Los adolescentes quieren experimentar con su libertad, pero, al mismo tiempo, es el momento en el que más deben trabajar su voluntad para lograr el autocontrol. Para conseguirlo necesitan nuestro cariño, nuestra mirada más amable que descubra todo lo bueno que tienen para potenciar.
La voluntad libre es el pilar fundamentar de la personalidad. Es importante, porque aporta capacidad de decidir y luchar por metas valiosas. Y es necesaria para querer a los demás. Es preciso que se entrenen en pequeñas superaciones cotidianas, en buenos hábitos y virtudes que vayan conformando su personalidad. Esos hábitos y virtudes van modelando el carácter y son como los ladrillos que forman el edificio de su personalidad. Y todo ello se consigue con lucha por lograr lo mejor de ellos mismos: su mejor versión. Pero la suya. No la que a nosotros, los padres, nos parezca mejor.
Para lograrlo necesitan domino de sí mismos para ser más libres y poder encaminarse hacia metas valiosas. Es la forma que tendrán de no dejarse seducir por el primer impulso que se les presente. Ese autodominio se consigue con voluntad entrenada, intentando forjar un buen carácter, aplazando gratificaciones, pensando en un medio-largo plazo, con buenas motivaciones… Tienen toda esta etapa para lograrlo.
Es por eso que necesitan entrenarse en pequeños objetivos, en el ámbito que ellos quieran, y que les demos muchas oportunidades de llevarlo a la acción sin remachar sus fracasos o debilidades. Quien se aprende a vencer en lo pequeño, podrá afrontar retos más grandes. Y no es un «cada vez más difícil», sino un disfrute mayor. Ya lo decía Aristóteles: ¡hay que experimentarlo!
Las virtudes también son la base de unas buenas relaciones personales y de amistad. Y son imprescindibles en el amor. Por ejemplo, la comprensión y la empatía, la generosidad y la entrega, la alegría, el pensar en los demás y el sacrificio gustoso por ellos. Así, las van ejercitando en las distintas circunstancias, les hacen mejores personas y les capacitan para querer a los demás.
La libertad para el adolescente
La libertad les encanta a los adolescentes y es para ellos la mayor facultad personal. Pero, en esta etapa, esperan una libertad entendida solo como mayor autonomía. Hay que hacerles ver que la libertad conlleva responsabilidad. Son como las dos caras de la misma moneda, por lo que es preciso explicárselo de mil modos y con nuestro bien hacer.
La voluntad libre requiere autodominio personal para enfocarse en metas valiosas. Eso implica no quedar atrapados en la inmediatez de un estímulo que les seduce. Una libertad bien orientada supone ser responsable de esas actuaciones. Requiere la maduración de esa libertad.
Como señala el profesor Oliveros F. Otero, la responsabilidad es la maduración de la libertad: una libertad-responsable. Por tanto, debemos darles responsabilidades desde bien pequeños: encargos, tareas, funciones concretas… Son como «cotas» que han de ir alcanzando y ganando para entrenar su comportamiento responsable. Y ese logro de pequeñas metas les anima a seguir luchando por mejorar, a tener en cuenta a los demás, a mostrar empatía y ayudar en lo que necesiten.
Además, esa libertad-responsable la necesitarán para querer a sus amigos y, muy en especial, para amar a la persona que elijan y les deslumbre con su belleza, con la que querrán compartir un proyecto de vida. Y aquí enlazamos con la afectividad y madurez afectiva en estas edades: ¡su corazón!
Los cristales de las fortalezas
Es importante descubrir y visualizar las cualidades y fortalezas de los adolescentes que nos rodean, para hacérselas notar y que las desarrollen. Y solo el cariño auténtico, incondicional, nos permitirá descubrirlas, sin remachar todo el día lo que no nos gusta.
Es más eficaz y positivo centrarse en las cualidades, en sus anhelos más profundos, en lo que destacan, para desarrollarlo. Ponerse esas «gafas de cristales tintados» que permiten descubrir y ver todo lo bueno que tienen, ¡que es mucho!: su energía y belleza interior que lucha por emerger, su rebeldía y sus ansias por mejorar el mundo.
Hay que aceptar y valorar a cada persona en su singularidad. Es el punto de partida para quererlos de veras y que puedan mejorar siendo a fondo quienes son.
Mª José Calvo. Médico de Familia. Optimistas Educando y Amando
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