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Los cuentos de hadas en la educación: entre el ayer y el mañana

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Hemos convivido con ellos durante generaciones. Los cuentos de hadas pasaron de la tradición oral a la escrita y de las páginas de los libros a las pantallas. En el trasiego de los siglos han experimentado no pocas transformaciones pero siguen despertando la atención de grandes y chicos.

¿Por qué? Porque sus personajes, aunque irreales, son de carne y hueso y porque las historias fantásticas que cuentan son en realidad cotidianas. Un cuento de hadas es mucho más que un cuento: es la oportunidad de dar a conocer a los niños cómo es el mundo sin hadas.

Crecer no es sencillo. A nuestros hijos les queda un largo camino por recorrer hasta llegar a la edad adulta. Y ponemos buena parte de nuestros esfuerzos en que alcancen los conocimientos académicos que necesitan para hacer frente al futuro profesional con la mejor preparación posible. Ahora que empiezan a sumar, restar, multiplicar y dividir, se vislumbra el horizonte de obstáculos con nombres como nomenclatura química o autores del Siglo de Oro español.

Los cuentos de hadas y la educación en valores

Pero esa parte del desarrollo, la de la adquisición reglada de conocimientos, es la más sencilla. El reto está en la otra parte, en acompañarles en la formación de sus virtudes, de esos hábitos moralmente buenos que los convertirán en buenos adultos, de esos procesos de socialización necesarios para que aprendan a comportarse en el mundo al que van destinados. Tienen que aprender a ser obedientes, pero también cautos, que no se miente y que hay que estar alerta contra el engaño, tienen que aprender que la avaricia rompe el saco y que habrá veces en las que el mal aparentemente triunfe.

Y todo eso es más difícil porque, además, no está en los libros. Al menos, en los de texto. Porque los libros sí hablan del comportamiento. Detrás de una buena historia, si de verdad es buena y de verdad es historia, se esconde siempre una buena porción de la realidad que nos ayuda a pensar, a vivir en carne ajena. Por eso desde que el hombre es capaz de transmitir con la palabra pensamientos existen las fábulas, los mitos, las leyendas, composiciones más o menos verosímiles que tratan de mostrar con ejemplos fáciles de visualizar conceptos abstractos difíciles de imaginar.

La transmisión de esas historias comenzó siendo oral y su propagación, a lomos de las rutas comerciales, acababa por generar varias versiones de la misma narración. Solo a veces esos cuentos que circulaban de boca en boca eran recopilados por escrito, publicados en libros o en coleccionables en los rudimentarios periódicos.

Hasta nuestros días han llegado muchos de estos autores y tres han superado el paso del tiempo con especial éxito: los alemanes hermanos Grimm, el francés Charles Perrault y el danés Hans Christian Andersen. Pero los niños de finales del siglo XX y de este siglo XXI ya no conocen esos cuentos. Saben sus nombres y están familiarizados con los personajes pero los finales se han suavizado y las tramas se han edulcorado a medida que la factoría audiovisual de los dibujos animados sustituía por imágenes los cuentos originales.

¿Para qué servían los cuentos ayer?

El ayer de los cuentos de hadas

Para tratar de entender qué uso podemos dar a los cuentos de hadas en la educación de nuestros hijos es imprescindible entender en qué contexto surgieron aquellos textos que después nutrirían la literatura infantil. Decimos después porque el primer elemento diferente es que no se escribieron para niños, sino que fueron escritas para mayores. Como explica el profesor Sheldon Cashdan, de la Univesridad de Massachussets Amherst, autor de La bruja debe morir (Debate, 2016), estas narraciones se recopilaron para ser leídas en los encuentros de adultos, como una forma de entretenimiento. No fueron pensadas para niños, de ahí que los textos originales tengan finales que, aunque felices, siempre estaban marcados por la violencia y la muerte (al menos, de la bruja).

La profesora Ana Rodríguez de Agüero, de la Universidad CEU San Pablo, especialista en literatura infantil explica que para entender esa idea de cuentos destinados a un auditorio de adultos hace falta pensar en la concepción que se tenía del niño antes del siglo XX. El mundo no giraba en absoluto a su alrededor de modo que no era imaginable que alguien escribiera para ellos. Eran cuentos escritos para adultos y leídos entre adultos. Si los niños los escuchaban, incluso con sus dramáticas escenas, poco importaba a los padres, que no se ocupaban en exceso de lo que a los hijos les pasaba por la cabeza. Pero también servían para los niños. Les contaban realidades que, en su contexto, eran muy habituales.

El mañana de los cuentos de hadas

Hoy nos preguntamos por qué tantas historias infantiles arrancan con una madre fallecida. Cashdan explica el motivo: la mortalidad después del parto ha sido muy elevada hasta el siglo XX. Las historias sobre madres fallecidas servían a los niños a contextualizar su propia situación. Ocurre igual con escenas hoy imposibles, como los niños Hansel y Gretel abandonados a su suerte por una madrastra que les disputaba la comida y un padre sometido a su esposa. O los hermanos de Pulgarcito, a los que los padres no quieren ver morir de hambre. Ellos deciden salvarse porque son los que pueden conseguir sustento.

Los niños, por cariño que se les tenga (los padres sufren con la decisión), resultan una carga. Solo con la irrupción del modelo de vida burgués, entrado ya el siglo XIX, los niños empiezan a importar más en el seno de la familia y los cuentos de hadas pasan a ocupar un espacio en sus vidas. Pero, como explica Rodríguez de Agüero, directora de CEU Ediciones, trasladar la literatura de adultos al mundo infantil no implicaba que todo cuadrara a la perfección.

Trae a colación un símil que utilizaba Tolkien, que escribió mucho sobre los cuentos: lo que se ha hecho con los cuentos de hadas es lo que le pasa al buen mueble viejo del salón cuando se decide que ya no está para ocupar la habitación principal y se traslada al cuarto de juegos de los niños. No es ese su sitio.

Si a eso se le suman los cambios sociales que se sucedieron con enorme rapidez, la preocupación por la psicología y la pedagogía, el mayor interés por la educación de los hijos y la aparición de lo audiovisual, nos encontramos con los elementos que explican por qué se han ido desdibujando los cuentos de hadas que habían sobrevivido a la tradición oral. Cashdan considera que eso no los hace mejores ni peores, pero sí distintos, y Rodríguez de Agüero se pregunta si será posible que regresen los originales cuando ya todos imaginamos a Blancanieves tal como la pintó Disney en 1937.

Maria Solano

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