Las cinco en punto es, sencillamente, una «hora punta» de la que no tienen la exclusiva los núcleos urbanos con sus atascos, sino cualquier lugar donde vivan unas cuantas familias: es la hora de salida de los colegios y las escuelas. Comienza el otro gran momento de aprendizaje de los hijos, y siempre es puntual.
A veces me chocan y hasta me duelen un poco los oídos por algunos comentarios que se repiten cada año al reanudarse el curso escolar. Medio en broma, medio en serio, hay muchos padres que se desahogan con un grito de alivio: «menos mal que empieza el colegio«.
Quejarse de vicio
Les parece que las vacaciones han sido demasiado largas para estar «cargados» con los niños. Si hay que tenerlos por encima más de sesenta días a todas horas, entonces resultan demasiadas vacaciones. No es que quiera ser un aguafiestas, ni tomarme las cosas demasiado en serio o buscar el lado tremendista. Los seres humanos tenemos la rara condición de estar poco conformes con lo que nos sucede en cada momento, y nos quejamos mediante las nostalgias del pasado o la ansiedad del porvenir. Los mismos que criticamos los dos meses de vacaciones, dentro de quince días añoraremos tener tan poco tiempo para estar con los hijos. El caso es estar siempre disconformes.
Carácter frío
Lo cierto es que muchas veces estas lamentaciones son periféricas. Y cuando dejamos al niño en el autobús se nos nubla el ánimo, aunque nos encante presumir de fríos y distantes porque «queda muy bien» no sacar a relucir algún sentimiento que pueda interpretarse como una debilidad.
No hace mucho pude comprobarlo. Me encontraba en unos grandes almacenes en los que me atendía una persona que, en aquel momento, recibió una llamada telefónica. Al comunicarle una compañera la extensión por la que la reclamaban, se puso pálida y salió corriendo. A los pocos minutos volvió pidiendo toda clase de disculpas a la vez que nos informaba, con la voz todavía temblorosa, que por aquel teléfono sólo se pasaban las llamadas muy urgentes, y ella tenía dos hijos en el colegio. La anécdota refleja cómo los niños están continuamente presentes en nuestro recuerdo, aunque ellos puedan llegar a tener una apreciación distinta.
Ellos lo saben
Tendríamos que estar muy atentos para no equivocarles pues, como tantas veces se ha dicho, los niños son niños pero no tontos. Bastante antes de que los adultos confirmemos su uso de razón, a un niño no se le escapa una.
Más de treinta y cinco años de trabajo en el mundo de la educación me han demostrado que los niños saben más de los padres que los padres de los hijos»
Un niño escucha demasiadas veces que «es un pesado» o intuye que «estorba» en determinadas situaciones por lo que concluye con el razonamiento elemental de que sus padres están a gusto cuando él no «está encima». ¿Excesivamente simplista? Cierto, pero es que un niño tiene afortunadamente los esquemas muy sencillos. Es la vida la que le enseña a «entrecomillar» o a poner las cosas entre paréntesis. Un niño se cree a pies juntillas lo que oye. Es evidente que olvida ese pensamiento cuando llega otra sensación placentera de sus padres pero, poco a poco, va descubriendo que sus padres actúan de forma poco coherente, aun sin conocer esa palabra.
Distanciamiento
No se trata de alarmar a nadie, pero son hechos que se archivan en el disco duro, donde más tarde se acumularán las trepidaciones de la adolescencia y las naturales incomprensiones de las que nos acusan a medida que crecen. El resultado es que, poco a poco, va tomando cuerpo un distanciamiento con los hijos -del que tantas veces nos quejamos los padres- que no sabemos cómo atajar. El asunto viene de muy lejos, es tan viejo que ni lo recordamos porque se remonta a la primera infancia.Los niños nos necesitan: están ansiosos de ver, oír y tocar a sus padres. Cuando a las cinco un niño llega a su casa lo primero que pregunta es dónde está mamá. A lo largo del día la ha recordado y la ha echado en falta muchas veces y se ha dado palabras de ánimo: cuando llegue a casa la veré. Si ese anhelo no se confirma quedará defraudado. Este es un dato que hay que contar con él. Los sustitutivos no sirven.
Hacer los deberes
Soy consciente de que la inmensa mayoría de los padres desearían poder estar en casa a esa hora, pero existen otras obligaciones. El problema reside en cómo ordenar y subordinar nuestros «deberes«. A los chavales les obligamos a que «hagan» los suyos, pero ya me he encontrado alguno que al llegar a la adolescencia -edad en la que se vuelven justicieros- se preguntan: -¿Mis padres han hecho también sus «deberes»? No es una fantasía, he escuchado este interrogante de labios de un chico bastante despierto. Entonces es el momento de hacerles comprender que sus padres pensaban que hacían lo mejor para ellos y que, aunque desearían estar en casa para recibirles, no han podido.
Efectivamente existen circunstancias en las que no queda otra solución, pero hay que ser conscientes en todo momento de que se está produciendo una carencia seria cuyas consecuencias habrá que valorar. Lo explicaré en clave de humor, pues conozco a un niño que tardó bastante tiempo en hablar. Este pequeño lo entendía todo, pero emitía unos sonidos que eran irreconocibles para sus padres, que llegaron a preocuparse. Todo se solucionó cuando descubrieron que la chica que ayudaba en casa le hablaba en su idioma materno, el árabe. Ni que decir tiene que les aconsejé que no dejara de hablarle en esa lengua y tenía resuelto el tema de su futuro trabajo en una embajada. La madre y el padre eran dos personas espléndidas y muy preocupados por la educación de sus hijos, pero eso no evita la contundente fuerza de los hechos. Las cinco de la tarde es una hora punta, aunque nosotros sigamos en la oficina.
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