La pandemia de coronavirus nos ha obligado a pasar más tiempo junto a nuestra familia en casa. Debemos aprender a cuidar y valorar esos momentos familiares a los que no damos importancia pero que, al final, a partir de gestos y detalles, consiguen que seamos felices simplemente pasando tiempo con nuestros seres queridos.
Comenzamos un nuevo año y parece que cuesta más, sobre todo después de pasar unos días entrañables, en los que hemos celebrado algo inimaginable y disfrutado de la familia, aunque haya sido en reuniones pequeñas.
Sin embargo, ahora podemos hacer que los próximos días sean una prolongación del ambiente de Navidad, por la alegría y cariño que rodea a la familia, por esa predisposición por hacer la vida agradable a los que tenemos alrededor, en especial en pareja, porque de ahí se derrama eficaz hacia los hijos.
Podemos poner ilusión en pensar unos detalles cada día que acrisolen ese cariño, sabiendo agradecer cualquier gesto de atención y delicadeza con nosotros. Es más importante que nunca cuidarnos entre todos, haciendo las cosas «nuevas», con buen ánimo y actitud positiva, por nuestra familia.
Familia y trabajo, siempre unidos
Desde el origen de la humanidad, familia y trabajo han estado muy relacionados. La persona necesita de la familia para construirse como tal, porque precisa ese ambiente de cariño que la envuelve, y, por otra parte, necesita trabajar para su familia, porque es una forma de sacarla adelante, pero haciendo algo por los demás. También para desarrollarse, para potenciar sus capacidades y habilidades, para adquirir hábitos y virtudes y humanizar más el mundo.
Como señala un gran filósofo y humanista, Tomás Melendo, «si amar es querer el bien de otra persona -o de la familia- trabajar es producir bienes reales por ellos. Por eso, trabajar de este modo es amar dos veces». O como expresa Nicolás Grimaldi, «el trabajo es el incógnito del amor.»
Un trabajo bien enfocado se hace por las personas a las que queremos y por las que va destinado. Esta mira es lo que engrandece a cada persona, y lo que permite que crezca y madure como tal. Y también es una forma de servir a los demás; si solo nos buscamos a nosotros mismos, eso lleva a la frustración, porque no nos llena.
Descubre el sentido de la vida familiar
Por eso, es preciso recuperar el sentido de la familia y del trabajo en función de esas personas. También el trabajo del hogar, imprescindible para la convivencia, para que cada persona se construya a sí misma, y es la forma de que todos participen, aporten algo personal, se integren y la hagan suya.
Se aprende lo importante de la vida, a pensar en los demás, a dialogar, a acabar bien las tareas, a ayudar al que lo necesite…
Es la forma de realizarse, de ser más y mejor persona. Asimismo, el ambiente propio de las relaciones verdaderamente humanas, del trabajo en equipo, de la comprensión y la empatía, y donde adquirir buenos hábitos que consoliden en virtudes y forjen el carácter de cada uno.
La familia es la escuela del amor, donde se aprende a querer a los demás, en lo concreto, con hechos que lo demuestren, aunque a veces ‘no apetezca’. Y es donde se puede cultivar la creatividad para hacer que eso suceda, ¡poniendo el corazón!
Es el lugar de los valores auténticamente humanos, todo ello forma un marco de referencia que queda grabado en el corazón de todos. De ahí la importancia de pasar ratos juntos, de hacer comidas reposadas y tertulias donde todos lo pasen genial; donde se sientan muy queridos y donde aprendan a fijarse en lo bueno de los demás, a tenerles en cuenta, y a alegrarles el día con mil gestos y detalles. En definitiva, a ser felices pensando en los demás.
Mª José Calvo. Médico de Familia. Fundadora de Optimistas Educando y Amando.
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