Queremos educar en valores porque sabemos lo relevancia de estos para que nuestros hijos sean buenas personas. No debemos concebir la transmisión de valores a nuestros hijos como una empresa compleja o imposible, porque con ser conscientes de los valores que queremos fomentar en ellos será muy fácil ponerlos en práctica en casa.
¿Cuáles son los valores más importantes dentro de la familia?
«Hay una falta de valores, pero también hay un cambio en el sistema de valores», afirma Ana Herrero, psicóloga y coordinadora del Departamento de Orientación del grupo Brains International Schools. Por norma general, queremos que prime la verdad frente a la mentira, que sean valientes y no cobardes, justos en lugar de irracionales. Pero resulta más sencillo actuar desde lo bueno y ser virtuosos cuando nos sentimos bien con nosotros mismos.
No solemos actuar en función de nuestros valores cuando tenemos miedo o nos sentimos inseguros. También porque estamos estresados o llevamos prisa, lo que implica que muchas veces no procedamos como modelos de conducta en función de los valores, ya que sentimos que algo falla. «Los niños van a recibir todos estos mensajes, ya que no somos coherentes entre lo que creemos y lo que hacemos», señala Herrero.
Noa preocupa qué mensaje van a recibir, si lo que les decimos o lo que ponemos en práctica. Al final, los niños van a entender que lo que hacemos es lo que vale y, por tanto, reproducirán lo que ven.
La escala de nuestros valores
Todos los padres queremos que nuestros hijos sean buenas personas, que les vaya bien. Pero en la búsqueda de la felicidad se entremezcla la ética, lo que nos hace preguntarnos: ¿para ser felices podemos engañar? Por eso tenemos que hacerles entender que, cuando crezcan, su felicidad no estará ligada a lo meramente material o con el poder. Lo que aporta una mayor satisfacción suele ser el amor y estar satisfechos con nosotros mismos.
«Claramente se está revalorizando la ética dentro de la sociedad. Cuando decimos que en los niños hay falta de valores, estos son un espejo en el que tenemos que mirar», asegura la psicóloga de Brains International Schools. Cuando vemos que esa falta de valores en los niños hace que surjan situaciones dolorosas o que desatan inquietud socialmente, es una señal de alarma para que los adultos nos cuestionemos en qué valores estamos educando.
Qué nos está pasando a nosotros como adultos para que eso se refleje en el mundo infantil. Y es que los niños adquieren influencias, no solo de la familia, sino de todas partes: de los videojuegos, las películas que ven, el contenido de los cuentos* «Toda la vivencia cultural es transmisora de valores.
«Cada familia, en función de sus creencias y de su experiencia, elige la escala de valores. El orden y la limpieza son enseñanzas estupendas, pero no están por encima de la libertad o la justicia. Las características de cada grupo familiar o de cada colegio es discernir qué valor se pone antes y cuál después.
El valor de la tolerancia
Ser tolerante es ser respetuoso con las creencias, con las opiniones, con las costumbres, aunque no las compartamos. La tolerancia es básica para poder convivir, porque, si algo es evidente, es que todos somos distintos y vivimos en una sociedad es diversa. Es por eso que los niños están mucho más acostumbrados ahora a convivir entre diferentes razas, creencias religiosas… ya que observan esa diversidad en el aula y en el parque. Pero también somos diferentes en nuestra propia familia: nuestras actitudes y opiniones no tienen por qué ser las mismas.
Para fomentar e inculcar el valor de la tolerancia, como siempre, primero el ejemplo, tenemos que ser nosotros tolerantes. «Hemos de tener mucho cuidado, porque muchas veces no somos conscientes de todos los prejuicios que tenemos, porque, eso sí, todos los tenemos», comenta Ana Herrero. Desde los chistes que hacemos que sin darnos cuenta pueden ser ofensivos, hasta los comentarios involuntarios que parecen más naturales. Los niños aprenden de todo y, aún más, cuando hay un componente emocional en aquello que decimos. «De los discursos y reprimendas no suelen aprender tanto», concluye la psicóloga.
