La pandemia ha supuesto un cambio importante en nuestras vidas y en las de los más pequeños. Durante la misma, ellos también han tenido que adaptarse a nuevas formas de relacionarse con sus compañeros, ya sea limitando los contactos a los que antes estaban acostumbrados o cambiando la manera de hacerlo.
Ahora que el escenario es más parecido al que había antes de la aparición de la COVID, la situación ha mejorado, pero sigue sin ser la misma. Por un lado, este inicio de curso ha supuesto un respiro para los más pequeños en las limitaciones que les habíamos impuesto. Por otro lado, aún nos queda mucho camino por recorrer. Compartir más espacios, tiempos con otros compañeros, una merienda, un juguete, o hasta una sonrisa… son aspectos que todos seguimos echando en falta.
Sin embargo, ¿qué ha supuesto este tiempo en la forma de socializar de los más pequeños? ¿A partir de qué edad han sido conscientes del virus y la importancia de las medidas? ¿Qué determina su actitud frente a la pandemia? ¿Qué puede suponer para los niños que apenas tuvieron relaciones sociales antes de la pandemia?
La adaptación gradual en el comportamiento de los alumnos
El hecho de que el regreso a las aulas se produjera de manera gradual desde el final del confinamiento, ha facilitado que los alumnos puedan adaptarse poco a poco a los constantes cambios a los que se han visto expuestos.
Por norma general, en todo momento, han sido muy conscientes de la situación. Han incorporado las medidas de seguridad, y han sabido lo que deben y no deben hacer. El único aspecto que ha costado más respetar en los patios es el de la mascarilla.
Dependiendo de la edad, los niños necesitan distinto grado de supervisión por parte de los adultos.
Hasta los 6 años, es preciso estar pendiente, sobre todo, en lo referente a compartir materiales y respetar la distancia de seguridad, ya que no son plenamente conscientes de la importancia de respetar las medidas. A partir de los 7 años, sin embargo, sí entienden las normas establecidas y las respetan.
En el caso de los más pequeños, necesitan tener modelos cercanos que les sirvan de ejemplo en cada situación, y tener indicaciones visuales con dibujos claros y explícitos de lo que se puede o no se puede hacer en cada espacio.
Por su parte, con los más mayores ya no es necesaria tanta supervisión. No obstante, es necesario que desde cada centro se hagan actividades y campañas de información, que se integren en sus políticas de centro, y que se implique a los alumnos.
Las experiencias personales y la actitud de los niños
A la vuelta del confinamiento algunos alumnos mostraron miedos, temor a contagiarse o ansiedad. En cambio, hoy se percibe como poco a poco han vuelto a relacionarse con sus compañeros y a disfrutar compartiendo carreras y juegos.
En este sentido, la experiencia y características individuales de cada alumno han determinado notablemente su actitud frente a la pandemia, así como el miedo a las consecuencias del virus.
Por ejemplo, para algunos alumnos que previamente ya mostraban niveles altos de ansiedad o ciertas características de personalidad, la pandemia ha supuesto un incremento de dichos síntomas, por lo que han necesitado una ayuda extra para poder gestionarlo.
En el caso de aquellos alumnos que han perdido a un familiar o que han tenido cerca a alguien que pasase la COVID, suelen mostrar más respeto. Incluso, algunos han desarrollado ciertos miedos. No obstante, por lo general, han sabido gestionarlo de manera correcta.
La forma en la que los niños se relacionan… ¿ha cambiado?
Aunque la manera en que nos relacionamos cambia constantemente, la llegada de la pandemia ha modificado notablemente nuestras costumbres por un tiempo indeterminado. En aquellos alumnos en los que ha coincidido el confinamiento con el inicio de su escolarización, hemos percibido un retraso en los procesos de socialización.
Por otro lado, dependiendo de las características núcleo familiar, se han notado diferencias. Aquellos niños con familias más extensas, no han echado tanto en falta las interacciones sociales, mientras que, en aquellas familias menos numerosas, los menores han recibido mucha atención del adulto, obteniendo todo lo que pedían o necesitaban de manera inmediata.
Desde el colegio, en colaboración con las familias, se trabaja en el aprendizaje de todas las habilidades sociales que ayudan a desarrollar una buena adaptación e integración social entre iguales. Damos mucha importancia a la expresión de cómo se sienten, de que expresen lo que necesitan y sus inquietudes, creando espacios comunes en los que compartir.
A medida que se han empezado a relajar las medidas de seguridad, de manera natural y progresiva los niños están volviendo a normalizar sus relaciones sociales. Están empezando a poder mezclarse con otros compañeros de su mismo nivel en los patios y se han ampliado las zonas de juego, lo que se ha notado en su bienestar emocional, e incluso en sus aprendizajes. Vuelven más contentos de los patios y, por lo general, se concentran mejor y aumentan su rendimiento.
En España tenemos una cultura que necesita del contacto físico y de las muestras de afecto.
Hasta ahora hemos desarrollado otras maneras de demostrarnos el cariño, y poco a poco, estamos retomando algunas costumbres de antes de la pandemia.
Todos esperamos haya sido un paréntesis en nuestras vidas, y que pronto volvamos a la situación de antes. Al menos, este tiempo hemos aprendido a desarrollar una mayor flexibilidad ante situaciones adversas y a adquirir estrategias de adaptación. Se ha pasado más tiempo en familia, y aunque en ocasiones esto haya supuesto la aparición de conflictos intrafamiliares, hemos salido reforzados adquiriendo recursos y estrategias para una mejor comunicación, creando vínculos más sólidos.
Ana Ciruelos y Natalia Guijarro. Psicólogas de TEMS, The English Montessori School
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