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La importancia de decir ‘te quiero’ a los hijos: la afectividad en la familia

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De la misma manera que nuestros hijos aprenden a hablar y a escuchar, necesitan comprender qué están sintiendo ellos y las personas de su entorno para poder entender el verdadero significado de la afectividad.

A los padres y educadores nos corresponde enseñar a los hijos a conocer el mundo en su globalidad, y eso incluye el aspecto afectivo. Es lo que hoy se conoce como «educar en las emociones«. Pero, ¿cómo se enseña a un niño a descubrir su propia afectividad y la de los demás cuando, en muchas ocasiones, no se verbalizada?

El aprendizaje del lenguaje corporal de los afectos que sienten los demás es muy temprano y paralelo al aprendizaje del lenguaje oral. Este aprendizaje, que es progresivo, depende de la curiosidad de los niños y de las enseñanzas de los educadores -padres, familiares, maestros y amigos- que van diciéndoles cómo se llama lo que ellos sienten y lo que sienten los demás.

Pasos para entender la afectividad en la familia

El primer paso es conocer el nombre de los afectos y reconocer su expresión corporal. El segundo, entender el funcionamiento de la propia afectividad. Esta tiene rasgos comunes con el funcionamiento afectivo de los demás -las reglas generales-, pero posee también marcadas diferencias -las reglas particulares- como, por ejemplo, lo que siento yo en cada momento y en cada situación, la intensidad con la que lo siento y su duración, la causa por la que lo siento, en qué medida modifica el funcionamiento de las demás capacidades psicológicas -percepción, memoria, imaginación, pensamiento y voluntad- y qué tipo de conducta realizo cuando siento lo que siento.

El entendimiento de la propia afectividad puede realizarse por cuenta propia -preguntando, leyendo o estudiando, como un autodidacta- pero es mejor adquirirlo con la ayuda de personas expertas, porque se avanza más rápido y se profundiza mejor.

Llama la atención cómo solemos recurrir a expertos para asuntos profesionales, deportivos y sociales y, sin embargo, no lo hagamos para conocer nuestra afectividad, como si no fuese importante para el bienestar personal.

Como ocurre con los demás aprendizajes, es más fácil y eficaz aprender sobre afectividad ya desde la infancia y cuando se basa en la conjunción de teoría y práctica. Por eso, los primeros y más importantes educadores son los padres, que deben hablar delante de los niños de cómo se sienten ellos mismos, explicar por qué se sienten así y revelar qué conductas son motivadas por sus afectos.

Para que los padres y maestros sean buenos educadores de la afectividad, deben estar convencidos de su importancia, practicar de modo habitual el entendimiento de su propia afectividad y acostumbrarse a superar el pudor de mostrar a los demás cómo se sienten y la razón por la que se sienten así. Como los niños tienen un fuerte impulso a la imitación, que les sirve para aprender lo que ven en los modelos que les rodean, con unos padres así se acostumbrarán pronto a decir cómo se sienten y la causa por la que se sienten así. Y, al oírse a sí mismos explicar su afectividad, van aprendiendo a entender su funcionamiento.

El miedo a hablar de la afectividad

Es difícil que un niño o adolescente hable de sus afectos si tiene miedo a sufrir daño por ello en forma de burla, crítica, ironía o rechazo. Esto explica la dificultad para ser naturales, sencillos, espontáneos, auténticos y sinceros con respecto a la manera de sentirse.

En la sociedad actual, en la que la afectividad es considerada como un signo de debilidad, no está de moda, ni bien visto, hablar de los afectos. Por eso, hacerlo resulta raro, suscita burlas y críticas y lleva a esconder esta parte importante de uno mismo. Con ello se dificulta la tarea de entender la afectividad, que es un elemento capital de la manera de ser o personalidad. Así pues, facilitar la comunicación afectiva es un objetivo pendiente de la educación actual.

Dr. Fernando Sarráis. Psiquiatra y psicólogo. Autor de Entender la Afectividad (Palabra)

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