¿Cómo fomentar la tolerancia? Siendo respetuosos con las opiniones ajenas. Podemos decir que no estamos de acuerdo con algo, podemos decir que no nos gusta, pero hemos de respetar esas opiniones, aunque no coincidan con las nuestras. Cuando escuchamos a nuestros hijos es muy importante que, a pesar de que digan cosas que no son correctas, ya que al ser pequeños sus opiniones pueden ser muy parciales, tenemos que darles a entender que todo lo que dicen es importante y respetable, incluso si no estamos de acuerdo.
La tolerancia también viene por apreciar todas las diferencias: cuando viajamos, cuando comemos o cuando observamos personas que visten distinto a nosotros. Podemos hacer hincapié en este valor a través de comentarios de apreciación, de qué buena es la diversidad cultural y cuántas cosas podemos aprender de otras culturas. Asimismo, introducir lecturas y películas en las que los niños sean capaces de vivir esa apreciación de la diversidad cultural. «Por no hablar de tener una gran capacidad de empatía con aquellas personas con alguna discapacidad o dificultad, por ejemplo, en el colegio si tienen que hacer trabajo cooperativo e incluso en el juego se practica mucho la tolerancia, quién elige el juego, ganar o perder», añade la psicóloga y coordinadora de Brains International Schools.
El valor de la honestidad
La honestidad resulta vital en las relaciones. Lo primero que pedimos en una relación, ya sea de amistad, familiar o laboral, es podernos fiar del otro. Algo curioso sobre este valor, es que se encuentra muy ligado a la valentía, porque a veces no es fácil ser honesto con uno mismo, mostrarnos tal y cómo somos frente a los demás y decir lo que pensamos. Lo mismo para reconocer lo que no sabemos, aquello que no somos capaces de hacer.
Por eso es algo que los padres tenemos que fomentar por encima de todo: yo tengo que confiar en ti. Premiaremos, por tanto, al niño que sea honesto, aunque eso implique que nos diga algo que no nos va a gustar, si ha cometido un error, ha pegado a su hermano, si ha roto algo en casa…
Los padres primamos la verdad por encima de todo porque tenemos que confiar el uno en el otro. Los niños, cuanto más pequeños son, más van a ver la realidad en blanco y negro, sin todos los matices o la complejidad que nosotros observamos, y van a ser implacables en pedirnos que seamos honestos con ellos. Lo que decimos lo tenemos que cumplir, a pesar de que la realidad lo complique y no podamos llevar a cabo aquello que habíamos prometido. Es difícil hacerles ver que las cosas no salen siempre como queremos.
Educar en honestidad implica reconocer y admitir los propios errores. Ser honestos ante ellos si hemos perdido el control o no podemos hacer algo, porque les enseñará a reconocer sus propias dificultades para pedir ayuda.
El valor de la paciencia
Los niños cuando son pequeños son impacientes porque viven en el presente, aquí y ahora. Podemos enseñarles a ser pacientes si conseguimos que aprendan a esperar y esto es posible desde que nacen.
Sin embargo, en algunas ocasiones, es a los adultos a quienes nos cuesta ser pacientes porque el estrés, la prisa y el estar sobrecargados hace que para nosotros sea difícil ser pacientes. «Cuando estamos estresados es muy difícil ser paciente, cuando estamos cansados es muy difícil ser paciente», asegura Ana Herrero.
Primero tenemos que aprender los adultos a regularnos y ser conscientes de que se nos está acabando la paciencia. Entonces, es mejor parar, alejarnos de la situación, aunque sea un minuto, para respirar, beber agua, volver y hablarles en un tono diferente. Porque si nos estresamos y se lo contagiamos es complicado que aprendan este valor si nosotros no lo practicamos.
Saber esperar es un arte que resulta muy necesario para alcanzar metas, porque los procesos requieren un tiempo y es importante que los niños aprendan a desear en el tiempo. Que no tengan las cosas de forma inmediata y para eso tenemos que resistir su frustración. Seamos comprensivos: «entiendo que quieres esto ahora, pero no puede ser, tenemos que esperar». El adulto tiene que gestionar la frustración del niño es básico para que él aprenda a ser paciente.
