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Cómo nos afecta lo que sobrevaloramos

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Uno se levanta por la mañana, lo primero que hace es coger el móvil, se mete en Instagram, Facebook, WhatsApp… y ve una multitud de imágenes de gente guapa, cuerpos esculturales, la última dieta llevada a cabo por una actriz de Hollywood, claves para llevar una vida sana y un largo etcétera.

Cada vez parecen estar más patentes y de forma más normalizada en nuestra vida cotidiana ciertos patrones ideales en torno a la belleza, la delgadez, el bienestar o la salud. Patrones a los cuales uno parece que tenga que aspirar, cambiando nuestros comportamientos y, en definitiva, nuestra forma de vida. ¿Pueden estos ideales afectar a nuestra forma de pensar, percibir o incluso a nuestra salud mental?

El mapa de las ideas sobrevaloradas

El concepto de idea sobrevalorada fue introducido por primera vez por el neurólogo y psiquiatra alemán Carl Wernicke en 1906, quien la definió como creencias de distintos niveles de plausibilidad, emocionalmente cargadas, que tienden a preocupar al individuo y a dominar su personalidad. Poseen cierto grado de validación social y pueden ser psicológicamente comprensibles. Además, suelen girar en torno a temas de actualidad de tipo social, político o religioso.

Esta forma de pensamiento se puede encontrar presente en varios trastornos mentales como los trastornos de la conducta alimentaria, el trastorno dismórfico corporal o la hipocondría. Por ejemplo, en la literatura sobre Anorexia Nerviosa aparece el concepto de idea sobrevalorada de la delgadez, es decir, cómo estos pacientes basan distintas facetas de su vida como el éxito, el trabajo, las relaciones personales o incluso la autovalía en función del peso y la figura corporal delgada. Esta alteración en la forma del pensamiento podría llevar a una persona a seguir dietas extremas, realizar ejercicio físico hasta la extenuación e incluso abusar de laxantes, para tratar de llegar a esa imagen deseada, sobrevalorando lo que puede conseguir a partir de ella.

Por otro lado, actualmente encontramos de forma recurrente una tendencia hacia la permanente búsqueda del bienestar, lo que sugiere que la mayor parte de nuestras conductas vayan dirigidas a procurar hacernos sentir bien, de la manera más inmediata posible, evitando así cualquier forma de malestar. Es decir, se sobrevalora la cultura del bienestar, sugiriendo que lo deseable es buscar placer y, por tanto, alejar el dolor promulgando la máxima hedonista: «sentirse bien, por encima de todo».

Esta tendencia puede hacer que, al centrar nuestra vida en esta búsqueda de bienestar, paradójicamente «no podamos vivir». Por ello, esta forma de comportamiento puede acabar instaurando un patrón rígido de respuestas que buscan evitar o suprimir la presencia de pensamientos, sensaciones, recuerdos u otros eventos privados que resulten negativos o se acompañen de malestar.

La sobrevaloración del bienestar

En el año 2004, el psicólogo norteamericano Steven Hayes definió esta tendencia a suprimir las experiencias privadas que nos generan malestar como Trastorno de Evitación Experiencial. Este mismo autor propone la evitación experiencial como proceso etiológico de muchos trastornos mentales como son las adicciones, los trastornos de ansiedad, los trastornos de control de los impulsos y sobre todo aquellos procesos en los que el dolor desempeña un papel esencial. Sería el caso, por ejemplo, de una mujer que recurre a tomarse una copa de vino cada vez que irrumpen en su mente pensamientos y sensaciones de ansiedad, implementando con el paso del tiempo el hábito de consumo de alcohol como forma de regulación de sus estados emocionales disruptivos.

El problema, por tanto, sería que al focalizarse uno en exceso en suprimir el sufrimiento, en un principio puede hacer que obtengamos un alivio inmediato, pero al poco tiempo el malestar vuelve a instaurarse, haciendo que volvamos a poner todos nuestros esfuerzos en intentar conseguir que desparezca. Así, podemos llegar a sentirnos como si estuviésemos atrapados en un círculo vicioso, en el cual dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a realizar comportamientos que finalmente resultarán infructuosos, manteniendo el problema y limitando de esta forma nuestra vida.

Hayes plantea como solución a la evitación experiencial la aceptación radical, lo que conlleva abrirse a la experiencia de los sentimientos, las emociones y los pensamientos dejando a un lado los intentos para hacer que desaparezcan. Para llevar a cabo este proceso de aceptación, se recomienda implicarse, sin asumir una posición pasiva en estas experiencias privadas, abriéndose al sufrimiento sin juzgarlo.

Se pretende, por tanto, mediante este ejercicio personal acabar entendiendo el malestar como parte de la condición humana, tomando conciencia de cómo son nuestras experiencias privadas y no de cómo se dice que son.

Ya que la sociedad actual parece estar creando el marco perfecto para la sobrevalorización del bienestar, de los ideales de belleza y de salud, puede resultar una ardua tarea llevar a la práctica la solución planteada por Hayes. Por ello, cabría plantearse la práctica que promulgó el filósofo clásico Aristóteles: «la virtud es el punto medio, entre dos extremos viciosos» y con ello tratar de llevar una vida sana, sin que nuestro día a día o nuestra salud dependan de sentirnos bien, y mantener una actitud de mayor benevolencia hacia el malestar.

Pilar García de Pascual. Unidad de Diagnóstico y Terapia familiar (UDITEF). Dpto. de Psiquiatría y Psicología Médica Clínica Universidad de Navarra.

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