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5 elementos que conceden al diálogo una mayor calidad

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El ambiente familiar es la atmósfera donde viven las personas gran parte de su vida. La salud psicológica se deteriora y puede ser causa de enfermedades mentales, si está contaminado ese ambiente. Su calidad depende mucho de la calidad de la comunicación -del diálogo- entre sus miembros.

Podemos analizar cinco elementos básicos que conceden al diálogo una mayor calidad: racionalidad, libertad, sinceridad, afectividad positiva y respeto y estima.

¿Cómo debemos dialogar en familia?

1. Racionalidad en el diálogo

La racionalidad exige cumplir el dicho: «antes de hablar hay que pensar». Decir las cosas porque sí, porque lo digo yo, porque a mí me parece bien, porque aquí mando yo, porque soy tu padre o tu madre, son justificaciones de cosas dichas sin haberlas pensado e impulsadas por la voz de la afectividad, no de la razón.

En el diálogo que pueda seguir a ese tipo de aseveraciones es difícil llegar a entenderse; es muy fácil, por el contrario, generar conflicto y producir rechazo, pues carece de lógica y se apoya en un afecto pasajero.

La falta de lógica en el diálogo no solo produce rechazo de las ideas en el interlocutor, sino que le induce a cortar la comunicación y a evitarla en el futuro, pues no entender lo que está escuchando y la imposibilidad de llegar a un acuerdo, le produce sentimientos de frustración e ira.

A veces, este modo de dialogar ocurre cuando se tiene miedo de dar esas razones, porque, en ocasiones anteriores, el interlocutor no las ha respetado o las ha utilizado para criticar o burlarse.

Tener razones lógicas para lo que se dice y no comunicarlas, supone casi siempre una falta de confianza en el interlocutor; podría tener cierto sentido en el diálogo con extraños, pero da mucha pena que ocurra entre los miembros de la familia, pues la falta de confianza supone no sentirse querido. Quienes le quieren a uno no le hacen daño, desean hacerle feliz y, por eso, se tiene confianza con ellos. Si no se recupera la confianza, es fácil acabar en la incomunicación.

La familia no puede ser como el ejército, donde, los que mandan, muchas veces, dan órdenes sin razonarlas y, los que obedecen, las cumplen, aunque no las entiendan. En la familia, mediante el diálogo, se debe estimular y fomentar el desarrollo de la razón que, junto a la libertad de la voluntad, es una de las cualidades específicamente humanas, y un potente instrumento para resolver los problemas de la vida y lograr una buena adaptación social.

2. Libertad para dialogar

La libertad es una cualidad de la voluntad específica de los seres humanos y necesaria para ser feliz. Hace que la persona se sienta protagonista y dueña de su vivir, y se tenga por especial e importante. Supone el riesgo de equivocarse, de fracasar, de hacer daño a los seres queridos y, como consecuencia, tener sentimientos negativos que causan malestar.

En la familia se ha de enseñar y aprender a ser personas maduras, lo cual supone funcionar habitualmente con lógica y libertad, es decir, en función de los juicios de la razón y del impulso de la voluntad. Con este objetivo, los padres primero y los hijos después, deben aprender a respetar las ideas, decisiones, iniciativas, proyectos y deseos de los otros. Cuando no se está de acuerdo, hay que ser sincero y decirlo, explicando las razones del desacuerdo, pero sin querer imponer las ideas o deseos propios.

Los padres, que tienen la autoridad en la familia, deben aplicar las sanciones pertinentes de la actuación libre y responsable de los hijos cuando no sea buena, pero no deben de tratar de imponerles sus propias ideas, sus modos de ver las cosas, sus gustos o su la manera de vivir, pues suelen conseguir una sumisión a corto plazo y una rebeldía a medio o largo plazo.

Ser capaz de hablar con libertad supone un fuerte convencimiento de ser querido y aceptado por el interlocutor, convencimiento que genera un sentimiento de seguridad de que lo que se diga va a ser respetado y apreciado por el otro, aunque esté en desacuerdo. Este diálogo respetuoso y libre es un tesoro que es poco valorado y vivido en muchas familias, lo que, a la larga, llevará a la incomunicación o al diálogo de ascensor.

Poder hablar con libertad permite que los miembros de la familia se conozcan de verdad, se entiendan y puedan adaptarse y relacionarse bien. Pero, sobre todo, es un modo muy eficaz de conocerse a uno mismo, pues al hablar nos escuchamos y así nos entendemos mejor, y podemos luchar por conservar lo bueno que tenemos y cambiar lo malo.

3. Sinceridad en el diálogo

La sinceridad es una cualidad de capital importancia en el diálogo entre las personas y, en especial, entre los miembros de una familia, para poder entenderse bien y lograr una convivencia buena y armónica. La mentira lleva a malentendidos y a conflictos. Cuando se supone la sinceridad del interlocutor, se siente confianza y seguridad en el diálogo; en cambio, cuando se descubre que miente, surge la desconfianza y el rechazo, que tienden a perdurar mucho tiempo.

La sinceridad deriva del amor a la verdad y permite ser uno mismo, ser auténtico y asertivo. Supone valentía y coraje para dar la cara cuando hay riesgo de sufrir el rechazo, la burla, la crítica o el castigo de los demás.

