No es difícil al hablar con chavales en edad adolescente oír frases como: «¡Mis padres no se enteran!, ¡No quieren entenderme! ¡Me siguen tratando como a un crío! ¡Todo lo suyo, pero sólo lo suyo, es importante!».
Si uno dirige el oído hacia el otro lado del ring se encontrará con lamentos parecidos a los siguientes: «¡A este no hay quien lo entienda! ¡Parece que sólo sabe llevar la contraria!, ¡Le gusta esa música o lo que sea porque sabe que a nosotros nos espanta! Se viste como un esperpento ¡y aún quiere que le pongamos buena cara! ¡Es que no le preocupa nada de lo que pasa en casa, con ir a la suya ya tiene bastante!».
Podría parecer que padres y adolescentes están condenados a NO ENTENDERSE. Generalmente los padres, que a veces somos excesivamente condescendientes (con nosotros mismos) tendemos a pensar que el problema está en que… ¡esta juventud de hoy en día es muy egoísta y es incapaz de ponerse en la piel del otro!
Los adolescentes son empáticos por naturaleza
Sin embargo, no hace falta ser un experto, ni un gran investigador para darse cuenta que empatía, justamente no es lo que les falta a nuestros adolescentes. A la hora de ponerse en la piel de un colega o de un amigo son los primeros.
Comparten sus sentimientos con tal intensidad que sufren, ríen, se enamoran y se desenamoran tantas veces como lo hagan sus amigos.
Existen numerosos estudios de psicología social que confirman que los adolescentes valoran la empatía como una actitud muy positiva y sus conductas muestran una alta capacidad para desarrollarla. Las chicas manifiestan un índice de empatía mayor que los chicos a lo largo de toda la etapa adolescente. Y en ambos casos esta capacidad se traduce en lo que los psicólogos llaman una conducta prosocial, es decir, comportamientos llevados a cabo voluntariamente para ayudar o beneficiar a otros, tales como compartir, dar apoyo y protección (Holmgren, et al., 1998; Pakaslahti, Karjalainen y Keltikangas-Järvinen, 2002).
Así pues, tendremos que preguntarnos: ¿por qué esa empatía parece que sólo son capaces de manifestarla con sus amigos y compañeros, y parece desaparecer al encontrarse con sus padres?
Fundamento de la empatía: la escucha
Si acudimos a cualquier manual básico de psicología o de inteligencia emocional encontraremos fácilmente las características que definen a la persona empática, y qué hacer para desarrollar más y mejor esta capacidad en nuestros hijos. En cualquiera de ellos nos dirán que la característica principal de un hombre o una mujer con un alto nivel de empatía es SABER ESCUCHAR. Y, ya sabemos, que escuchar no es oír. De igual manera que hablar no es dialogar, ni comunicarse.
El doctor Aquilino Polaino, en su libro «Aprender a escuchar», comenta: «En el seno de las familias los hijos (adolescentes) se niegan a hablar con sus padres, pero también los padres cometen ciertos errores que deberían evitar».Uno de ellos es el sermón-monólogo recordándole al hijo todo lo que hace mal. Por lo general los padres notificamos a nuestros hijos un rotundo «tenemos que hablar», que se traduce en la mente del adolescente en: «¡Allá va el chorreo de todos los reproches que mis padres tienen sobre mí este mes! ¡Por supuesto, no tendrán en cuenta todos los esfuerzos que estoy haciendo para mejorar y lo mal que lo estoy pasando últimamente!».
Continúa el doctor Polaino explicando que en sus conversaciones-monólogo los padres vuelven una y otra vez a los tópicos de siempre, la conducta irresponsable del hijo, su aspecto descuidado en el vestir, el no atenerse a un horario, su bajo rendimiento en los estudios, los malos amigos que tiene, su escasa ayuda y participación en la familia, etc. En no pocas ocasiones la cosa se remata con el dramatismo propio de recordar al hijo los disgustos que le da a su madre, lo mucho que se sacrifican por él, la generosidad y esfuerzo que derrochan en su educación y la poca correspondencia que hay de su parte.
Sin embargo, esos mismos padres: ¿saben lo que piensa su hijo acerca de todo esto? ¿Le han preguntado cómo se sentiría mejor tratado y más comprendido en la familia? ¿Conocen su esfuerzo por mejorar en el estudio o en el comportamiento? ¿Indagan sobre qué le preocupa a él?
Otro terrible error en el no saber escuchar de los padres con hijos adolescentes es el APLAZAMIENTO de las conversaciones.
Recordemos que la medida del tiempo para un chaval es muy diferente a la del adulto. Si nuestro hijo da el paso de decir «tengo que contarte algo», hemos de tener muy presente que esa frase tiene un sentido muy distinto al «tenemos que hablar» de los padres. Hemos de entender en estas palabras una llamada de socorro o un grito de ayuda que NO PUEDE ESPERAR.
Todos confiamos y abrimos nuestra intimidad a quien es capaz de transmitirnos un sentimiento de verdadero interés por nosotros «y nuestras cosas». Me siento más cerca de aquel que me muestra su comprensión.
