Hay quien dice que las personas que se enfadan tienen dos problemas: enfadarse y desenfadarse. Pero, ¿y si se trata de un mal humor perpetuo? Entonces deben ser conscientes de que se necesita ayuda, ya que el enfado crónico, no solo afecta a su vida social y familiar, sino también a su salud.
Seguro que a todos nos viene a la mente algún enfadado crónico que vive más cerca de nosotros de lo que desearíamos. O quizás lo seamos nosotros mismos…
La ira es una emoción básica cuya función adaptativa nos permite movilizar la energía necesaria para defendernos de un ataque o para superar los obstáculos que se interponen entre nosotros y nuestras metas. Sin embargo, cuando llega para instalarse en forma de enfado crónico, nos hace conseguir justo lo contrario: atacar sistemáticamente a los demás y bloquear nuestros objetivos.
Vivir constantemente enfadados
El enfado crónico es un patrón de comportamiento estable que puede llegar a conformarse en una estrategia de afrontamiento disfuncional ante distintas áreas de nuestra vida: trabajo, casa, familia, amigos o cualquier interacción cotidiana con desconocidos, como al coger el autobús.
¿Cuáles son los síntomas de un enfado crónico? El enfado crónico repercute tanto en la visión del mundo, como en la relación con los demás y en nuestra propia salud. Lleva a quien lo padece a interpretar la realidad de modo que todo es entendido como un ataque y por tanto responde automáticamente de forma defensiva. Sin embargo, las circunstancias que le molestan no tienen entidad suficiente para hacerlo, y queda incapacitado para ver el lado bueno de la vida.
Esto suele llevar a una sensación constante de incomprensión, de sufrir explotación, de no ser tenido en cuenta y, en última instancia, a la firme convicción de que los demás (o las circunstancias) son responsables del malestar propio. Además, vive en un estado continuo de alerta y tensión interna y se comporta de una forma desproporcionalmente crítica, se vuelve intolerante y tiende a descalificar a los demás de forma sistemática.
Por otra parte, es una dinámica que tiende a retroalimentarse, ya que, de algún modo, nos lleva a crear situaciones que justifiquen y en consecuencia perpetúen nuestro enfado.
Estar permanentemente enfadado tiene con frecuencia repercusiones en la salud.
Puede derivar, por ejemplo, en hipertensión arterial, dolores de cabeza, ideas rumiativas y dificultades para dormir, problemas digestivos, consumo excesivo de alcohol o ansiedad. También el enfado crónico puede estar encubriendo una depresión, por lo que puede ser necesario consultar a un especialista.
¿Cómo reaccionamos ante ‘enfadados crónicos’?
La reacción de quienes conviven con personas continuamente malhumoradas suele variar con el tiempo. Especialmente si se trata de la pareja, la tendencia inicial puede llevarnos a ser especialmente amables y a intentar evitar situaciones que puedan desencadenar la ira. ¡Hay quienes llegan a ser verdaderos expertos!
Sin embargo, pronto se dan cuenta de que cada vez hay más cosas que pueden crear un conflicto, y su percepción de autoeficacia como apaciguadores se va viendo mermada.
A la larga, llegan a ser conscientes de que no hay nada en su mano para mejorar el humor de su cónyuge, se frustran y pueden llegar incluso a abandonarle.
Antes de llegar a esta situación de ruptura, ¿qué podemos hacer? Si logramos entender el enfado como una forma de pedir ayuda, quizás podamos brindarla. Algunas acciones pueden ser buscar momentos de calma para explicar nuestra visión de una forma objetiva, preguntar por el verdadero sentimiento que se esconde bajo el enfado, recordar momentos o etapas de la vida en la que la otra persona gozaba de buen humor, mostrar constructivamente todo lo que pierde por estar enfadado, animar a liberar la tensión practicando deporte u otras aficiones placenteras, e incluso, ofrecer la posibilidad de recibir atención profesional que le ayude a vivir mejor y ser más feliz.
¿Y si el problema lo tengo yo?
Si sospechamos que podemos ser un enfadado crónico, necesitaremos pararnos a reflexionar y ahondar en las causas reales del enfado. Baja autoestima, inseguridad, vulnerabilidad, insatisfacción con nosotros mismos, con nuestra vida y un alto nivel de estrés o desesperanza para cumplir nuestras metas, pueden ser algunas de ellas.
Muchas veces, no ser conscientes de dónde viene el malestar nos hace desplazarlo hacia fuera, de modo que todo o todos se pueden convertir en objeto de crítica y motivo de enfado. Por tanto, si descubrimos que podemos ser un eterno enfadado, aprovechemos para dar un giro profundo y positivo a nuestra vida. Pronto lo agradeceremos y, con total seguridad, los demás también.
Raquel Martín Lanas. Profesora de la Universidad de Navarra
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