.

– Puede generar miedo, rabia y rencor en los menores, que crezca con el tiempo y resienta la relación materno y paterno filial.

¿Qué podemos hacer para gestionar el chantaje emocional?

No existen fórmulas mágicas que consigan que nuestros hijos hagan lo que queremos que hagan. Es más, esa no puede ser la expectativa, puesto que obligarles en exceso puede suponer una falta de reconomiento de su experiencia emocional y sus necesidades internas. Si podemos y debemos ser firmes con las normas importantes, pues no es solo un capricho personal, sino que es el cuidado que necesitan en lo que creemos que puede ser perjudicial, dañino o peligroso para ellos. Pero hasta ahí es donde podemos llegar. No podemos garantizar ni conseguir que las cumplan. No aceptar esta realidad es lo que lleva a muchos padres y madres a frustrarse en exceso y descontrolarse.

Cuando son pequeños es importante estar presentes y acompañarlos a ejecutar la orden, en lugar de esperar a que lo hagan ellos solos. Debemos repetir esta actuación muchas veces para que puedan aprenderlo. Cuando son más mayores, es necesario escucharles y poder negociar con ellos, darles tiempo de margen para que puedan elegir ellos cuándo hacerlo (dentro de unos límites), darles opciones para que puedan tomar ellos sus propias decisiones y sentirse más autónomos. Es también fundamental que haya coherencia entre lo que les decimos y lo que hacemos, para que puedan imitar nuestra conducta, ya que esta tiene mucho más poder e influencia que lo que les digamos.

Una vez hemos hecho esto, si les hemos escuchado, empatizado, y negociado, debemos ser firmes con nuestros límites. La firmeza no está reñida con el afecto, la empatía y la negociación, y además les proporciona seguridad. No nos sintamos culpables por establecer normas y límites de forma firme si creemos que con ellos les estamos educando y enseñando. Poner normas y límites con amor, respeto y firmeza son el mejor camino para que nuestros hijos tengan una sana autoestima y sean autónomos e independientes, aunque no sea el camino más rápido.

Cristina Botella Botín. Psicóloga infantojuvenil y terapeuta de grupo de adolescentes en Psicólogos Pozuelo.

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