A la salida del colegio les preguntamos qué tal les ha ido el día y nos contestan que bien; al qué han hecho, la respuesta es nada; y si la comida estaba buena, solo farfullan un murmullo. Algunos trucos de la retórica y del buen periodismo nos pueden servir para saber más de ellos.
Para poder dialogar con los hijos, saber qué piensan, cómo les va, con quién se relacionan, tenemos que partir de una condición ‘sine qua non’: los hijos no hablan cuando a los padres nos viene bien, sino cuando a ellos les apetece. Y eso puede ser en un delicioso momento de tranquilidad un domingo en el salón de casa, pero, con más probabilidad, en el momento crítico en el que estamos echando las croquetas al fuego, mientras nos estamos lavando los dientes o cuando nos disponíamos a salir al trabajo, un poco más tarde de la cuenta.
Hecha esta primera apreciación, lo natural es que, día tras día, cuando nos encontramos con nuestros hijos a la salida del colegio o al llegar de trabajar, queramos saber de su vida. Cuando son muy pequeños, aún en educación infantil, suelen contar «a borbotones», sin mucho orden y con un cierto caos en el tiempo que no siempre permite establecer qué fue hoy y qué ayer. Pero en cuanto empiezan a crecer, es frecuente que sus respuestas se vuelvan cada vez más indefinidas. Si nos damos por vencidos, la indefinición de las respuestas puede ser la principal característica de nuestra poco fluida relación.
Trucos periodísticos para que nos cuenten sus cosas
El truco para vencer esta situación radica en hacer preguntas cerradas mucho más concretas. Por ejemplo, si preguntamos «¿Con quién has jugado hoy?», es muy probable una respuesta del tipo «Con los de siempre». Pero si sabemos que ayer hubo un problema con Fulanito que peleó con Zutanito y preguntamos si «Fulanito ha jugado hoy con vosotros», es fácil que rompan a hablar para contarnos lo que en su mente es la interesante historia de Fulanito y Zutanito.
De igual modo, no preguntamos por el menú del comedor, sino que nos interesamos por saber si hoy les han tocado esas acelgas que tan poco les gustan. O si a alguien se le ha caído la bandeja, que es un tema poco importante que nos servirá para que arranquen a hablar.
Para saber de las asignaturas podemos tomar la rutina de repasar juntos, antes de que se sienten con los deberes, el horario de clase del día. Al obligarlos a pensar, hora a hora, qué han hecho, es posible que nos den algún detalle más de lo que ha pasado en la jornada.
Lo más complicado es que nos hablen de relaciones personales de amistad, de enfados, de chicos y chicas… al menos en lo que a ellos les concierne. Pero aquí podemos utilizar el recurso de ir coligiendo la información que nos dan sobre otros. A lo mejor no nos cuentan directamente que han peleado con tal compañero, pero la forma en la que nos explican lo que ha hecho tal compañero en clase para que le castigaran, nos está dando una información de mucha utilidad.
Porque la máxima con la que comenzábamos este artículo, que los hijos hablan cuando quieren, no cuando queremos, nos debe llevar a colegir que, si de pronto quieren hablar, es mejor dejar que se nos quemen las croquetas.
Alícia Gadea
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