Ser sincero no implica decir toda la verdad y siempre, pues hay varias virtudes que sugieren lo contrario como son la prudencia, la discreción, el pudor y la guarda del sigilo. Es la razón la que juzga cuándo y cómo se debe decir la verdad, de ahí la importancia de pensar antes de hablar y actuar. La sinceridad exige siempre evitar la mentira.

Algunas personas se han convencido erróneamente de que se pueden decir las denominadas «mentiras piadosas», que son mentiras para hacer el bien. Según la tradicional regla moral que afirma que «el fin no justifica los medios», se debe evitar toda mentira, también la que trata de conseguir un bien, pues esta costumbre enseguida lleva a justificar cualquier mentira. No se ha de olvidar que la finalidad de la mentira es casi siempre no sufrir y no hacer sufrir, y, en una sociedad hedonista como la nuestra, esa finalidad es considerada un bien superior a cualquier otro.

4. Afectividad positiva para dialogar

Se entiende por afectividad positiva el estado de ánimo dominado por sentimientos positivos como la alegría, la calma, la seguridad, la confianza, el amor, el entusiasmo, la ilusión. Este estado afectivo aporta energía vital e impulsa a realizar conductas positivas y a salir de uno mismo mediante la comunicación social.

Una persona con sentimientos positivos está más dispuesta al diálogo, es decir, a hablar y, sobre todo, a escuchar. Está en una disposición más tolerante a las opiniones contrarias, a tener paciencia con los desahogos de los demás, a interesarse verdaderamente por lo que cuenta el otro, a expresar alabanzas y cariño hacia el otro en el diálogo.

Por el contrario, cuando una persona tiene sentimientos negativos tiende a la introversión, a encerrarse en sí misma, a callar y a tener un monólogo interno para tratar de asimilar su malestar afectivo. Y, si en esa situación, no le queda más remedio que dialogar, lo hará de modo negativo, bien siendo hiriente para hacer sufrir y consolarse al sufrir acompañada, como se recoge en el dicho «mal de muchos, consuelo de tontos». Desahoga así la frustración y la ira que acompaña al sufrimiento; o exige atención y afecto de un modo inadecuado, pues el afecto es un bálsamo pasajero del malestar; o se queja y se lamenta de su malestar para provocar sentimientos de pena y compasión en sí misma y en los demás, pues esas quejas alivian un poco el malestar afectivo. Estas formas negativas de diálogo producen malestar en el interlocutor y llevan, a medio o largo plazo, al rechazo y la incomunicación.

5. Respeto y estima del otro para dialogar

El respeto y la estima son una garantía de que el diálogo será amable, agradable, enriquecedor y profundo. La dificultad para conseguir y mantener esta actitud surge del trato tan cercano y habitual que se da en la familia, que permite ver las limitaciones y los defectos de los demás y, si no se pone empeño en ver también las cualidades positivas, puede llevar a la pérdida, lenta y progresiva, de la admiración, estima, amor y respeto. Y como consecuencia, se pierde el interés por el diálogo familiar.Cuando se dialoga con una persona admirada y respetada, es fácil sentir aprecio y cariño por ella, tener interés por lo que dice y una buena disposición para escucharla. Eso estimula a hablar y a comunicar cosas íntimas y personales, haciendo que el diálogo sea muy enriquecedor por ambas partes.

Por el contrario, la falta de aprecio y respeto impulsa a evitar el diálogo; y, cuando no se puede evitar, el diálogo resulta impersonal y frío e, incluso cuando los interlocutores se encuentran en un estado afectivo negativo, puede pasar con facilidad a hacerse agresivo, crítico y desagradable. Cuando esta forma de diálogo negativo es frecuente entre los miembros de una familia, produce mucho sufrimiento y lleva al rencor, al odio, a la incomunicación y a la huida del ambiente familiar.

Así pues, se ha tener muy presente la importancia del respeto y la justa admiración entre los miembros de la familia como vacuna para evitar el cáncer de la incomunicación. Para ello, los padres, en primer lugar, deben vivir ese respeto mutuo y con los hijos, especialmente cuando son testigos de los defectos y limitaciones de los demás miembros de la familia, e insistir una y otra vez en la importancia de conservar el respeto y admiración mutua. Para facilitar esta tarea, todos los miembros de la familia, empezando por los padres, deberán aspirar cada día, no solo a respetar a los demás, sino a adquirir y mantener las cualidades personales que les hacen ser apreciados, desde las más externas y visibles, como son la forma de vestir, hablar, comer y comportarse; hasta las más internas, como son las virtudes y las ideas y los sentimientos positivos.

Todo ser humano tiene una necesidad psicológica de ser querido y, para ello, debe tener cosas que le hacen ser valioso y admirado por los demás. Para poder satisfacer esta necesidad de amor, toda persona, en mayor o menor medida, tiene una sensibilidad natural para captar el bien y el mal de las cosas y personas. Las cualidades buenas son muy variadas, pero se agrupan en tres cualidades abstractas: belleza, bondad y verdad (autenticidad).

Para mantener la admiración y el respeto a los miembros de la familia, uno tiene que desarrollar el hábito de recordar lo bueno de sus familiares cuando vea lo malo, para así «neutralizar el veneno con el antídoto»; del mismo modo, ha de evitar obsesionarse con sus defectos habituales, que le llevaría a la pérdida de la admiración y del respeto, y al rechazo e incomunicación.

Fernando Sarraís. Doctor en Medicina, especialidad en psiquiatría, y psicólogo. Autor de El Diálogo (Teconté)

Lee aquí el primer capítulo de El Diálogo

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