La memoria es la capacidad de codificar, almacenar y recuperar información que llega a través de experiencias. Esta habilidad del ser humano implica el uso de diversas áreas cerebrales, es un mecanismo tan rico como complejo.
Gracias a la memoria nos adaptamos al entorno que vivimos, a nuestra realidad, generamos una identidad propia, aprendemos, crecemos y nos desarrollamos. La memoria está muy relacionada con el lenguaje, ya que es la herramienta principal de comunicación.La ciencia ha demostrado que la memoria, siendo limitada, puede estimularse de muchas maneras. Algunas de estas prácticas son: mantener hábitos saludables como alimentación adecuada y ejercicio, la lectura, la escritura, fomentar vida social, relación con otras personas, hábitos de autonomía, realizar actividades nuevas, etc.
Existen muchos tipos de memoria, dependiendo del elemento diferencial que paute la clasificación. William James hablaba de memoria sensorial, memoria a corto plazo y memoria a largo plazo. También existe la memoria verbal y la no verbal. Investigadores relevantes como Ebbinghaus han asociado la memoria a la repetición, Barlett puso el acento en el almacenamiento de información mediante esquemas, Miller propulsó la idea de que la información no relevante era desechada. Los años y la ciencia han permitido conocer a fondo esta función. Actualmente se habla del famoso cerebro emocional.
¿Se memorizan más las experiencias agradables o las desagradables?
No todo lo almacenado en nuestro cerebro son experiencias concretas o información consciente. Existe una memoria emocional donde resuena el impacto que dichas experiencias han tenido en la persona, una memoria que almacena cómo nos hemos sentido. La historia personal de cada uno está compuesta por eventos que vivimos con mayor o menor intensidad, agradables y desagradables. Lo que graba el recuerdo en la mente no es el tipo de emoción que despierta, sino la intensidad de esta. Es decir, no almacenamos más las experiencias agradables o desagradables, sino las más intensas, sean del tipo que sean.
Por ello, tras mucha investigación, se sabe que el aprendizaje está relacionado con el cerebro emocional. Esto ha pautado la metodología educativa actual. Anteriormente se tenía una visión reduccionista del aprendizaje, más relacionado con la repetición de información. Actualmente, se aboga por una educación que despierte la motivación del alumno, el interés, la curiosidad. Un aprendizaje que rete, que implique esfuerzo y disfrute. Activando este abanico emocional se consigue mayor almacenaje en la memoria.
El cerebro emocional es también el que provoca esa reacción cuando olemos la colonia de una ex pareja o de un ser querido, el que nos hace sentir removidos cuando escuchamos el nombre de la ciudad donde fuimos de luna de miel, el que activa la nostalgia cuando pasamos por la facultad donde estudiamos o el anhelo al recordar a aquella persona que ya no está. Los recuerdos que han despertado tantas emociones intensas no se borran, se quedan grabadas a fuego.
¿Los recuerdos se pueden modificar?
La memoria es susceptible de cambio, los recuerdos se pueden modificar. Por una parte, es posible introducir falsos recuerdos en la mente humana. Ocurre, por ejemplo, cuando contamos numerosas veces una historia ocurrida a otra persona, puede llegar un momento en el que siento que es a mí al que le ha sucedido. O cuando a un niño se le cuestiona algo constantemente, por ejemplo «¿te ha pegado Jaime?», si repetimos la pregunta una y otra vez, es posible generar un falso recuerdo en el niño.
El adulto, cuando entra en un bucle de pensamientos obsesivos donde se cuestiona algo una y otra vez, puede llegar un momento en el que duda de todo y es complejo diferenciar lo real de lo imaginado. En prácticas como la hipnosis clínica es necesario realizar bien la técnica para no inducir en el paciente falsos recuerdos en un momento de apertura y vulnerabilidad. Hay cerebros más o menos sugestionables, pero todos son moldeables y los recuerdos pueden ser alterados.
El olvido como defensa
Comentábamos que, cuan más intensa es la experiencia vivida, más tiende a registrarse en la memoria, esa es una de las funciones principales del cerebro emocional. Si bien esto es cierto, hay eventos dolorosos que suponen en el individuo tal nivel de malestar que su memoria, de alguna manera, bloquea su registro en la memoria. Es lo que los psicólogos llamamos disociación y es una reacción habitual ante las vivencias traumáticas.
