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¿Por qué es bueno que se esfuercen al estudiar?

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Como en cada inicio de curso, vuelve el debate «deberes sí, deberes no». Independientemente de la cantidad de tarea que tengan que realizar y de cómo organicen su tiempo, el esfuerzo dedicado al estudio no solo es importante para fijar los conocimientos sino, sobre todo, porque una vez logrado el resultado, les hace sentirse orgullosos y estimula su estudio futuro.

Tendemos a valorar las tareas escolares -ya se lleven a cabo dentro del centro educativo, ya fuera- como un mecanismo destinado únicamente a obtener conocimientos académicos.

Estudiar y hacer ejercicios son labores necesarias para retener el contenido y fijarlo en la memoria. Estos procesos se van a producir, principalmente, en las horas que nuestros hijos pasan en el colegio. Pero, a medida que aumenten tanto la dificultad como el volumen de los contenidos, necesitarán estudiar un tiempo por su cuenta para garantizar ese aprendizaje.

Estudiar por su cuenta

Este imprescindible proceso de comprensión, síntesis y memorización que implica la creación de nuevas conexiones cerebrales, tiene una trascendencia mayor que el mero conocimiento, porque se adentra en el ámbito de la educación y en el de la formación de la personalidad.

De la misma manera que para los adultos supone un empuje en nuestra motivación haber logrado un reto que nos habíamos propuesto, o sencillamente nos permite descansar satisfechos cuando somos capaces de completar las tareas, para los niños y adolescentes completar lo que tienen encomendado conlleva importantes repercusiones en su estado de ánimo.

El miedo al sufrimiento

Es natural que los padres no queramos ver a nuestros hijos pasarlo mal. Cuando llegan cansados del colegio y aún se enfrentan a una tarde de tareas escolares, cuando los encontramos estudiando hasta tarde, o agobiados en un día festivo, puede que nuestro impulso natural sea decirles que lo dejen y ayudarles para aliviar su carga. Pero esa ayuda concedida, que no era necesaria, solo habrá supuesto un pequeño respiro puntual para nuestros hijos, un alivio momentáneo que puede que después se convierta en una angustia mayor si, en cualquier caso, tienen que completar las tareas encomendadas.

Ahora pensemos en la opción contraria. Imaginemos que, ante la angustia de nuestros hijos, calibramos el esfuerzo real que tienen que hacer y lo ponemos en la balanza con la satisfacción y la tranquilidad que tendrán cuando terminen lo que tienen que hacer. Posiblemente, ante esa reflexión escogeríamos animarlos a llevar a cabo su propósito, aunque sepamos que van a pasarlo un rato mal, porque sabemos que después se van a sentir mucho mejor.

Lo que habremos conseguido si los animamos a continuar no es solo que terminen el trabajo sino, sobre todo, que se sientan bien por haberse superado, por vencerse a sí mismos, el miedo, el estrés, la pereza que les podía producir afrontar esa tarea.

Dar valor a su trabajo

A veces nuestro error educativo procede de nuestra dificultad para valorar la importancia de la tarea en función de la edad. Es decir, tendemos a pensar que es una labor poco importante porque a nosotros nos resultaría muy sencillo llevarla a cabo. Esta reflexión es doblemente negativa.

En primer lugar, porque les quita la posibilidad de hacer algo por ellos mismos y sentir la satisfacción de saberse capaces. En segundo, porque les estamos arrebatando valor a los trabajos que tienen encomendados y eso les provocará una pérdida de autoestima. Se sentirán poco importantes.

Dejarles volar: el valor de la responsabilidad

Hay un último elemento que se consigue cuando logramos que se esfuercen con sus tareas: al mejorar su percepción de sí mismos porque se sienten capaces de completar sin ayuda los retos que tienen delante, les costará cada vez menos enfrentarse a nuevas situaciones.

Uno de los mayores desafíos del aprendizaje estriba precisamente en superar el temor que produce lo desconocido. Los niños y adolescentes suelen ser reacios a enfrentarse por primera vez a un esfuerzo del que no están seguros si pueden hacerse cargo. No les ocurre con esfuerzos a veces mucho mayores, pero con los que se sienten seguros: basta pensar los sacrificios que son capaces de hacer cuando practican un deporte o el tiempo que pueden dedicar a una asignatura en la que obtienen muy buenas calificaciones.

Pero cuando el reto es nuevo, el miedo es mayor. Por eso, si están acostumbrados desde pequeños a no tener miedo a los retos, les costará mucho menos enfrentarlos cuando se les planteen en el terreno educativo. Y eso, a su vez, alimentará aún más su autoestima y los motivará para las próximas ocasiones en las que necesiten enfrentarse a una situación complicada porque se sabrán capaces de lograrlo.

Alicia Gadea

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