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Escuela de familias. Sé líder ante tus propios hijos

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«Por supuesto que soy líder ante mis propios hijos, faltaría más, que se han creído estos pedagogos». ¿Y es que puede haber algún padre que no sea líder de sus hijos? En profundidad o superficialmente, todos los padres, por lo menos en un principio, son líderes para sus hijos. La dificultad no está en adquirir lo que viene por naturaleza, sino en mantenerlo de forma oportuna con el transcurrir de los años, sin abusos, adulteraciones ni sucedáneos.

El liderazgo emocional de los padres

Muchos padres se sienten líderes ante sus hijos, pero no son más que líderes emocionales; si se me permite la expresión, son como espantapájaros circenses que se esfuerzan por evitar que se acerquen los peligros mientras les entretienen para que no se aburran.

Cuando llega el «mamá me aburro, pues ya no me gusta, no quiero esto, quiero lo otro», cuando el chico evoluciona o cambian las circunstancias, el liderazgo se desvanece y los padres se ven en la tremenda tarea de «ganarse a los hijos» para que hagan caso. Este liderazgo efímero y precario debe aliarse o competir con las emociones del ambiente. Los padres que se manejan con un liderazgo emocional viven en un continuo seducir a los hijos los cuales, nunca quedan satisfechos.

Algunos padres son concientes de lo difícil que es ejercer la paternidad sin concesiones y chantajes: «Sé que no es bueno ceder a todos sus caprichos pero tienes que verlo, se pone insoportable. Sé que le consentimos demasiado pero es que le queremos tanto…» Y también los hay que vislumbran las consecuencias: «Mi hijo me responde con un tono despótico; me asusta pensar qué ocurrirá cuando llegue a la adolescencia. A su madre le falta al respeto y a mi no me hace ni caso, ya no sabemos que hacer con él. Está siempre quejándose. Cuando algo no le gusta o se cansa, o encuentra un obstáculo, abandona o lo deja. De esta forma va a encontrar serios problemas en la vida.

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Muchos padres al evaluar la situación tratan de diluir su responsabilidad culpando al propio hijo o al otro cónyuge: es que mi hijo es muy caprichoso. Es muy listo y siempre se sale con la suya. Él busca las formas, tantea con uno y con otro hasta que al final consigue lo que quiere. Claro, como su padre nunca está en casa el chico está desmandado. Mi marido lo arregla todo echándome la culpa, como si él no tuviera nada que ver en la educación de sus hijos.También ocurre, sobre todo a las madres, que se culpan a sí mismas: es que no le estoy dedicando el suficiente tiempo. Soy demasiada blanda con ellos, les concedo demasiados caprichos y los malacostumbro.

En cualquier caso, se trata de una actitud cargante e inútil. No se arregla nada culpabilizando a otros o culpabilizándose a sí mismo. En el fondo, esta reacción responde al deseo de que las cosas sean de otro modo. Sin embargo, las cosas son como son, y si queremos que cambien primero habrá que aceptarlas.

¿Quién está mandando en casa?

Vayamos a la raíz de la cuestión: ¿Quién está mandando en casa? Por diversos motivos, no siempre atribuibles a los padres, en bastantes familias mandan los hijos. Y no cuando son mayores, sino desde bien pequeños. Y cuando los hijos mandan lo hacen con tiranía, cogiendo las riendas que no les corresponden. Con sus rabietas, caprichos, ataques de furia, etc., manejan a la familia y desestabilizan el ambiente. En definitiva, en casa se hace o se deja de hacer cosas en función de las temidas reacciones del hijo.

Sin embargo, curiosamente, esta situación no es buscada por los hijos, prefieren una autoridad sólida en la que puedan descansar; la debilidad complaciente les genera desconfianza e incertidumbre. ¡Qué seguros se sienten los hijos con unos padres que saben ejercer la autoridad con criterio!

Si manda el capricho del niño, ¿podemos decir que lideran a la familia? Obviamente no. Entre otros motivos porque aún no tiene el desarrollo evolutivo suficiente para liderar un cuerpo social autónomo, como es el caso de una familia. Por tanto, si él no es el líder, tampoco mandará realmente.¿Quién manda entonces? Para responder a esta cuestión habría que estudiar a cada familia en particular y aun así, observaríamos que no es fácil determinar un líder con nitidez.

El liderazgo suele estar diluido, desvanecido entre los diversos influjos que actúan sobre los hijos, entre los que el liderazgo de los padres va perdiendo vigencia por inanición; pierden atractivo vital ante los hijos. En los casos más clamorosos, podríamos afirmar que manda «lo que al niño le apetece». Es decir, quien realmente manda son los estímulos, las sensaciones, y si lo vemos en clave socioeconómica, la publicidad, los famosos de moda y las multinacionales en boga.

Causas para dar caprichos a los niños

Los padres, ¿por qué no frenan el deseo de sus hijos? ¿Por qué siempre les hacen caso? ¿Les tienen miedo? ¿Temen sus ataques de nervios? Se me ocurren diversas posturas que pueden llevar a los padres a no neutralizar el capricho de sus hijos:

1. El amor interesado. Es el motivo más ruin pero no por ello menos habitual. Es decir, hay padres que no frenan a sus hijos porque caen en su chantaje afectivo: si no me compras eso no te quiero o, no me lo compras porque no me quieres. Sea cual sea la estrategia del chantaje, temen perder el aprecio de sus hijos. Aunque cueste reconocerlo, esto es un amor egoísta. No se busca lo que conviene al hijo sino que éste corresponda con su aprecio. El objetivo no es tanto que el hijo adquiera una educación adecuada como que los padres se sientan queridos por sus hijos y en otras ocasiones, simplemente, que no se sientan molestados.

2.  No crear traumas a los niños o problemas de autoestima. Este motivo podemos englobarlo en la engañosa pedagogía hedonista. Y digo engañosa porque no hay una relación causal entre negar un capricho y traumar o deprimir la autoestima de un niño. De hecho, no conozco bibliografía científica que defienda tales postulados, sin embargo, muchos padres se esfuerzan en proporcionar a sus hijos el máximo deleite y la evitación de todo tipo de obstáculos «para que sean felices». Sin querer, estos padres, al identificar las situaciones placenteras con la felicidad, están estafando a sus hijos.

Primero porque no se consiguen las expectativas deseadas y segundo, porque les predisponen a que no lo consigan en adelante porque les han perdido en un camino equivocado. Paradójicamente, estos padres que tratan de ahorrar traumas y bajones de autoestima mediante los caprichos, están logrando justamente lo contrario. Al que no se le da la oportunidad de superar las pequeñas frustraciones cotidianas, acaba sumido en la más profunda frustración existencial.

El exceso de protección de los padres no les deja suficiente espacio personal para desarrollar armónicamente su carácter y su voluntad, creando una tendencia a tratar de conseguir cosas en la vida manipulando emocionalmente a otras personas, en vez de seguir la vía del mérito y esfuerzo personal.

3. La falta de liderazgo reconocido. A muchos padres les falta liderazgo y están a merced de los hijos: ¡reacciona! Cuando te conviertas en un auténtico líder para tu pareja y para tus hijos comenzarás a reconstruir un hogar más amable y enriquecedor para todos.

Luis Manuel Martínez. Orientador del Colegio Los Olmos (Madrid)

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