Lejos de la obsesión de ocupar todo su tiempo con cientos de extraescolares, conviene que aprovechemos los años de la Educación Primaria para que nuestros hijos consoliden buenas aficiones que les enseñen a gestionar mejor su tiempo y les permitan afianzar amistades.
Uno de los problemas comunes que suelen apuntar los padres entre las quejas por sus hijos adolescentes es la cantidad de tiempo que pierden. Y lo pierden, muchas veces, de la manera más ridícula, enganchando un vídeo de YouTube detrás de otro, con atracones de series en streaming o con jornadas infinitas de juegos en red.
Es decir, si analizamos el problema real de muchos adolescentes, detrás de todos los pasos hacia esta situación suele esconderse el más puro aburrimiento. Es el aburrimiento lo que los lleva a un elevado grado de desidia, y es esa desidia lo que los encamina al fracaso escolar, a una baja autoestima y a una mala relación con sus padres.El aburrimiento no es malo en sí.
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El valor del tiempo y su organización para optimizarlo
De hecho, tiene un importante valor educativo porque permite a nuestros hijos valorar mejor lo que tienen, poner en marcha su inteligencia y creatividad, descubrir nuevas actividades, reflexionar, estar en silencio y frenar un poco el estilo de vida excesivamente ajetreado que hemos adoptado. Pero necesita estar dosificado, bien administrado.
Organizar el tiempo -el de estudio y también el de ocio- es uno de los aprendizajes que tiene que alcanzar nuestros hijos. No es tarea fácil porque resulta complicado calcular de antemano cuántos minutos vamos a tener que dedicar a cada tarea y qué actividades debemos abordar antes que otras. Hay una paradójica constante en nuestra capacidad para organizarnos (que los adultos también la experimentamos): cuanto menos tiempo tenemos, más nos cunde y mejor aprovechamos los minutos disponibles.
Esta premisa, que es también válida para los adolescentes y jóvenes, es la que nos lleva a argumentar que tener hobbies adecuados no va a «robar tiempo de estudio» a nuestros hijos, en contra de lo que creen algunos padres. En realidad, lo más probable es que sirva para limitar en los adolescentes el tiempo «de no hacer nada», el tiempo perdido.
Para que esta correlación funcione, conviene que esos adolescentes hayan comenzado con sus aficiones o hobbies desde la más tierna infancia porque así en el momento de mayor rebeldía tendrán esta costumbre tan interiorizada que no dejarán de practicarla. Pensemos, por ejemplo, en los jóvenes que practican un deporte, o los que tocan un instrumento.
Esfuerzo y disciplina para los niños
Cuando los padres apostamos por aficiones para los hijos no lo hacemos solo para que pasen un buen rato. Tampoco lo hacemos -o al menos no la mayoría- pensando en que tendremos un Messi el día de mañana.
Lo que realmente sabemos que les aporta una afición es la capacidad para esforzarse por algo, para mantener una disciplina constante, para descubrir que solo con trabajo y sacrificio se consigue lo que se desea, para aceptar el error y la derrota, para ayudar a los demás y aprender el trabajo en equipo. Y esos valores aprendidos en la infancia permanecerán en la adolescencia.
Buenas amistades en la infancia
Aún hay otra razón que debe animar a los padres a propiciar que sus hijos tengan aficiones: las amistades que van a fraguar, con inquietudes parecidas a las de sus hijos, con padres a los que conocemos y tratamos habitualmente durante muchos años, son una buena garantía para la adolescencia. Los amigos se convierten en un factor determinante en esta etapa.
Si nuestros hijos tienen amigos con intereses similares y con tan poco tiempo para malgastar como ellos, tenemos una mayor garantía de que sortearán mejor las dificultades de la adolescencia. No es que practicar una afición elimine los comportamientos transgresores de la adolescencia, pero, sin duda, los limita.
Alicia Gadea
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