La disociación es un mecanismo que desconecta a la persona de la realidad vivida, altera la percepción y la memoria, entre otras cosas. Es como si la mente se diera cuenta de que el evento ocurrido es demasiado devastador para registrarlo instantáneamente en la consciencia, así que decide anestesiarlo para proteger. Es como una distancia de seguridad. La disociación afecta a la memoria, pero no impide que el impacto del suceso repercuta a nivel emocional.
El mecanismo disociativo puede darse en personas que han sufrido algún tipo de abuso, en niños que han vivido situaciones de negligencia, o simplemente ante cualquier vivencia más cotidiana que implique malestar y dolor.
La memoria emocional
La memoria no es únicamente una función consciente, no se limita a una narrativa almacenada, sino que la información también se registra en área emocional de la persona. Las emociones tienen memoria, por ello, las experiencias que cada uno va viviendo, modelan su manera de sentirse ante el mundo, ante los demás y ante sí mismo.
Las personas que a lo largo de su vida han vivido situaciones que han despertado ansiedad, miedo, frustración, les será mucho más fácil activar estas emociones incluso en situaciones que no lo requieran. De alguna manera sus experiencias han provocado una sobreactivación emocional, por lo que se vuelven más temerosos, irascibles, ansiosos. En otras ocasiones, estas mismas experiencias intensas, han supuesto un nivel de malestar tan elevado que la persona va apagándose a nivel emocional para reducir esa sensación de dolor. Sufre un «enfriamiento» que produce en ocasiones falta de motivación, falta de empatía, actitud excesivamente templada. Estos casos tienen mayor riesgo de haber caído en el mecanismo disociativo nombrado anteriormente.
La memoria de las emociones se aprecia claramente en el niño y su desarrollo. Los primeros años de vida no suelen recordarse, lo habitual es comenzar a registrar recuerdos a largo plazo a partir de los dos o tres años, sin embargo, todo lo sucedido en estos primeros años «no registrados» determina en gran medida el desarrollo emocional del niño. El bebé/niño cuidado y atendido tiene más posibilidades de convertirse en un adulto equilibrado, seguro y con capacidad de construir relaciones de calidad. El bebé/niño desatendido o expuesto a un ambiente conflictivo y ambivalente, podrá convertirse en una persona emocionalmente más inestable y con más riesgo de sufrir algún tipo de patología relacionada con la salud mental. Los primeros años no se registran en la memoria consciente pero sí en la emocional.
Cuando la memoria se empieza a desdibujar
La demencia, la enfermedad de Alzheimer y otras alteraciones neurológicas, engloban síntomas que incluyen el olvido de los recuerdos y el deterioro de la memoria.
Comentábamos al inicio que la memoria coge de la mano a la identidad personal de cada uno, gracias al registro de las experiencias vividas nos vamos conformando como seres únicos y genuinos. Por ello, las patologías que implican el deterioro de esta función son especialmente devastadoras tanto para quien lo sufre como para sus seres queridos. Olvidar el nombre de tus hijos, el día de tu boda, la ciudad donde vives, las anécdotas con amigos de la infancia, etc. Van borrando, de alguna manera, la identidad de la persona, van poniendo en tela de juicio quién es y quién ha sido. No obstante, si la memoria es mucho más que los recuerdos conscientes, que un individuo pierda ese almacén de información no significa que ya no sea él, sigue siendo aquella persona amada pero ahora vive de una manera distinta.
Es fascinante conocer el funcionamiento de la memoria y su valor, pero el objetivo no es vivir anclados en los recuerdos del pasado, en lo vivido o experimentado. Conocer esta función del ser humano nos invita a centrarnos en el presente, en el aquí y el ahora, sabiendo que lo sucedido en el pasado y la manera de vivirlo e interpretarlo, es en parte lo que nos permitirá guiar el presente hacia el futuro que deseamos.
Lucía Pérez Forriol. Psicóloga general sanitaria
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