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La felicidad en el amor de pareja

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Los sentimientos son importantes. De hecho, el amor suele comenzar con ellos cuando alguien nos deslumbra con su belleza y nos inunda ese «sentimiento» que parece que nos hace volar. Los sentimientos en general nos hacen creer que lo podemos todo. Nos transforman y, muchas veces, transforman la realidad.

Estar enamorado nos entusiasma porque se nos ilumina el mundo entero. Vemos todo lo bueno y bello que posee la otra persona y nos atrae de forma singular e intensa: ya casi no podemos pensar en otras cosas. La mirada y el pensamiento se nos van hacia esa persona y queremos compartir la vida entera con ella o con él, hacer un proyecto vital conjunto. Como diría Ortega, amar es «estar empeñado en que exista; no admitir en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquella persona esté ausente».

Los sentimientos son estados subjetivos difusos y prolongados que provocan un cambio interior, con tonalidad entre dos polos: agradable o desagradable, excitante o tranquilo, placentero o doloroso, estimulante o bloqueante. Nunca son neutros o ambiguos. Es como un «tamiz» que filtra la realidad que percibimos e influye en el modo de verla. Por eso nos acercan o alejan de ella.

¿Cómo se forman los sentimientos?

A veces por estímulos del exterior que constituyen sensaciones. Son la parte más superficial y, aunque no son propiamente sentimientos, influyen en ellos. Otros estímulos provienen de la imaginación, la memoria y el pensamiento. A veces se van formando «estados afectivos», resultado de la experiencia, o del pensamiento, y se «guardan» en la memoria con unas circunstancias concretas.

Otras veces influye el subconsciente y, en ocasiones, se desconoce su origen. Asimismo, tiene mucho que ver el sistema límbico, que es el estrato anatómico del cerebro encargado de percibir sentimientos y emociones. En concreto, la amígdala es la que maneja el mundo emocional.

Una cita de Platón que refleja muy bien esto es: «La conmoción amorosa tiene lugar en el encuentro con la belleza sensible, pues ella conmueve al hombre más que ningún otro valor, y lo arrebata de su tranquila comodidad». Nos mueve a que salgamos de nuestra individualidad y nos encaminemos hacia la otra persona, atraídos por esa belleza.

Por eso hace falta emocionarse por el otro, y con el otro, por la maravilla de su persona y de lo valioso de su existencia. No acostumbrarse a verle, a tenerle a nuestro lado, a su cariño y detalles de atención cotidianos. Disfrutar de ello.

Los sentimientos del amor verdadero

Amar no solo es volar en sentimientos, sino que precisa otros puntos donde anclarse. Los sentimientos van y vienen, son cambiantes y poco objetivos. Hace falta poner cabeza y tener voluntad entrenada para demostrar ese cariño, con sentimientos favorables o no. Por eso es necesario usar la corteza prefrontal, que es la que pone un punto de pensamiento en esos sentimientos y emociones. Que sea la inteligencia la que los dirija y controle porque, muchas veces, son como ciclones que arrasan.

Para conquistar un amor duradero es necesario implicar pensamiento y voluntad. Es necesario conocer bien al otro para quererle y percibir todo lo bueno que posee. Y es preciso pasar de belleza exterior a la belleza interior: del «me gustas», al «te quiero». Y hacerlo más y más real. De ahí la necesidad de una voluntad libre y entrenada capaz de querer. Así, enriquecer la relación con momentos a solas, de conversación amigable, de tertulias entrañables, con comprensión y buenas maneras.

Cuando conjugamos cabeza y corazón, con voluntad entrenada y libre, se despliegan las habilidades de la inteligencia emocional, ¡y el resultado es maravilloso! Porque con el paso del tiempo y la rutina, ese sentimiento inicial del enamoramiento puede perder fuerza e ir disminuyendo. Por eso es necesario cuidar el amor día a día. ¿Cómo? Trabajando ese amor, custodiándolo, empeñándonos de veras en querer a la persona elegida. Concretando detalles de atención para con ella cada día. Es decir, «construyendo» ese amor.

Es la voluntad la que, además de concretar y hacer real ese cariño, tiene el poder de hacer «re-surgir» sentimientos aletargados. Cuando el amor se descuida, o está en crisis, es vital tener gestos frecuentes de cariño con la otra persona, aunque duela, para que pueda resurgir. Y esos detalles de atención son los que, con paciencia, harán salir a flote sentimientos positivos de cariño mutuo.

Amar a la otra persona nos aporta crecimiento personal, construye la relación, y como consecuencia, nos hace experimentar la dicha de hacer feliz a esa persona tan querida que nos ilumina y transforma el universo entero.

Mª José Calvo. Médico de Familia. Optimistas Educando y Amando

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