El tener un alto índice de empatía puede ser una condición previa al desarrollo de las relaciones de intimidad, es decir, los chicos y chicas más empáticos serán quienes tengan más facilidad para establecer este tipo de relación; pero, muy probablemente, también ocurra lo contrario y, en una relación de intimidad, de compartir preocupaciones e intereses, de hablar, descubrir y analizar los propios sentimientos con otra persona, sea fácil que el sentimiento empático se fortalezca.
Después de estas reflexiones cabría preguntarse: ¿a quién le falta capacidad de empatía? ¿Quién no sabe ponerse en el lugar del otro?
En el momento adecuado
Ya sabemos que nuestro hijo adolescente está viviendo un momento difícil de transición, lleno de dudas y de contradicciones. Sin embargo, si nos paramos un momento a analizar las situaciones cotidianas que se dan en nuestro hogar, podemos descubrir que en el fragor de la batalla es muy difícil tener en consideración esas sesudas y sabias reflexiones que tan oídas y leídas tenemos.
Así pues, es mucho más efectivo desarrollar y fomentar la capacidad de empatía en momentos serenos y exentos de los avatares de la vida diaria. Encontrar momentos frecuentes para acercarnos a nuestros hijos adolescentes. Antes podemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Sabemos escucharles sin juzgarles? ¿Conocemos sus inquietudes? ¿Les hacemos partícipes de nuestras inquietudes y preocupaciones? ¿Procuramos compartir con ellos alguna de sus aficiones? ¿Intentamos acercarnos a sus gustos musicales, estéticos o cinematográficos? No hace falta que nos gusten, pero sí que los respetemos sinceramente.
Por otro lado, nos puede pasar con nuestros hijos lo que alguna vez nos haya pasado con nuestro cónyuge. Pretender que adivine nuestros sentimientos y necesidades.
No es raro pensar que a los hijos hay que mantenerlos alejados de los asuntos de los mayores. Sin embargo, luego les recriminamos por su falta de sensibilidad ante nuestros problemas.No tengamos miedo a mostrar delante de nuestros hijos las dificultades por las que pasamos, en el trabajo, con la hipoteca, con la enfermedad de algún familiar. Mostrémosles parte de nuestra intimidad, esa es una gran manifestación de confianza. Es una manera efectiva de decirle al hijo: te valoro, cuento contigo, te necesito.
Estudios que han evaluado la permanencia de las habilidades empáticas y prosociales a lo largo de la vida adulta, resaltan la importante influencia de la familia en el establecimiento de estas facetas del desarrollo de la persona. Dos mecanismos diferentes pueden explicar esta relación: quienes sienten satisfechas sus necesidades emocionales en una familia con vínculos seguros y afectuosos, estarán menos inquietos por sus propias preocupaciones, y podrán interesarse y ser sensibles a las necesidades de los demás; quienes crecen en un ambiente de amor y afecto tendrán un buen modelo que adoptar sobre cómo actuar con los demás. (Eisenberg et al., 1999).
Por último, tengamos en cuenta que hay personas que por diversas razones tienen mucha capacidad empática y, sin embargo, otras poseen enormes dificultades para entenderse con la gente y ponerse en su lugar. En cualquier caso, conviene saber que las habilidades empáticas se pueden potenciar y desarrollar. Tomémonos tiempo para contemplar a nuestros hijos. Démosles la confianza que necesitan y enseñémosles que, como decía Cicerón, «En nada se acercan más los hombres a los dioses que al hacer el bien para sus semejantes».
Consejos para padres empáticos
1. No podemos exigir a nuestros hijos lo que nosotros no les enseñamos. Nosotros tenemos que ser los primeros en querer ponernos en su lugar y hacerlo.
2. Ponernos en el lugar de un hijo no es actuar como un amigo suyo, pues somos sus padres. Supone escucharle, procurar comprenderle, discernir si busca una respuesta o sólo compartir una intimidad con nosotros; y, cuando sea preciso, darle una guía para que actúe libremente.
3. Es muy distinto preocuparse por sus cosas, que mostrar un interés «cotilla» por indagar en su intimidad… y los adolescente son muy sensibles a esto. Es hora de escuchar el doble y hablar la mitad.
4. Debemos abrir parte de nuestra intimidad a nuestro hijo, hacerle partícipe de cuestiones concretas que le ayuden a entendernos. Si empezamos por contarle nuestras cosas, acabará por hablarnos de las suyas.
5. Y como siempre en educación, todo lo que merece la pena requiere de nuestro tiempo; por tanto, debemos buscar momentos concretos y frecuentes para compartir intereses y proyectos entre padres e hijos.
Y además, también podemos empezar por preguntarnos qué hacemos por entender a nuestro hijo: conocemos sus gustos, sus inquietudes, sus aspiraciones, sus amigos. Le preguntamos cuando vuelven del colegio qué tal le fue el día, cómo le salió un examen o si solucionó el problema que tenía con un amigo. Cuando salen, ¿sólo nos preocupamos de la hora de llegada o nos interesamos si lo han pasado bien?
Mª Jesús Sancho. Psicóloga. Máster en Matrimonio y Familia. Profesora del Colegio María Inmaculada de Alfafar (Valencia)
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