El valor de la responsabilidad
La responsabilidad empieza también desde muy pronto, cuando les permitimos que vayan tomando pequeñas tareas para hacer en casa. Muchas veces los niños de dos años ya nos piden que les dejemos hacer cosas solos y están encantados por poder llevarlas a cabo por sí mismos. El problema es que a veces primamos más el resultado que el proceso. Para que aprendan a ser responsables, primero hemos de darles autonomía para que puedan ensayar, probar…
Y desde luego, valorar el proceso. A veces les «cortamos las alas» porque no lo van a hacer tan bien como nosotros y es muy importante que apreciemos ese deseo de autonomía que tienen los niños para realizar tareas. Es normal que la primera vez que hagan la cama la dejen arrugada, pero no vayamos por detrás a estirarlo bien porque entonces el niño dirá: «bueno, yo no lo hago bien, pues mejor ya la haces tú».
Valoremos el proceso cuando lleven a cabo las pequeñas tareas, ya que se sentirán mucho más seguros con esa autonomía, fuertes, reconocidos y competentes. Para ser responsables tenemos que valorar mucho desde el proceso y tenemos que reforzar el resultado cuando llega. El refuerzo positivo tiene que ser reconocimiento y valoración.
Sabemos que pueden hacerlo mal y darles la responsabilidad de algo implica que hemos de anticipar su fracaso porque no están preparados, pero es otra vivencia. Muchos padres no confían en este aspecto en los niños porque creen que se van a frustrar y van a sufrir por ello. Pero, para que sea responsables, tenemos que dejar que se enfrenten a esa situación que no les va a gustar. Si no llevan los deberes que le han mandado en clase, lo cual es su responsabilidad, ¿qué van a encontrar al día siguiente? Que la profesora les diga que eso no está bien, que tengan que quedarse en el recreo para recuperar la tarea, o incluso sentir vergüenza porque todos los demás sí los entregan. Si estamos encima, les hacemos los deberes, o nos sentamos con ellos, no les ayudamos a adquirir ese fracaso y, por tanto, la responsabilidad.
La responsabilidad, al principio, tiene que ser compartida, por ejemplo, ayudándoles a recoger sus juguetes hasta que les demos el espacio suficiente para que lo hagan solos. Cuando son pequeños se toman con mucha seriedad las tareas que les damos, lo cual es una gran ventaja que podemos aprovechar.
El valor del respeto
Respetar es el aceptar, cuidar del otro, e incluso está ligado a los derechos humanos. Tenemos derecho a ser respetados por ser niños, adultos, según de dónde procedamos y nuestro nivel socioeconómico; y es necesario que les inculquemos esto ya que supone la base de la convivencia. La sociedad es diversa y todos podemos aportar algo.
¿Cómo inculcar el respeto pues? Siendo modelos de conducta, apreciando las diferencias, valorando la gran riqueza que supone el poder compartir costumbres, etc.
Este valor está muy presente en la educación y, lo que suele detectarse, es que hay mucha dificultad para tolerar la frustración: niños a los que no se les ha enseñado a esperar, individualistas y egoístas.
Hemos de tener mucho cuidado con el lenguaje, tenemos que examinar nuestros prejuicios, indagar sobre aquellas cosas que realmente nos cuesta aceptar de los demás y ser conscientes. Porque, aunque en teoría sepamos que es bueno respetar a todos, si nuestra actitud no lo refleja ellos lo van a copiar como modelo. Ahora más que nunca, es importante el respeto por la naturaleza y al bien común que implica el cuidado del medioambiente. Es fundamental que los niños, desde bien pequeños, entiendan que el agua es un bien escaso, que hay que cerrar el grifo cuando nos lavamos los dientes. Cuando vayamos a apreciar la naturaleza que intenten no dejar cosas en el suelo, aunque no sea un desperdicio que nosotros hemos creado.
Asimismo, destaquemos en ellos el respeto a la igualdad de oportunidades y el respeto al género. Sobre todo con las niñas, aunque también con los niños, podemos pensar con ellas los valores que extraemos de sus cuentos preferidos, de sus películas favoritas para ver qué modelos de género están recibiendo de estos y cuestionarlos si llegase el caso.
Ana Cemborain Pérez
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