La sobreprotección infantil es un mal que se extiende como una mancha de aceite. Cada vez son más los padres que sobreprotegen a unos niños a los que privan de la imprescindible experiencia del sufrimiento y el fracaso. Les arrebatan dos instrumentos que necesitarán el resto de su vida: la autoestima y la capacidad de resiliencia. Pero si comprendemos las consecuencias de este mal, nos esforzaremos por darles el mejor de los regalos: hacerlos capaces, autónomos e independientes.
Hemos hablado con Gregorio García, experto en educación, muy preocupado por el auge de la sobreprotección, para que nos explique qué está pasando y cómo podemos remediarlo.
Elisabeth Noelle-Neumann, autora de la teoría de la Espiral del Silencio, explicaba en sus investigaciones cómo la corriente que parece dominante, mayoritaria, es la que impone su voz frente a los que piensan diferente. Cuando abordamos la cuestión de la sobreprotección a los hijos, descubrimos que la sociedad está inmersa en una peligrosa espiral del silencio porque cada vez son más los padres que se esfuerzan hasta el extremo para evitar a sus pequeños el más mínimo atisbo de sufrimiento. Y los padres que desean dotarles de las estrategias suficientes para afrontar su frustración se ven silenciados, casi tachados de ‘malos padres’, de excesivamente despreocupados.
Sobreprotegidos: dificultades en su vida de adultos
Realmente nos enfrentamos a un problema. No solo porque los niños educados bajo la sobreprotección vayan a tener dificultades personales para afrontar su vida de adultos, sino porque esa incapacidad para afrontar una realidad compleja tendrá consecuencias para toda la sociedad cuando esos niños de hoy se tengan que hacer cargo de la sociedad del mañana.
El concepto de sobreprotección depende enormemente de las circunstancias que rodean la vida de nuestros hijos. Una definición básica y comúnmente aceptada es «hacer algo por tu hijo que él es capaz de hacer», explica Gregorio García, director pedagógico del Colegio Alameda de Osuna en Madrid. Ese «hacer» no será igual en función del entorno. Por ejemplo, en lugares con poco riesgo, un niño de cierta edad puede ir sin problemas andando solo al colegio, pero eso no será posible en ciudades peligrosas. No hay que confundir protección con sobreprotección.
¿Cómo saber si estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos?
Pero, en cualquiera de los dos casos, estaremos sobreprotegiendo a nuestros hijos si cedemos a la tentación de ocuparnos de preparar su mochila escolar, de hacer con ellos los deberes o de llevar a media mañana el material que se les ha olvidado para ahorrarles una regañina por parte del profesor. Deberían ser capaces de rellenar formularios de acceso al Bachillerato o a la Universidad, manejarse perfectamente con las tareas domésticas básicas y tener absolutamente interiorizados desde pequeños compromisos tales como el estudio o el orden en el tiempo y en sus cosas.
El objetivo que tenemos que perseguir es hacerlos «autónomos y responsables», apunta García. Autónomos en tanto en cuanto sean capaces de ir adquiriendo rutinas básicas de comportamiento desde su infancia y acordes con su edad que se irán convirtiendo en hábitos afianzados que van a conformar su escala de valores.
El grado siguiente, una vez lograda la autonomía es la responsabilidad: tienen que ser capaces de hacerse cargo de esos hábitos de manera independiente, y no por la constante repetición por parte de los adultos. Al principio, les recordaremos que preparen su mochila hasta que veamos que son autónomos. Después, lograremos que sean suficientemente responsables y no tendremos que recordárselo más.
La autoestima y el esfuerzo personal
Evidentemente, el objetivo que tenemos los padres al evitar la sobreprotección de nuestros hijos no es ahorrarnos una tarea que hacer. No se trata de que no queramos o no podamos preparar una mochila. Lo que tratamos de mejorar es la autoestima de nuestros hijos. Y esa autoestima solo se logra con esfuerzo personal, cuando nuestros hijos logran resolver por sí mismos un problema y aceptar las consecuencias de su acción.
¿Qué ha cambiado en la sociedad para que se produzcan estos nuevos patrones de comportamiento? Gregorio García apunta a un primer problema demográfico: los niños cada vez se tienen más tarde, a muchos padres les cuesta más tenerlos, y acaban por considerarlos casi como una joya, como un lujo que hay que proteger. Pero hay otro problema que resulta más paralizante, un miedo que, lejos de ser normal, resulta neurótico, tóxico, es una especie de miedo al fracaso.
García ha detectado un problema que él define como las consecuencias de tomarse la paternidad como un proyecto profesional. Esto lleva a muchos padres a pensar que solo tienen ‘éxito’ en su papel si sus hijos obtienen ‘resultados’ mesurables. Por eso los sobreprotegen en todas las áreas al mismo tiempo que les exigen enormes esfuerzos en el plano académico y deportivo. No se ocupan tanto de que sean buenas personas sino de dónde son capaces de llegar. Los hijos entendidos de esta manera parecen casi un objeto del que presumir.
Pero, aunque resulten triunfadores, Gregorio García apunta a un rasgo característico de estos niños: su debilidad. «Son niños criados entre algodones incapaces de resolver nada por sí mismos». La consecuencia inmediata es que tiene una «baja tolerancia a la frustración», porque cada vez que les ocurre algo malo, inesperado, diferente de lo planificado, no saben cómo hacerle frente por la falta de costumbre de lidiar con los problemas.
La frustración consiste en «privar a alguien de lo que esperaba o deseaba». Y es necesario estar preparados para aguantarla porque se la encontrarán constantemente. Sin embargo, maestros y profesores se encuentran cada vez más con padres que utilizan el término ‘baja tolerancia a la frustración’ como si etiquetasen una enfermedad sin cura, como si se tratase de un diagnóstico que justifique el comportamiento, cuando en realidad se trata solamente de un problema educativo.
¿Cómo conseguimos no sobreproteger?
Dejando que solucionen sus problemas en la medida de sus posibilidades, intentando intervenir solo si es imprescindible y aceptando el fracaso como una forma de aprendizaje. Criar hijos no consiste en quitar los obstáculos que se les presentarán en el camino, sino en prepararlos para sortear esos problemas. Entonces les estaremos dando las herramientas adecuadas para que sean felices.
María Solano
Asesoramiento: Gregorio García, director pedagógico del Colegio Alameda de Osuna en Madrid
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